Para el fotógrafo Federico Rios, al igual que para millones de colombianos, el conflicto armado era algo lejano.
Rios nació en Manizales, una ciudad pequeña en medio de las montañas cafeteras de Colombia, y admite que aún no entiende cómo a millones de colombianos “nos pusieron una venda y nunca nos dimos cuenta de que el conflicto estaba a la vuelta de la esquina”. Todo eso cambió cuando empezó a caminar el país: no solo cambió su mirada sino también su vida, dice.
Con una mochila al hombro y sus cámaras colgando, Rios ha caminado durante días por las selvas colombianas y ha hecho lo imposible por llegar a las esquinas más remotas del país para retratar su realidad. El nivel deplorable de la infraestructura del país lo afectó tanto que creó un proyecto en Instagram donde retrata los obstáculos que existen para recorrer Colombia.
En sentido literal y metafórico, Colombia es para Rios un país fragmentado, lleno de absurdos y trochas que no permiten que los ciudadanos se conozcan.
Hace algunos años, con la intención de ayudar a entender el país, empezó a retratar a las Farc en su intimidad, y sus fotos se convirtieron en una referencia adonde mirar la complejidad de un conflicto que suele presentarse en forma maniquea. Su trabajo permite aproximarse al rostro humano de una guerra que muchos colombianos solo han conocido por relatos teñidos de intereses particulares.
¿Cuál es el papel de la fotografía en un país como Colombia?
Es que no nos conocemos. Colombia es un país que abandona su ruralidad. Es un país que abandona a sus campesinos, que abandona a sus indígenas, que le da la espalda completamente a lo que pasa en el campo.
Dos condiciones generan la tormenta perfecta: recorrer el país es imposible y los medios nos venden humo. Un chico de último grado de colegio en Bogotá conoce mejor Miami, Nueva York, Barcelona y Ámsterdam que los pueblos de Colombia. Pero no puedes juzgarlo. ¿Qué quieres: que agarre un carro y se demore dos días en llegar a la Guajira?
El papel de la fotografía y del periodismo colombiano es poner ese tipo de versiones en la mesa, y decir: ‘Venga, hay que hablar de esto’.
¿Qué poder tiene la imagen?
La imagen es otro vehículo de comunicación pero es muy contundente. Una cosa es que te cuenten de oídas de un chico que tiene doce años y que es miembro de las Farc. Otra cosa es verlo con uniforme y cargando un fusil que es más grande que él.
¿Es honesta?
Sí, pero también subjetiva, siempre lleva la mirada del fotógrafo. El retrato puede hacer que alguien se vea como un demonio o como un Santos. No me estoy inventando las situaciones, las estoy interpretando. Funciona como un testimonio. No como una prueba, pero sí como una versión.
¿Cómo se empieza a interesar por fotografiar a las Farc?
Siempre estuve muy interesado en el tema porque era lo que no nos mostraban. “Combates con las Farc, tantos muertos”, dicen las noticias. Uno ve eso con tanto recelo. ¿Qué es lo que no nos están contando?
Quería resolver esta pregunta: ¿Qué pasa en el territorio con ellos y con el entorno? ¿Cómo vive la gente y coexiste con las Farc, con el ELN, con las Águilas Negras, las bandas criminales, los paras? Y de ahí se desprenden miles de preguntas.
¿Cuándo empezó su proyecto con las Farc?
En 2012 llegué a Toribio, Cauca, por mi cuenta porque había una situación muy difícil (enfrentamiento entre las Farc y el ejército). Fue muy poco antes de que se anunciaran las negociaciones y fue de pura casualidad.
Después no fue fácil retomar el contacto porque empezaron las negociaciones y aumentó el secretismo. Las Farc empiezan a preocuparse por qué se publica y a quién van a dejar entrar.
Yo empiezo a intercambiar cartas con las Farc, correos electrónicos a través de distintas vías de comunicación. Me tocó aprender de encriptación de mensajes, a reconstruir mensajes fragmentados.
Empecé a organizar viajes y empecé a visitarlos y eso generó lo que yo ahora llamo “la incertidumbre”. La incertidumbre es cada viaje. Es una pesadilla. Es como tirarte por un río y dejarte llevar por la corriente a veces sin saber hacia dónde vas… si son remansos o cataratas.
¿Siente miedo en cada viaje?
Sí, siempre. Muchas personas piensan que uno pierde el miedo. Yo pienso que el miedo solo crece. Mientras más los conoces, más entiendes lo volátil de la situación. Sacan el revólver y te dan un tiro. Un campo minado, un ataque paramilitar, uno del mismo Estado que estalle una granada por accidente, puede pasar cualquier cosa.
