“I know always that I am an outsider;
a stranger in this century and among those who are still men.”
H. P. Lovecraft
La intención de este texto es hacer referencia a la idea de una “post humanidad” que ha estado presente en la ciencia ficción y se materializa de manera última en lo cyborg y el androide, un ser que se encuentra a media vía entre lo humano y lo no humano; lo intervenido, lo que tiene un propósito útil y no debería perderse en el devaneo de elucubraciones filosóficas; la entidad a la que se ha suprimido la facultad de recibir y emitir amor. Esto con el fin de indagar la manera en que este tema abre la puerta a una preocupación de la humanidad sobre sí misma, así como a las implicaciones que podría tener en el futuro la posibilidad de coexistir con dichas entidades.
Se podría citar una veintena de referencias de la ciencia ficción donde se enuncia la idea de una “post humanidad”: seres intervenidos en una u otra forma por dispositivos tecnológicos que modifican su relación con los otros –es decir, quienes gozan del privilegio de la humanidad– y con ellos mismos respecto de esa otredad.
Grandes clásicos del cine y la literatura tienen como eje de sus tramas la idea de sujetos que encarnan el conflicto de no pertenecer; entidades cuasi humanas o despojadas por completo de su humanidad que comienzan a preguntarse en dónde reside su valor como sujetos si son “lo otro”.
Entonces trasladamos el drama que implica sabernos vivos y arrojados en el mundo a seres que no necesariamente poseen una vida (tal como ésta se ha entendido hasta ahora); se despliega HAL 9000 de Odisea del espacio; “V” de V for vendetta; los replicantes de Blade Runner; los extraños de Ciudad en Tinieblas; los androides de Prometeus y Alien: Covenant; Ava de Ex Machina; los cultivos humanos de Un mundo feliz; el hombre bicentenario, Motoko Kusanagi de Ghost in the Shell, y algunos protagonistas de las historias de Lovecraft. La lista puede extenderse aún más, dejándonos ver una idea que se ha ido modificando a lo largo de diversas producciones culturales, pero que deja entrever una preocupación filosófica que atañe a la condición misma de lo humano.
Con la modernidad, parecía enunciarse una idea acabada de lo que es humano, por eso resultó después interesante traer a cuenta la posibilidad que brinda la novela Frankenstein o El moderno Prometeo, de la escritora inglesa Mary Shelley, –relato al que por cierto se hacen fuertes guiños en Blade Runner, 2001 Odisea del Espacio y Prometeus– y que es considerada la primera novela moderna de ciencia ficción. En ella, la creación adquiere una consciencia de su monstruosidad post humana y se propone destruir a su creador: el Dr. Frankenstein. Se dice que se puede ser monstruo por exceso o por defecto de un atributo, en este caso, el atributo es la humanidad y lo que pareciera ser una monstruosidad por defecto podría revelarse como una por exceso en los textos y filmes que se han mencionado, lo cual desencadena una potencial tragedia.
Pero aquí, mas que centrarnos en el campo de estudio de la teratología, la “anomalía” excede sus límites físicos hasta trascender a las raíces ontológicas del horror que produce lo que es próximo y distante al mismo tiempo, como un maniquí o una muñeca, que poseen expresión humana, pero están desprovistos de un espectro de emociones y, por eso, producen miedo a muchas personas. Son incluso tema recurrente en filmes de terror.
Sin embargo, aquí la posibilidad inquietante es que, contrario a su finalidad primaria, estas creaciones proto humanas cuenten con atributos comúnmente asociados a la humanidad: consciencia, emociones, moral, pertenencia, sacrificio y, lo más inquietante, la posibilidad no sólo de recibir, sino de sentir amor, ya sea por entidades de su mismo tipo o incluso por entidades humanas. Este tema ha sido explorado de manera más o menos amplia en los filmes mencionados, por lo que es conveniente revisar algunos casos más adelante.
