Si hay una imagen que todos compartimos sobre los atletas de alto rendimiento es la del éxito a partir de la tenacidad, el sacrificio y un enorme talento en sus disciplinas. Las historias sobre ellas y ellos nos cautivan precisamente porque superan adversidades que no son comunes y nos entregan hazañas que parecen imposibles.
Hace poco la Agencia Mundial Antidopaje (WADA por sus siglas en inglés) declaró a un diario deportivo nacional que no hay una prohibición en deportistas de élite para usar muchos de los medicamentos con los que se tratan diferentes padecimientos de salud mental. El solo hecho de que una o uno de ellos pudiera estar en una situación de necesidad de esas medicinas y tratamientos siempre es una noticia mundial.
El caso más reciente fue la formidable gimnasta Simone Biles, pero antes ya había ocurrido con la tenista profesional, candidata a ser la número uno del mundo, Naomi Osaka, y antes hubieron muchos otros casos, entre ellos el de Michael Phelps, tal vez el nadador más exitoso de la historia.
El deporte profesional y amateur es una de nuestras grandes aficiones en todo el planeta. Hacer ejercicio es un hábito indispensable para tener una buena salud física y mental, pero tener como referencia al ídolo del momento ayuda mucho a mantener rutinas y objetivos.
Además, es una forma de entretenimiento que nos hace coincidir como pocas actividades colectivas. Podríamos discrepar en una batería de temas, pero en el momento que llega la coincidencia en aficiones, equipos, jugadores y deportes, somos más propensos a ponernos de acuerdo e incluso a compartir con aquellos que son rivales.
Las Olimpiadas, incluyendo las que acaban de pasar en medio de la pandemia, siguen convocando a millones de personas que están al pendiente de las medallas, los récords y las historias de superación que cada cuatro años se repiten con intensidad en la justa internacional.
Se ha dicho que las competencias deportivas funcionan como una manera de resolver conflictos que no podrían solucionarse de otra forma o se harían de una manera mucho menos agradable. Que sus representantes pudieran presentar padecimientos de salud mental sigue siendo una sorpresa general.
No lo es. Una persona que aparentemente lo tiene todo, fama, prestigio, reconocimiento y capacidad económica puede sufrir de un padecimiento mental en cualquier instante. Está comprobado científicamente que la relación entre éxito social y paz interna no es automática.
Las y los atletas de alto rendimiento pagan un precio muy elevado para destacar. Millones de jóvenes compiten alrededor del mundo en disciplinas deportivas y un porcentaje amplio lo hace con la mira puesta en convertirse en un campeón. Como es de esperarse, la mayoría no lo consigue y eso incrementa la presión para quienes tienen esa mezcla de talento, compromiso, condición física y dedicación que supera a los demás, por mucho al promedio.
Si pensamos que esta época es la que acabó con nuestra intimidad gracias a las redes sociales y a las cámaras en los teléfonos celulares, consideremos a mujeres y hombres que de pronto son vigilados constantemente porque son atletas destacados.
La línea entre la victoria y la derrota es delgada, depende de factores que no están bajo el control de los competidores y son un riesgo latente para un deportista competitivo. No obstante, los medimos por los resultados que obtienen y el mínimo es, erróneamente, el triunfo.
Tal vez como aficionados y como miembros de una sociedad solidaria podríamos modificar esta exigencia y regresar a la idea original de que lo importante es la competencia, una en la que los participantes y quienes los apoyamos con nuestras porras pongamos atención en preservar la salud mental por encima de marcas, metas y número de anotaciones. Podría hacer todavía más humano al deporte y quitarle presión a los deportistas que nos cautivan.
Autor: Luis Wertman Zaslav
Fotografía: Simone Biles, gimnasta estadounidense (Getty Images)
Fuente: Publimetro