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El vértigo de educar a los hijos

El arzobispo de Barcelona ofrece un consejo: poner la educación de los hijos “en manos de Dios”

Hace unos años bendije el matrimonio de unos jóvenes que habían sido alumnos míos en el Instituto de Enseñanza Media. Un año después tuvieron el primer hijo. Me dijeron: “Nuestra vida ha cambiado completamente, todo ha adquirido una nueva perspectiva, nos sorprende que incluso vemos a nuestros padres con otra mirada, les comprendemos mejor”. Y añadieron: “Nos sentimos más responsables pero lo que más vértigo nos da es pensar que la educación de nuestros hijos está en nuestras manos”.

¡Cuántos padres han pasado, o están pasando, por experiencias de dolor ante lo que ellos llaman el fracaso en la educación de los hijos! Se preguntan una y mil veces: ¿En qué hemos fallado como educadores? ¿Tan mal lo hemos hecho para que los hijos rechacen todo lo que les hemos transmitido?

Reproduzco la vivencia que una madre, esposa de un médico, expuso en un encuentro de familias y que recoge el escritor Piet van Breemen en su libro Lo que cuenta es el Amor (Editorial Sal Terrae, 1999, pág. 46-47):

“La vida de una madre es una aventura única. No pasa un día sin sorpresas. De una de esas aventuras desearía hablarles ahora; es una aventura que provocó un cambio en mi vida y en mi familia.

»Soy madre de cinco hijos, que tienen 21, 20, 19, 15 y 9 años, y soy una madre muy feliz. Pero no siempre fue así. Hubo un tiempo –no muy lejano– en el que fui muy desgraciada. Me di cuenta de que no podía seguir ayudando a mis hijos en sus problemas. No nos entendíamos. Los hijos se apartaron de nosotros. La cosa llegó a tal punto que la carga psíquica afectó a mi salud. Empecé a tener dolores de corazón y me pasaba las noches sin dormir. La atmósfera de nuestra familia era sumamente tensa.

»Entonces yo rezaba mucho. Una vez rogué al Señor: Señor, sólo tú puedes ayudarme. ¿Dime qué tengo que hacer? Y recibí esta respuesta: “Devuélveme a tus hijos. Te los confié para que los acompañaras en su camino durante un tiempo. Pero ahora vuelves a ponerlos en mis manos. ¿No crees que yo los puedo guiar mejor que tú?”. Y rebosante de dolor y de alegría, así lo hice. Uno tras otro, devolví a Dios todos mis hijos, con sus debilidades y sus defectos, con su encanto y su amor, con sus esperanzas y sus sueños de futuro.

»¡Qué cambio se ha producido desde entonces! Ya no tengo miedo de lo que vaya a ser de mis hijos. Aunque sigan caminos que no entienda, hay algo de lo que estoy segura: están en manos de Dios. Todo saldrá bien. Otra cosa que ha cambiado es nuestra vida familiar. Padres e hijos hemos iniciado una nueva convivencia. Ahora nuestros hijos, que están estudiando, no se limitan a venir los fines de semana para que les lavemos la ropa, sino que además se alegran de estar con nosotros, de las conversaciones y las experiencias comunes. Para mí es como si el Señor me hubiera vuelto a dar estos hijos. ¡Gracias!”.

Hasta aquí el testimonio de esa madre. No me queda sino decir a todos y a cada uno de los padres y de los educadores cristianos: tus hijos, los chavales y jóvenes a los que tratas de educar, están en manos de Dios, todo saldrá bien.

 

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