Todo comienzo trae consigo un halo de esperanza y renovación, por lo cual la llegada de un nuevo año es sinónimo de búsqueda de objetivos enfocados en mejorar nuestros puntos más débiles. Dentro de mis propósitos figura un cambio de actitud hacia lo que me rodea, y con esto no me refiero únicamente a ser más positivo o menos enojón, sino a un cambio de mentalidad a fondo.
Los medios de comunicación se han encargado de alterar nuestra escala de valores, incentivando la “compra” de símbolos de “status” que dan una sensación de efímera “felicidad”. ¿Cuál es el problema de vivir con una mentalidad así? Que estos símbolos de status son adictivos: al comprar una cosa queremos otra, y siempre habrá un nuevo artículo en los escaparates.
Al creer que estos antivalores son el camino para “ser feliz”, olvidamos que la verdadera felicidad se encuentra en la cultura del esfuerzo, donde la felicidad ES la forma de vida.
La lógica de muchos comerciales, independientemente del lo que anuncien, es la misma: “En esta temporada que subiste unos kilitos de más, toma esta nueva pastilla, resultados inmediatos con cero esfuerzo…”
Ya que pasó la temporada de compras y más compras, te invito a que pienses qué ha sido de todo lo que compraste. Quizá algunas cosas ya estén en el basurero y otras en el fondo del clóset. Si somos objetivos, no necesitamos demasiadas cosas para vivir y ser felices. ¿Por qué no preocuparnos por ser mejores en lugar de por acaparar más?
Mi mayor sueño para este año es que tomemos conciencia de que somos instrumentos del gran sistema natural que Dios creó, mismo que para funcionar de manera adecuada necesita estar al servicio de toda la creación.
No seamos nuestros propios depredadores. Si somos capaces de mantener una mentalidad “sustentable”, seremos capaces de transmitirla a la organización más importante del planeta: la familia.