InicioCulturaDostoyevski: El hombre y sus demonios

Dostoyevski: El hombre y sus demonios

El ser humano encierra en sí a todos sus demonios. Parecen darle sentido, aunque son el obstáculo de su ser prodigioso. Sus actos son producto de sus ideas, y las ideas son superiores al ser humano; son ellas las que cambian al mundo, la historia y el porvenir, aunque el hombre no cambie. El hombre es parte de ese todo, pero no es el todo…

El arte refleja la belleza del ser humano, sus más intensas emociones y sus aspiraciones y realidades; sus anhelos y su imaginación a veces contenida o desbordada, sus sueños más anhelados; y, sujeto de arte, ese hombre también se vuelca en sí para encontrarse y recorrer el velo que lo descubre en todas las oxidades que le envuelven día a día y también, en contraposición,en sus grandezas.

¿Qué hace que las obras de arte literarias lo sean? ¿En qué radica su grandiosidad y su emocionante intensidad? ¿Por qué uno al comenzar ciertos libros no puede dejar de leer-leer-leer incansable-insaciable-enloquecido y no quiere que la historia –esa historia- termine? ¿Es acaso nuestra propia vida y nuestro camino lo que leemos ahí? ¿O la deseada? ¿O la repudiada?

¿Cómo se impregna en el alma humana una obra de tal profundidad que nos sumerge en sus infiernos, que nos rescata y nos ubica en el paraíso recuperado? ¿Quién nos dice cómo somos y por qué somos así y lo aceptamos y maldecimos pero nos engrandece la verdad?

De todo eso está hecha la obra del grande-el enorme escritor ruso del siglo XIX zarista que encontró en la escritura su razón de vida, su pasión pero también desahogó ahí a sus demonios internos; y develó los demonios del alma humana…

Fiódor Mijáilovich Dostoyevski escribió de lo vivido y de lo que vio. Su fuente de inspiración es él mismo en su dramática vida tan llena de honduras y contrastes, de luces y obscuridades. Es la Rusia zarista y su forma de vida. Es el alma humana que parece cambiar, pero no cambia nunca.

Fue el segundo de los siete hijos de Mijaíl Andréievich Dostoievski y María Fiódorovna Necháyeva.

Su padre era un médico que atendía en  el Hospital para Pobres Marinski. Extremadamente severo con sus hijos y arbitrario con frecuencia. En contraposición su madre, siempre amorosa con sus hijos.

A los 13 años Fiódor y su hermano Mijaíl, fueron inscritos para secundaria en una escuela para pensionados. Luego, a la muerte de su madre por tuberculosis, su padre se deprimió tanto, al grado del alcoholismo, y desatendió de sus hijos, aunque los envía a la Escuela de Ingenieros Militares en San Petersburgo. Ahí cursó ingeniería, pero también ahí despierta su interés mayor por la literatura.

Leía con avidez a Shakespeare, Pascal, Victor Hugo y E. T. A. Hoffmann y sintió una enorme devoción por el poeta alemán Friedrich Schiller; a los 18 años recibió la noticia de que su padre falleció;  se dice que ocurrió a manos de un grupo de sus trabajadores indignados con él.

Fiódor entró entonces en una profunda depresión; se siente culpable de no haber estado al lado de su padre y de no haberse entendido con él. Y comienzan las crisis de epilepsia que le seguirían toda la vida, hasta el final e incluso en su obra:

Epilepsia padecerían algunos de sus personajes literarios: Murin y Ordínov (“La patrona”), Nelly (“Humillados y ofendidos”, Myshkin (“El idiota”), Kiríllov (“Los demonios”) y Smerdiakov (“Los hermanos Karamázov”).

En 1844 dejó su empleo en la Dirección General de Ingenieros de San Petersburgo para dedicarse por entero a su obra. Escribe dos pequeñas obras de teatro –hoy perdidas-, pero ya enfebrecido por la creación publica en 1845 su primera obra, por entregas: “Pobres gentes”. Tenía 24 años y ganó notoriedad. Es una obra en tono epistolar incipiente pero profunda. Se percibía, ya, el que sería el gran escritor ruso y por el que apostó el entonces muy influyente crítico literario Visarión Belinski.

Arrancaba así la carrera literaria del joven ruso, nacido en Moscú en noviembre de 1821 –hace doscientos años-.

‘En esta misma época comenzó a contraer algunas deudas y a sufrir con más frecuencia ataques epilépticos, pero también escribió obras relevantes que por entonces recibieron críticas negativas producto de la animadversión de otros escritores de la época. “El doble”, “Noches blancas” y “Niétochka Nezvánova”. Las críticas sumieron a Dostoyevski en depresión.’

