La gimnasta perfecta que huyó del régimen comunista de Ceausescu repasa su trayectoria deportiva, su «complicada» vida, y se pronuncia sobre los casos de abusos.
Tras la sonrisa perenne de Nadia Comaneci se esconde una leyenda del deporte. En 1976, hizo historia al conseguir el primer «10 perfecto»en un ejercicio de gimnasia en unos Juegos Olímpicos. Convertida en un icono, regresó a Rumanía, donde fue utilizada como instrumento del régimen comunista de Nicolae Ceausescu. En 1989, huyó del país rumbo a Estados Unidos. Como ella misma cuenta, su historia es digna de la gran pantalla: «Han pasado tantas cosas en mi vida que probablemente necesitaría dos películas».
La fascinante historia de Nadia comenzó en 1961 en Oneste, su pueblo. Con apenas seis años, fue reclutada por Béla Károlyi. Las rutinas de su entrenador fueron polémicas por su alta exigencia, aunque ella discrepa: «Hacía mucho más de lo que me pedía. Cuando me decía que hiciera cinco rutinas en la barra, yo hacía siete». Pese a que llegó a sus primeros Juegos con grandes logros en su mochila, fue en Montreal donde su talento la convirtió en un mito.
El control de Ceucescu
El 18 de julio de 1976, la niña de 14 años y 30 kilos con maillot blanco, lazo rojo y coleta se disponía a iniciar su ejercicio en barras asimétricas. Después de tocar el cielo con sus medias puntas, todo el estadio enloqueció. Sin embargo, el marcador no estaba preparado para dar una máxima calificación y mostró un «1,00». «Pensé: «Qué horror». Me había salido peor que en los entrenamientos, pero no tan mal (ríe)». Acto seguido, la megafonía anunció que la nota realmente era un «10,00». El público asistente estalló de júbilo y Nadia logró su primer oro olímpico. «El 10 no era mi objetivo. Era muy joven y no fui consciente de lo que suponía». Luego consiguió seis dieces perfectos más.
Antes de aquel metal, Béla Károlyi ya la había convertido en una campeona. Junto a su mujer Márta, pulió un diamante en bruto y creó a la mejor gimnasta de todos los tiempos. Los veinte segundos de Montreal bastaron para que el mundo pusiera los ojos en aquella niña. El ejercicio de Nadia marcó un hito dentro de la gimnasia y contribuyó, sin duda, a la expansión de este deporte: «No creo que mejorara la gimnasia. Considero que causé un impacto y que la gente conoce este deporte, en parte, gracias a mí. Ahora es más importante y quizá yo ayudara con mi «10» a despertar la curiosidad».
Consagrada como una estrella mundial, volvió a su Rumanía natal, gobernada por un Nicolae Ceausescu que laconvirtió en un instrumento para su beneficio. Agasajada con una casa, un coche, un sueldo del Estado y con varios honores patrios, Nadia, que no dejaba de ser una niña, se centraba en seguir entrenándose y compitiendo. La admiración que despertaba sirvió como propaganda del régimen comunista, del que sufrió una dura condena en forma de un estricto control.
En los Juegos de Moscú de 1980 continuó acumulando éxitos. Dos oros y dos platas más cerraron su carrera olímpica. Cuatro años después de lograr aquella marca histórica, el final de Nadia estaba cerca. La presión sobre su persona era máxima e incluso se habló de fracaso olímpico a pesar de sus cuatro metales. En 1981 se retiró de las competiciones. Aquel año, un suceso cambiaría su vida. Sus dos entrenadores, Béla y Márta Karolyi, quienes la habían acompañado durante toda su carrera, desertaron durante una gira por Estados Unidos. Nadia sí regresó a su país, pero Ceausescu temió que pudiera seguir los pasos de sus técnicos e impuso sobre ella una férrea vigilancia que terminó por ahogarla. En 1989, optó por huir. «Quería formar parte de este deporte, estar involucrada en el movimiento olímpico. Quería ayudar y tomar mis propias decisiones, por eso me fui. Quería ser libre». Una fría noche de otoño salió de su casa, cruzó un bosque junto con otros cinco desconocidos y llegó a Hungría, desde donde partiría a Austria y, de ahí, a Estados Unidos. Y comenzó una nueva vida.
Rumana de nacimiento y estadounidense de adopción, como ella misma se define, tiene un vínculo muy especial con la tierra que la vio crecer, donde se casó con el también exgimnasta Bart Conner: «Siempre que puedo vuelvo y trato de enseñar lo que sé de mi deporte y motivar a las nuevas generaciones, animándolas a seguir con su carrera y con lo que aman».
La niña que en 1976 se convirtió en una estrella no ha desaparecido. Nadia sigue amando la gimnasia y continúa ruborizándose cuando se le recuerda lo que supone para esta disciplina. La exatleta, eso sí, no se siente tan cómoda cuando se le pregunta por alguno de los episodios de su vida: «Son pasado». Nadia sabe lo extraordinario de su historia personal, y aunque entiende la fascinación del mundo por ella, no comparte ese sentimiento: «Mi vida es muy complicada. ¿Interesante? No para mí, pero sí probablemente para mucha gente. He aprendido muchas cosas y he sobrevivido a otras tantas. El régimen comunista hizo que huyera de mi país».
De deporte noble a basura
Desde que se retiró, Nadia se ha dedicado a los demás. Fundó una academia de gimnasia artística junto con su marido en Oklahoma y forma parte de varias asociaciones para, según dice, «mejorar la vida de niños como Dylan», su hijo: «Aunque me retiré de competir, seguí y sigo haciendo cosas para diferentes fundaciones. En la Fundación Laureus tenemos lo mejor de lo mejor. Los deportes es de lo que nosotros sabemos y con él intentamos ayudar a las nuevas generaciones. Tengo un hijo, y para mí, eso es lo mas importante».
La gimnasia se ha visto salpicada en los últimos tiempos por el escándalo de los abusos sexuales perpetrados por Larry Nassar. El médico del equipo olímpico de gimnasia estadounidense abusó de más de 140 niñas durante casi dos décadas y se enfrenta a una durísima condena. Nadia Comaneci, preguntada sobre este tema, alaba la valentía de las denunciantes: «Estoy orgullosa de las mujeres que denunciaron y hablaron de los abusos. Creo que en muchos clubes del mundo la gente se preocupa por la seguridad de los niños. Hay muchas normas para la gente en estos lugares. Es una buena plataforma para que las mujeres sepan que pueden hablar alto para que algo así no vuelva a pasar otra vez», asegura en tono serio la gimnasta de la eterna sonrisa.