Tal vez por ello recibió el Nobel de la Paz. Venía de Africa, continente sufrido que siempre lo inspiró a ver las cosas con los ojos de los humildes y necesitados. Los organismos internacionales no suelen ver lo que el vio: que deben ir más allá de sus “papiros” originariose inclinarse para acercarse a quienes sufren.
Sabía que la confianza de la gente en sus líderes estaba resquebrajada y gerenció para recuperarla, al punto, de que muchos los reconocían como un referente indispensable. A pesar de que algunos escándalos estallaron al final de su misión, para quienes siguieron su hoja de ruta fue “la personificación de la decencia humana”.
Su sonrisa y –algo que nunca falla- su mirada limpia lo precedían como una carta de presentación que acogía y cobijaba. Recibió el Premio Nobel de la Paz en 2001 “por su trabajo por un mundo mejor organizado y más pacífico”. En 2012 fue galardonado con el Premio Confucio de la Paz por “su enorme contribución a la reforma y resurgimiento de las Naciones Unidas y como enviado especial de la ONU y de la Liga Árabe en Siria”.
Con razón, el actual secretario general de la ONU, Antonio Guterres, dijo: “Kofi Annan era una fuerza que guiaba hacia el bien”. Y la propia ONU tuiteó: “Una vida bien vivida, una vida que merece ser celebrada”.
Nació en 1938 en Ghana y murió en Berna en 2018. Su legado perdura y es reconocido y proclamado por un amplio consenso de figuras que no ahorran términos elogiosos para él. Los expertos recomendaban, al dejar Annan la Secretaría General de ONU “oír sus palabras de despedida y tenerlas en cuenta para orientar los años venideros es algo que deben hacer líderes y dirigentes”. Allí habló de las 5 lecciones fundamentales que aprendió. La primera, que “la seguridad de cada uno de nosotros está vinculada a la de todos los demás”.
La segunda parecía dictada por el Papa Francisco: “La solidaridad mundial es necesaria y posible”. Necesaria para cumplir con los Objetivos del Milenio, erradicar el hambre y la pobreza, para contrarrestar las injusticias de la globalización, para que el comercio sea equitativo y justo y para que los más poderosos ayuden a los países más necesitados.
La tercera, “el respeto de los derechos humanos y del estado de derecho”. La cuarta, “los gobiernos deben rendir cuenta de sus acciones en el plano internacional así como en el nacional”. Y la quinta, “solo podemos lograr todas las cosas trabajando mediante un sistema multilateral”, como unas Naciones Unidas renovadas, en donde no sólo los ricos y poderosos manden, en donde se escuche con respeto a todos y no existan discriminaciones.
Son palabras que podrán ser escuchadas por la humanidad sin que pierdan jamás vigencia y, si por ventura la perdieren, repasarlas como cartilla para no repetir errores que tan caro han costado. Ese era Kofi Annan, al que ya llaman “el símbolo de la ONU”.