Por entonces entró en contacto con asociaciones nihilistas, aquellos que creían fervientemente en la ciencia, y querían destruir las tradiciones religiosas y morales que habían guiado a la humanidad en el pasado para abrirle el camino a un mundo mejor. Pero un infiltrado en el Círculo Petraschevskilos delató y Dostoyevski junto con un grupo fueron arrestados y encarcelados el 23 de abril de 1849.

Se les acusó de conspiración. El Zar ordenó un fusilamiento simulado, al mismo tiempo sádico como cruel:

‘En la mañana del 22 de diciembre de 1849, Dostoyevski y el resto del grupo fueron llevados a un lugar en el que se había erigido un andamio y decorado con crepé negro. Sus delitos y sentencia fueron leídos y un sacerdote ortodoxo les pidió que se arrepintieran.

‘Tres del grupo fueron amarrados a los postes, listos para la ejecución. Al último minuto, sonaron los tambores y el pelotón de fusilamiento bajó sus rifles. Habiendo sido indultados, los prisioneros fueron esposados y enviados al exilio en Siberia. Dostoyevski debía cumplir cuatro años de trabajos forzados seguidos de servicio obligatorio en el ejército ruso.’

Al poco tiempo de ser enviado como recluta al Ejército, su pena fue conmutada por el nuevo Zar de Rusia. Liberado Dostoyevski regresó a Moscú para ocuparse en lo que ya es su pasión y único sentido de vida: la creación literaria.

En adelante los altibajos son muchos. Entra en periodos de depresión. Vivía en permanentes crisis económicas. Casó dos veces. Tuvo hijos. Pero tenía una dañina adicción los juegos de azar. Casi todo lo que caía en sus manos iba a parar a las casas de juego y acumulaba deudas al por mayor. No había tregua. Viajaba con frecuencia a Europa; era su escape y su perdición. Para aumentar la tragedia, falleció su hermano Mijaíl y él tiene que hacerse cargo de sus hijos huérfanos, además de sus propios hijos. La precariedad absoluta.

Pero es en esas condiciones como surge su gran obra, la emblemática de un siglo de literatura rusa. Desahoga en ella toda su capacidad creativa, emoción, dignidad, coraje, reproches y una enorme carga emotiva de humanismo y amor por el ser humano.

“¿Por qué están ahí de pie madres cuyas casas se han incendiado, por qué hay gente pobre, por qué es pobre el angelito, por qué está desnuda la estepa, por qué no se abrazan, no se besan, por qué no cantan canciones alegres, por qué se han vuelto negruzcas de negra miseria?”.

Había pasado de aquel nihilismo al más profundo cristianismo ortodoxo. Su humanismo dispuesto a entender a los otros, en su circunstancia y en sus impulsos: “Creo que el diablo no existe, pero el hombre lo ha creado, lo ha creado a su imagen y semejanza”, escribió.

‘Los acontecimientos más relevantes en la vida de Dostoyevski —ejecución conmutada, exilio en Siberia y episodios de epilepsia, los juegos de azar, la pobreza— son tan bien conocidos como sus obras. De hecho, estos eventos dramáticos de su vida forman parte de la complejidad excepcional a sus personajes.’

Su obra es, ciertamente, muy biográfica, pero llevada a lo sublime. Su herencia universal está en cada una de las palabras que le dicto su inteligencia, su corazón, su dignidad y su sentido crítico y humano. Todo está cifrado en “Pobres gentes”; “El doble”; “Humillados y ofendidos”; “Recuerdos de la casa de los muertos”; “Memorias del subsuelo”; “Crimen y castigo”; “El jugador”; “El idiota”; “Los demonios”; “Los hermanos Karamázov”, y muchas más. Obras cumbre de la creación humana.

“Siempre me gustaron los senderos laterales, callejones oscuros detrás de la carretera principal, allí uno encuentra aventuras y sorpresas, y metales preciosos en la tierra.”

Dostoyevski murió en su casa de San Petersburgo el 9 de febrero de 1881. Hace ciento cuarenta años.

En su lápida se lee el versículo de San Juan que él utilizó como epígrafe de su última novela: “Los hermanos Karamázov”:

En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere produce mucho fruto.”

Autor: Joel Hernández Santiago

Fuente: El Comunista

RELATED ARTICLES

Síguenos en redes

48,314FansMe gusta
16,038SeguidoresSeguir

No te lo pierdas