Por José María Gay de Liébana
Trump vio la luz verde a su reforma fiscal, aunque, eso sí, con ligeros recortes, porque tampoco se trataba de que la Cámara diera el visto bueno tal cual a una normativa de fuste tributario. Cualquier bajada de impuestos, desde luego, da alas a los contribuyentes, contagia de ilusiones e imprime un renovado vigor en la economía.
El mejor impacto del paquete normativo aprobado en Estados Unidos se concentra en el impuesto sobre sociedades, un impuesto que en muchos países se está retocando a la baja para evitar la fuga de sociedades hacia otros territorios con fiscalidad más tierna y apacible, para acabar con la triangulación fiscal que las multinacionales llevan a cabo jugando con sus subsidiarias domiciliadas en zonas de baja tributación y para animar la inversión en el propio país que conlleve la creación de empleo y que la actividad se acelere.
Hasta ahora el tipo de gravamen del impuesto sobre sociedades en Estados Unidos era del 35% y la reducción aprobada lo rebaja al 21%. Por consiguiente, las empresas norteamericanas, que en estos años están cosechando suculentas ganancias que redundan en sus elevadas cotizaciones bursátiles y en generosos repartos de dividendos, saben que desde ahora sus beneficios se gravarán en menor cuantía y el excedente libre de impuestos, que se aplica a distribuir dividendos y a aumentar las reservas, crecerá. Lo uno lleva a lo otro: si las acciones cotizaban con júbilo hasta el momento, con mayor entusiasmo cotizarán en este arranque de año.
El extremo descollante del asunto viene dado por el interesante aliciente que se promulga para la repatriación de beneficios hacia Estados Unidos. Hasta ahora, cuando una compañía multinacional norteamericana repatriaba las ganancias obtenidas fuera de Estados Unidos, tributaba sobre las mismas, en el momento de su repatriación, el 35%. Mientras que si no las repatriaba, el efecto del impuesto sobre beneficios era exactamente el mismo, es decir, su resultado antes de impuestos se veía aminorado por la carga tributaria, pero con un detalle singular: el impuesto quedaba diferido hasta que se procediera a la repatriación. Pues bien, el meollo nuclear de la reforma legislativa de Trump viene dado por la importante reducción de la tasa de repatriación que se fija en el 15,5%, por debajo incluso del nuevo tipo de gravamen del 21%.
Se habla de que las grandes multinacionales norteamericanas tienen una tesorería de cerca de 1,4 billones de dólares fuera de Estados Unidos y solo las grandes tecnológicas concentran sobre los 500.000 millones de dólares lejos de allí. Para ser exactos, al cierre de 2016, los fondos monetarios de Apple, Alphabet, Microsoft, Amazon y Facebook ascendían, según sus respectivos balances, a 626,000 millones de doláres. Solo Apple, a la cual se toma como referencia usual, lucía unos fondos monetarios a 30 de septiembre de 2017 —fecha de cierre de su último balance— de casi 270.000 millones de dólares.
Una parte más o menos grande de esas sumas de dinero —con el incentivo fiscal de tributar al 15,5%— se moverán desde los lugares en que actualmente se encuentren depositadas hacia Estados Unidos. Con tantos billetes, ¿qué se hará? Por lo pronto, reducir parte de la deuda que las grandes compañías hayan contraído para poder pagar dividendos en Wall Street al estar, hasta hoy, su liquidez a buen recaudo lejos de América. En segundo lugar, a repartir dividendos y poner en marcha programas de recompras de acciones que devienen en aumentos de rentabilidad para los inversores que permanezcan vinculados a la empresa y hacer efectivas sus plusvalías para los accionistas que opten por vender parte de sus títulos. No solo eso, además, al mejorar los beneficios generados por la compañía se satisfacerán retribuciones o pluses extraordinarios a los empleados.
Se calcula en unos 200.000 millones de dólares la suma que recaudará el fisco norteamericano. Los ahorros fiscales anuales de los que se beneficiarán a partir de ahora las multinacionales norteamericanas rondarán los 150.000 millones de euros. Por cierto, ¿qué se hará además con tanto dinero en cash por parte de un gran número de conglomerados norteamericanos? Invertir y crear empleo y, a la vez, aumentar salarios.
La historia de esa reforma fiscal de Donald Trump, con todo, no acaba aquí. Algunas de las grandes compañías europeas que también están en Estados Unidos se plantearán la posibilidad de reubicar parte de sus actividades empresariales en suelo norteamericano. Este es el caso de los gigantes automovilísticos alemanes que desde hace años fabrican varios de sus modelos en Estados Unidos. De confirmarse esa perspectiva, las inversiones se concentrarían allí y la creación de empleo también. Sumemos a ello la vía de desregulación en la que insiste Trump y los ajustados costos de energía que se dan en Estados Unidos. Por consiguiente, Estados Unidos gana una baza de competitividad frente a Europa y Japón. Entretanto, en Europa, las autoridades arremeten con dureza contra el paquete fiscal de Donald Trump. ¿No sería mejor que actuaran en pro de la economía europea en vez de poner tantas trabas y colocar tantos obstáculos burocráticos, de fustigar tanto a sus empresas, de cargarlas de absurda legislación en su afán desmedido por regularlo todo y exigir tributaciones tan elevadas?
Fuente: okdiario.com