Otra cuestión importante al hablar de las representaciones de lo post humano es la repetición. En la ciencia ficción, los androides cuentan, por lo general, con atributos situados socio históricamente, pero también se les representa con atributos ”perennes”. En varios filmes y novelas se les asocia a un género, una situación económica, una postura política y una condición moral, las cuales son extraídas nada más y nada menos que de las sociedades donde son creados. No representa lo mismo María de Metrópolis (1927) que Ava de Ex Machina(2015), pero hay constantes significativas que no se pueden obviar, como el que ambas están sexuadas.
El manifiesto cyborg
Para comenzar a explicar los tópicos centrales de este texto, resulta conveniente recurrir a la académica estadounidense Donna Haraway, quien en su Manifiesto cyborg condensa parte de las inquietudes planteadas con anterioridad:
“El cyborg es un organismo cibernético, un híbrido de máquina y organismo, una criatura de realidad social y también de ficción (…) La ciencia ficción contemporánea está llena de ciborgs –criaturas que son simultáneamente animal y máquina, que viven en mundos ambiguamente naturales y artificiales. La medicina moderna está asimismo llena de ciborgs, de acoplamientos entre organismo y máquina, cada uno de ellos concebido como un objeto codificado, en una intimidad y con un poder que no existían en la historia de la sexualidad. El ’sexo’ del ciborg restaura algo del hermoso barroquismo reproductor de los heléchos e invertebrados (magníficos profilácticos orgánicos contra la heterosexualidad). Su reproducción orgánica no precisa acoplamiento”.[1]
En el Manifiesto cyborg, una de las premisas consiste en erradicar el género, la idea del cyborg es un ser que fusiona a la máquina con lo humano y que no necesita de distinciones, la pregunta aquí es: ¿qué necesidad hay de que las creaciones post humanas, reproduzcan la categorización binaria del género que ha prevalecido a través de la historia?
¿Es acaso un mecanismo para mitigar la angustia que puede producir a la humanidad lo no binario?
El Prometeo moderno
Para explorar parte de estas cuestiones, se traen a cuenta los filmes Blade Runner (1982) y Blade Runner 2049(2017). El segundo dirigido por Denis Villeneuve; el primero, por el director británico Ridley Scott, gran referente de la ciencia ficción cinematográfica, quien también da cabida al tema de la relación entre cyborg y emocionalidad en otros filmes como Prometeus (2012) y Alien: Covenant (2017); en efecto, la premisa de estos cuatro filmes tiene una arista en común: la noción del Prometeo moderno, planteada por Mary Shelley. Dicha figura, tras enrolarse en una discusión interna sobre su ser y sus emociones, termina por masacrar –aplastando la cabeza– a su desventurado creador, ya sea Frankenstein, Tyrell o Wayland.
Con su estética film noir y cyberpunk que crea escuela en producciones fílmicas posteriores, Blade Runnerresulta en ocasiones más fiel a la novela negra que a una prospectiva del mundo futuro en donde los valores que prevalecen en la mayoría de las sociedades occidentales contemporáneas hayan sido superados. Sus protagonistas convergen en un Los Ángeles distópico, donde las luces de neón y la sobrepoblación inundan los decadentes y húmedos espacios urbanos.
La historia empieza con Deckard, un caza replicantes contratado para aniquilar modelos Nexus-6 que han salido de control, es decir, ejemplares problemáticos como Roy Batty, el comando que termina asesinando a su creador; Zhora, que es una trabajadora sexual, y Pris, un “modelo básico de placer”. En 1982 quizás no supondrían que 35 años después la existencia de androides como modelos de placer no resultaría algo descabellado, incluso que ya existirían ejemplares destinados a esos fines para quienes pudieran costearlos.
