Centrándose en el caso de la tristeza, el papa Francisco reconoció que este sentimiento puede transformarse en alegría con la gracia de Dios.
Poniendo como ejemplo la «gran amargura» del hijo pródigo de la parábola, el Papa calificó de «gracia» el hecho de lamentar los propios pecados. Sin embargo, advirtió, hay otro tipo de tristeza que representa un «abajamiento del alma» porque «la sume en el abatimiento».
El Pontífice animó a combatir «con todas las fuerzas» este tipo de «aflicción constante que impide al hombre experimentar la alegría de la propia existencia». Citando el caso de los dos discípulos de Emaús que salieron de Jerusalén «con el corazón desilusionado» tras la crucifixión, subrayó cómo este tipo de tristeza suele estar ligada a «un sentimiento de pérdida».
«Puede ser un deseo de poseer algo que no se puede obtener, pero también algo importante, como una pérdida afectiva», continuó el Papa Francisco. El sentimiento de angustia, depresión o desánimo que experimentan las personas en estos casos es común, reconoció, afirmando que «la vida nos hace concebir sueños que luego se hacen añicos».
El problema, explicó el obispo de Roma, surge cuando en lugar de vivir la prueba con esperanza, algunas personas «se revuelcan en la melancolía, dejándola supurar en el corazón». La tristeza, como un «dulce amargo», se convierte en el «placer del no-placer».
Esta tristeza prolongada se transforma entonces en un «gusano que carcome y vacía a quien lo acoge» y conduce al pesimismo y al egoísmo. Todo el mundo está afectado, insistió, porque «hay algo en el pasado de cada uno que necesita ser sanado». Para luchar contra este vicio, nos animó a guardar en nuestro interior el pensamiento de la «alegría de la resurrección».