¿Qué tácticas usa para generar confianza?
Ser superclaro y honesto: quiero ir, quiero tomar fotos y ustedes no me pueden revisar mis fotos. Yo decido cuándo salgo y decido qué y en dónde publico.
Eso que suena tan sencillo fue una conversación larguísima pero al final dio buenos resultados. Porque ellos también asumieron que yo estaba hablando muy en serio, que para mí esto no era un juego.
Cuando finalmente llega a pasar algunos días con la guerrilla, ¿qué encuentra?
Uno empieza a conversar con ellos, a echar chistes, a dar la mano, a echar un café. No conozco otra manera.
Saco la cámara, me la cuelgo. No fotografío cosas muy evidentes. Es un baile. Uno trata de llevar el baile por donde uno quiere para lograr los resultados que uno está buscando. Se trata de retratar la intimidad y hacer fotos que no sean muy agresivas.
Me he encontrado, por ejemplo, al costurero de las Farc con una máquina de coser que cargan en una mula de un campamento a otro. Este man va cosiendo uniformes: es un costurero, un man tranquilo que sabe coser.
¿Cómo cambia la noción de enemigo que prevalece en Colombia hacia las Farc?
Ese “enemigo” deja de ser un tipo detrás de un arma, un robot que solo dispara. Para los colombianos, si te encontraste con la guerrilla, o te matan o te secuestran. Fin, no hay más. Pues sí, sí hay más.
Cuando uno piensa en las Farc de las que hablaba Álvaro Uribe: no comen, no cagan, no hacen el amor, no sudan, no les da sed, nada. Son personas detrás de un fusil que van a matar y ya. Es una vaina inventada, por Dios. Uno lo que se encuentra es a unos pelaos.
¿Cómo explican estar en las Farc?
Están en las Farc porque no encontraron otra alternativa. Suena casi ridículo, pero el Estado los puso ahí, los abandonó en sus tierras.
A veces, cuando les pregunto a guerrilleros por qué se metieron a las Farc, me dicen: “Vea, yo empecé a ir a los campamentos de las Farc cuando era muy chiquito, cuando mi mamá me mandaba para que pudiera comer tres veces al día allá”.
Tengo que ser súper claro con esto: no significa que no exista, pero nunca he visto un guerrillero con resentimiento, que disfrute matar. Es gente que está en la lucha armada porque es la respuesta que encontró.
¿Lo han acusado de hacer apología de las Farc, de la violencia o del conflicto?
No tiene mucho sentido engancharse. Es mi trabajo, lo hago de una forma responsable y ética y es lo que veo. No tengo más que fotografiar lo que veo.
¿Por qué no fotografío que las Farc pusieron un chivo bomba? Pues no estaba ahí.
Ahora, hay algo contundente. No soy pro-Farc ni defiendo la guerra, y es básico trazar una línea entre la lógica y la violencia. La guerra no es lógica, la lógica no admite la guerra. No soy pro-Farc pero cuando estás ahí entiendes el abandono del Estado y entiendes que esa fue la decisión que ellos tomaron. Por supuesto, Gandhi tomó otra decisión y falta ver qué va a pasar en Colombia ahora.
¿Qué cree que va a pasar tras el plebiscito fallido de la paz?
Creo que la guerrilla está comprometida a dejar las armas. Me parece una actitud noble. Para mí el monstruo no son las Farc, son los que están detrás de la guerra, de las balas, de la impunidad.
¿Cuál puede ser la solución para combatir la polarización en Colombia?
Como en cualquier pelea la única fórmula es un ejercicio de perdón. A los colombianos nos han vendido la idea de que nosotros tenemos que perdonar a las Farc, pero nadie nos ha explicado que los guerrilleros fueron personas abandonadas por el Estado, que son pelaos que no tienen comida aunque viven en las zonas de mayor productividad del país. No solo hay que perdonar a los guerrilleros, hay que perdonarnos entre todos.
En esta selección de fotos, hay una muy particular: un retrato de Timochenko. ¿Cómo se dio?
En medio de la Décima Conferencia de las Farc estaba haciendo una foto de una guerrillera y pasé al lado de la casa donde estaba Timochenko. Tuve la idea de ir a buscarlo pero es un rockstar y hay muchos filtros para llegar a él.
Y él sale y me dice: “Buena esa foto de los labios de la guerrillera que salió en el New York Times”.
—Comandante, ¿como le va? Federico Rios.
—Sí, yo sé quién es usted.
—¿Le puedo hacer una foto?
—Claro, entre.
Entro y Gira, su compañera, lo peina, sin cambiarse ni nada, la chica lo peina y el tipo me posa seis tiros.
CreditFederico Rios/Native