Modelos de amor y de placer
Someter a un androide a una función sexual para complacer seres humanos –típicamente hombres– es un tema recurrente en la ciencia ficción. Así como Zhora, Pris y el modelo Joi en Blade runner 2049, podemos encontrar casos similares en la saga Ghost in the Shell, donde se da una serie de asesinatos y suicidios por parte de robots destinados al entretenimiento sexual. Lo mismo sucede en el film Ex machina (2015), donde el creador de los androides, una especie de Elon Musk ficticio, al desarrollarles, les dota de un género –el femenino–, así como de características deseables en lo femenino, es decir, belleza, obediencia, delicadeza. Al final, esta historia sigue recreando el mito del Prometeo moderno, y las androides entran en la crisis que les lleva a despreciar su función y a desestabilizar el orden.
Sin embargo, usar un androide para satisfacer sexualmente a un ser humano no suena ni la décima parte de inquietante como que el androide se convierta en depositario de emociones profundas por parte de éste, de su amor. Esta posibilidad, que queda latente en Blade Runner con la relación amorosa entre la replicante Rachel y el humano Deckard, se desarrolla y complejiza en Blade Runner 2049. En la siguiente entrega de la saga, la posibilidad de que estos personajes hayan procreado un hijo/hija y las implicaciones prácticas y filosóficas de este hecho es el tema central del filme.
A partir de ahora el problema ya no se centra en que un dispositivo tecnológico pueda ser el medio para canalizar emociones y pulsiones, como ha sido hasta hoy. Es decir, en la actualidad, la tecnología es un elemento importante para gestionar emociones, pero nunca deja de ser lo intermediario; es el medio, nunca el fin. Hoy en día se usan aplicaciones para vincularse emocional y/o sexualmente con otra persona, pero la aplicación no es el depositario donde se pudieran “verter” las emociones; por eso el planteamiento que se hace en las dos entregas de Blade Runner podría resultar escandaloso si se diera en el actual panorama social, ya que lo androide y lo cyborg dejarían de ser el canal para ser el depositario de las afectividades humanas.
Se puede encontrar otro ejemplo en el film Blade Runner 2049, en el que uno de los protagonistas, K –no sabemos si en referencia a Kafka–, replicante y, a la vez, blade runner, comparte su vida doméstica con su pareja, un holograma llamado Joi que es producido en masa para un público como él. Joi está no sólo generizada, sino sexualizada. Posee las características que se asocian a lo deseable en lo femenino, pero no en los mismos términos que las prostitutas replicantes, pues Joi está configurada para cumplir los deseos de estabilidad y amor que pudiera tener un hombre y adecuarlos a lo que él quiera. El nombre mismo Joi (Joy) debe hacer referencia a su traducción del inglés, alegría, regocijo, júbilo, placer.
En los filmes de Scott, los androides reproducen todo el entramado de diferenciaciones que las culturas occidentales suelen asignar a los hombres y las mujeres, dejando incluso la posibilidad de que haya entidades androides que no se adscriban a esa categorización binaria, al menos en el panorama que se muestra en los filmes no aparecen androides que no puedan ser categorizados binariamente. Entonces ¿qué función podría cumplir en un mundo distópico la hetero normatividad en lo androide?, ¿por qué no escapa lo androide del mandato hetero normativo en la ciencia ficción?
“¿Por qué el hecho de que dos replicantes (Deckard y Rachael de la primera Blade Runner) hayan formado una pareja sexual y creado un ser humano a la manera humana es experimentado como un hecho traumático, celebrado por unos como un milagro y censurado por otros como una amenaza? ¿Se debe a la reproducción o al sexo, es decir, a la sexualidad en su forma específicamente humana? La imagen de la sexualidad en el filme es convencional: el acto sexual se presenta desde la perspectiva masculina, de modo que la mujer androide de carne y hueso es reducida a soporte material del holograma mujer-fantasía Joi, creado para servir al hombre. El filme simplemente extrapola la tendencia, ya en auge, de las cada vez más perfectas muñecas de silicón”.[2]
El caso de K[3] resulta particularmente interesante porque él tampoco es un ser humano, y Joi, su pareja, posee aún “menos” humanidad que él al ser sólo un holograma, una entidad poseedora de emociones, pero desprovista de la materialidad necesaria para consumarlas. Sin embargo, ambos se enrolan en una intensa relación que trasciende lo sexual y se centra en una emocionalidad establecida a partir de algo que no termina de estructurarse: la humanidad de ambos; no obstante, los dos, en distintas partes de la trama, son capaces de un acto eminentemente humano: el sacrificio, debidamente impregnado de amor, entonces ¿en dónde reside la cualidad humana si los androides y hologramas pueden ejercer y gestionar tales emociones?
