Por Xóchitl Pimienta Franco
Vale la pena reflexionar si las mujeres toman decisiones de Estado sustantivamente diferentes y/o mejores que sus contrapartes. El cambio de paradigma tal vez no dependa sólo de una cuota.
La participación de las mujeres en la vida pública es histórica, pero no necesariamente reconocida o suficiente, impensable una Revolución Mexicana sin Adelitas, la Independencia sin Josefa Ortiz de Domínguez, el voto de las mujeres sin esa primera iniciativa de Hermila Galindo, la diplomacia sin Olga Pellicer y Rosario Castellanos entre muchas otras mujeres que han abonado a la construcción de este México tan imperfecto. No ha sido menor la lucha por abrir lugares para su participación, de ahí que surgieran las cuotas de género, una herramienta de acción afirmativa que reserva un porcentaje determinado a puestos de toma de decisión y candidaturas políticas para las mujeres.
Este mecanismo debería permitir que se alcance la igualdad efectiva, pues implica que las mujeres deben sumar un número o porcentaje determinado en las listas de candidatos a los congresos locales y nacionales, las cuotas deberían poder hacerse efectivas a través de la vía constitucional, legislativa o por iniciativa de los partidos políticos, sin embargo, aún no es así y aunque no es consuelo, el nuestro no es el único país en el que este sistema no ha terminado de cristalizarse. De acuerdo con el Informe sobre Desarrollo Mundial 2017 del Banco Mundial, en los últimos 25 años se han propagado por el mundo diferentes formas de cuotas de género para que las mujeres puedan tener más presencia en las legislaturas de sus países, señala también que de 74 países estudiados en 26 de ellos se alcanzó la representación de genero deseada y hasta 2016, los 48 países restantes no habían cumplido. En México se aprobó la ley de cuotas en el año 1996, cinco años antes que Argentina, primer país latinoamericano en incluirlas en su legislación.
Desde su nacimiento, este sistema ha enfrentado diversos argumentos a favor como señalar que si las mujeres son más de la mitad de la población, deberían estar proporcionalmente representadas o que no vulneran el derecho de los lectores a decidir libremente, pues el resultado final se da en las urnas y argumentos en contra por ejemplo que se asume que el género es una cualidad más importante que la capacidad o la experiencia y también que se podría prestar a un mal entendido si no se da el mismo trato a otros grupos como las minorías étnicas o religiosas.
Pero valdría la pena preguntarse si las mujeres legislan, representan, o toman decisiones de Estado sustantivamente diferentes y/o mejores que sus contrapartes hombres. Pienso por ejemplo en el Servicio Exterior Mexicano, donde el ingreso y ascenso depende de los méritos personales y la participación de las mujeres se ha incrementado sin tener que exigir una cuota de género. Recuerdo también a Margaret Thatcher, Angela Merkel, Aung San Suu Kyi, Theresa May, Hillary Clinton y Michelle Bachelet quienes han demostrado que las barreras de género pueden romperse sin cuotas.
Hay también otros ejemplos de historias no tan célebres como el caso de Corazón Aquino, Imelda Marcos, Dilma Rousseff o Indira Gandhi, quienes al igual que muchos hombres, fueron acusadas por escándalos de corrupción y abuso de poder.
El cambio de paradigma tal vez no dependa solamente de una cuota, sino de un conjunto de elementos que venzan las resistencias y garanticen que las mejores mujeres y los mejores hombres lleguen a los espacios de poder para que nos defiendan y nos hagan sentir plenamente identificados, representados e incluidos más allá de las fronteras de la vida política de nuestro país.
Fuente: Forbes