«UNA CARTA A MI SUEGRA SOBRE MIS TRES HIJOS.
14 de Abril de 2016
Tú siempre robaste mi encanto. Tú les dabas todo lo que querían. Tú jamás dijiste «no» cuando te pedían algo: una segunda porción de postre, dulces antes de la cena, un par de minutos más en el baño, dinero para el camión de helados… Me esforzaba para demostrarte respeto y aprecio mientras intentaba que no malcriaras a mis hijos. Creí que los convertirías en malcriados egoístas al darles todo lo que querían. Creí que nunca aprenderían a esperar, a tomar turnos, a compartir porque siempre les cumplías sus deseos tan pronto abrían la boca y señalaban.
Tú corrías a verlos tan pronto hacían el ruido más pequeño. ¿Cómo podrían aprender a calmarse solos?
Estuve resentida porque les comprabas los regalos más caros en sus sus cumpleaños y en Navidad. ¿Cómo podría competir contigo?
Y cómo amaban pasar las tardes contigo. Preparabas sus cosas favoritas para la cena: tres platos diferentes para tres niños diferentes. Y siempre tenías una pequeña sorpresa. Un regalito, un dulce o un premio especial. Yo no quería asociarte con regalos y dulces. Creí que ellos debían amarte por lo que eras. Intenté decirte esto pero no escuchabas.
Tuve que juntar a mis chicos y decirles que su abuela había muerto. No parecía posible, se suponía que estarías allí para sus momentos especiales: bailes, graduaciones o bodas. Pero ellos perdieron a su abuela demasiado pronto. No estaban listos para decir adiós.
Durante esos años que deseaba que los dejaras de malcriar, jamás pensé en lo mucho que los amabas. Tanto que lo demostrabas de todas las maneras posibles: tu cocina, los regalos, los dulces y golosinas, tu presencia; la manera en que recordabas con detalle los momentos especiales, si era una atrapada perfecta en el campo de juegos o una nota desentonada en un concierto escolar. Tu amor de abuela por ellos no conocía límites. Tu corazón derramaba amor por todo lugar posible: tu cocina, tu libro de bolsillo, tus palabras y tus brazos incansables.
Mis hijos, ahora adolescentes, te extrañan profundamente. Y no extrañan tus regalos ni tu dinero. Te extrañan a ti.
Ellos extrañan correr a recibirte en la puerta y abrazarte aún antes de poner un pie dentro de la casa. Extrañan mirar a las gradas y verte, una de sus mayores admiradoras, sonriendo y concentrada en tener su atención. Ellos extrañan hablar contigo y escuchar tus palabras de sabiduría, ánimo y amor.
Si pudiera hablar contigo una última vez, te diría que cada vez que un momento precioso me roba el corazón, cada vez que los miro llegar a una nueva meta y cada vez que me sorprendo con su perseverancia, talentos o triunfos, pienso en ti. Y deseo que ellos pudieran tenerte de vuelta.
Regresa y ámalos una última vez como nadie en el mundo lo hace. Trae tus dulces y tus sorpresas. Recompénsalos con regalos por sus más pequeños logros. Prepara cuidadosamente sus comidas favoritas. Llévalos a donde quieran ir. Todo solo porque los amas.
Regresa y mira cuánto han crecido. Mira a cada chico convertirse en su propia versión de un hombre joven. Estremécete conmigo mientras admiramos como la familia, los amigos, el tiempo y el amor los ayudó a crecer tan hermosamente con los años.
Y cuanto más deseo que regreses, más me doy cuenta de que jamás te fuiste.
Ahora lo entiendo. Se que los amaste en todo modo posible. Sé que ser su abuela te dio alegría y propósito. Y claro que sé que no puedes regresar, pero sé que tu amor por ellos siempre permanecerá. Tu amor los cimentó y protegió de maneras que no pueden ser descritas. Tu amor es una gran parte de lo que son ahora y de lo que serán cuando crezcan. Por esto, por cada premio y regalo, y cada vez que los meciste por demasiado tiempo o los consolaste mucho o los dejaste quedar despiertos hasta tarde, por esto yo siempre te estaré agradecida. Y desearé un millón de veces que lo pudieras hacer de nuevo.»
Por Tina Plantamura