Después de explorar la noción de arrebatar el poder de dios y trasladarlo a la humanidad (lo que cimentó la ciencia ficción clásica), llegamos al arrebato del poder humano para trasladarlo a la máquina. En ambos casos está la posibilidad latente de despojar al creador y masacrarlo o, al menos, desestabilizar sus “certezas ontológicas”.
La preocupación de la humanidad por ser expulsada del encumbrado sitio que se confirió con la modernidad está presente en un sin fin de producciones fílmicas y literarias, con justa razón esta inquietante posibilidad se ha explorado hasta la saciedad. Hay algo en la opresión de lo androide, situándole como la otredad, que ha interpelado a la humanidad y que le sigue perturbando, especialmente la posibilidad (lejana o no) de que, en efecto, lo cyborg de paso a la existencia de androides que suplanten las funciones que hoy en día llevan a cabo seres humanos, como trabajar, razonar… amar.
Si aún hoy después de la larga trayectoria de luchas sociales sigue resultando polémico para ciertos sectores que se legalice y/o legitime el amor entre personas humanas del mismo sexo, no me resulta difícil imaginar el tipo de discusiones que podrían suscitarse en torno a la posibilidad de amar un “artefacto”. Más allá de tomar partido sobre este tema, considero que resultaría un desafío importante para la humanidad en el entendimiento de sí misma, pensar en la existencia de sujetos post humanos que supongan un embate para una de la pocas certezas de las que gozamos hoy en día: el reconocer qué es humano y qué no.
Esto abriría la discusión sobre cuáles cuerpos/dispositivos son sujetos de recibir y construir afectividades, discusiones que no son lejanas, porque incluso entre la misma humanidad hay una cadena de opresiones finamente estructurada y, en estos términos, puede resultar hasta banal llevar la preocupación a lo androide, sin antes haber abordado cabalmente lo humano.
Sin embargo, cabe preguntarnos si no sentimos una inquietante, pero conmovedora emoción al escuchar cantar a Hal 9000, cada vez de manera más disonante, “There is a flower whitin my heart, Daisy, Daisy! Planted one day by a glancing dart” mientras “moría”, mientras su avispada inteligencia cumplía –contra su voluntad– su función de subyugarse a lo humano y no consumar, al menos esta vez, el recurrente mito del Prometeo moderno.
Bibliografía
- Álvarez, C., Monstruos y grotescos: Aproximaciones desde la literatura y la filosofía, Aldus Universidad Autónoma del Estado de México, México, 2015.
- Haraway, D., Manifiesto cyborg, El sueño irónico de un lenguaje común para las mujeres en el circuito integrado, 1984.
- Žižek, S., “Una vista del capitalismo post humano”, consultado en: https://www.latempestad.mx/capitalismo-zizek/ el 04/12/2017
Notas
[1] Haraway, D., Manifiesto cyborg, El sueño irónico de un lenguaje común para las mujeres en el circuito integrado, 1984.
[2] Žižek, S. (2017) Una vista del capitalismo post humano consultado en: https://www.latempestad.mx/capitalismo-zizek/ el 04/12/2017
[3] Personaje de Blade Runner 2049 mencionado anteriormente.