Damien Chazelle consiguió una inaudita aprobación unánime con Whiplash en el Festival de Sundance, misma que lo llevaría directamente a competir por el Oscar de ese año. Desde aquel momento, Chazelle se consagraba como un talento a seguir, un cineasta con una visión dinámica del montaje y con un sentido muy fino para la dirección de actores. Además, como guionista, ha demostrado manejar de forma versátil el thriller y el drama con chispazos de un genuino sentido del humor –ahí está la prueba en Avenida Cloverfield 10.
Con La la land, su segundo largometraje, llega acompañado de una cantidad increíble de expectativas. En primer lugar, porque reúne a dos de las estrellas más cotizadas del momento -Ryan Gosling y Emma Stone- y porque ésta película es un musical hecho y derecho. Así es. Vemos fastuosas coreografías montadas con una precisión envidiable -solo hace falta ver la secuencia inicial para comprobarlo- y canciones emotivas interpretadas de manera impecable por su pareja protagonista. Pero no se asusten. No solo se trata de Gosling y Stone cantando y bailando durante dos horas. Este filme es un canto a la alegría, una invitación a continuar soñando sin importar los obstáculos. Es una historia de amor que cautivará a más de una persona. Y, por si fuera poco, es un homenaje a los musicales de antaño; Bailando bajo la lluvia, La novicia rebelde, Amor sin barreras y hasta Vaselina se ven revitalizadas con esta película.
Aunque es cierto que algunas coreografías se sienten un tanto injustificadas y que su evidente homenaje y adoración al cine de antaño empalagan un poco, el ritmo es tan cadencioso y el soundtrack tan adorable, que los pequeños defectos bien pueden ser pasados por alto sin ningún problema. La la land no sólo se convierte en una de las mejores películas del 2016 sino que, por si fuera poco, es, desde ya, una firme contendiente a la estatuilla dorada a Mejor Película. Y, si gana, que nadie se sorprenda, pues la Academia tiene debilidad por las películas que les recuerdan tiempos mejores, ahí está el caso de El artista y El paciente inglés.
Rodrigo Mendoza. Cinéfilo por hábito -cada semana tiene una cita puntual con la sala de cine- por elección prefiere estar viendo una película que hacer cualquier otra cosa- y asiduo lector de cómics y novelas policiacas que solo buscan entretenerlo inofensivamente.