LONDRES — No hace falta tener una credencial de revolucionario para deducir que el capitalismo global tiene un problema.
En la mayor parte del mundo, los trabajadores enfurecidos denuncian la escasez de empleos con sueldos que permitan aspirar a una vida de clase media. Los economistas intentan resolver el crecimiento cada vez menor de los salarios, justo cuando los robots están listos para remplazar a millones de trabajadores humanos. En la reunión que se celebra cada año en el complejo turístico suizo de Davos donde se reúne la élite mundial, los multimillonarios caciques financieros debaten la manera de hacer que el capitalismo sea más amable con las masas para apaciguar al populismo.
He aquí el ingreso básico universal.
La idea es ganar terreno en muchos países con una propuesta que suavice los bordes del capitalismo. A pesar de que los detalles y las filosofías varían de lugar en lugar, la noción general es que el gobierno otorga cheques a todo el mundo de forma regular, sin importar el ingreso de cada uno o si están trabajando. El dinero garantiza el alimento y el techo para todos, y, al mismo tiempo, elimina el estigma del apoyo gubernamental.
Hay quienes consideran que el ingreso básico es una manera de dejar que las fuerzas del mercado hagan su magia implacable por medio de la innovación y el crecimiento económico, mientras tienden un colchón para los que fracasan. Otros lo presentan como un mecanismo para liberar a la gente de los trabajos miserables que solo permiten vivir en niveles de pobreza: los trabajadores podrían organizarse para tener mejores condiciones o dedicarán más tiempo a sus capacidades artísticas. Otra escuela lo percibe como la respuesta necesaria para una época en la cual ya no se puede depender del trabajo para financiar las necesidades básicas.
“Cada vez estamos ante una mayor precariedad de empleos”, aseguró Karl Widerquist, un filósofo de la Universidad de Georgetown, campus Catar, y un defensor prominente de una red universal de seguridad social. “El ingreso básico da al trabajador el poder de decir: ‘Bien, si Walmart no me va a pagar lo suficiente, entonces ya no voy a trabajar ahí’”.
Es evidente que el ingreso básico universal es una idea que trae un impulso. A inicios de este año, Finlandia comenzó un experimento de dos años de ingreso básico a nivel nacional. Recientemente, en Estados Unidos, se completó una prueba en Oakland, California, y se está a punto de lanzar otra en la ciudad cercana de Stockton, una comunidad que fue golpeada por la Gran Recesión y la consecuente epidemia de ejecuciones hipotecarias.
La provincia canadiense de Ontario está inscribiendo a participantes para una prueba de ingreso básico. Varias ciudades de Países Bajos están explorando qué pasa cuando entregan subsidios en efectivo sin condiciones a gente que ya recibe alguna forma de apoyo gubernamental. Una prueba similar se está llevando a cabo en Barcelona, España.
Una organización sin fines de lucro, GiveDirectly, está por afianzar un plan para otorgar subsidios universales en efectivo en las zonas rurales de Kenia.
Durante siglos, el concepto del ingreso básico se ha presentado con varias apariencias y ha ganado adeptos en una franja sorprendentemente amplia del espectro ideológico: desde Tomás Moro, el filósofo social de Inglaterra, hasta el revolucionario estadounidense Thomas Paine.
Se podría suponer que el agitador y populista Huey Long, gobernador de Luisiana, el icono de los derechos civiles Martin Luther King Jr. y el economista del liberalismo Milton Friedman coincidirían en muy poco; sin embargo, todos defendieron una versión del ingreso básico.
Una clara señal de la aceptación que tiene el concepto en la actualidad fue que, hace poco tiempo, el Fondo Monetario Internacional —una institución que no es propensa a tener sueños utópicos— exploró la posibilidad de que el ingreso básico universal fuera un bálsamo para la desigualdad económica.
No a todos les gusta la idea. Los conservadores están inquietos porque creen que regalar dinero libre de obligaciones hará que las personas se vuelvan haraganes dependientes de los subsidios.
En el contexto estadounidense, cualquier conversación relacionada con una forma verdaderamente universal de ingreso básico también choca con la aritmética. Si todos los estadounidenses tuvieran 10.000 dólares al año —una suma que sigue estando debajo de la línea de pobreza para un individuo—, la cuenta llegaría a tres billones de dólares al año. Esta cantidad es casi ocho veces lo que Estados Unidos gasta en la actualidad en programas de servicio social. Fin de la conversación.
Los economistas estadounidenses que analizan el empleo son especialmente precavidos respecto del ingreso básico, debido a que los programas de seguridad social en Estados Unidos han sido recortados de manera significativa en décadas recientes, y los beneficios sociales, los de desempleo y los cupones para alimentos han sufrido una variedad de restricciones. Si el ingreso básico remplazara estos componentes con un programa gigante —la propuesta que podría ser del agrado de los libertarios—, cabe la posibilidad de que este se convierta en un gran blanco para más recortes presupuestales.
“Es probable que millones de personas terminen peor”, declaró en una reciente entrada de blog Robert Greenstein, presidente del Center on Budget and Policy Priorities, una institución de investigación con sede en Washington. “Si estuviéramos empezando desde cero —y nuestra cultura política fuera más parecida a la de Europa Occidental—, el ingreso básico universal podría ser una verdadera posibilidad. Pero no es el mundo en el que vivimos”.
Además, algunos defensores de los trabajadores desestiman el ingreso básico porque lo conciben como una forma errónea de enfrentar el problema real de no tener suficientes salarios de calidad.
“La gente quiere trabajar”, aseguró el economista ganador del Premio Nobel Joseph Stiglitz, cuando se le preguntó a principios de año sobre el ingreso básico. “La gente no quiere apoyos financieros”.
No obstante, algunos de los experimentos de ingreso básico que se están llevando a cabo han sido diseñados precisamente para animar a las personas a trabajar y que al mismo tiempo limiten su contacto con la asistencia pública.
En la prueba en Finlandia, los desempleados están recibiendo la misma cantidad de dinero que ya estaban obteniendo como beneficio de desempleo, pero los eximieron de las obligaciones burocráticas. La apuesta es que las personas utilicen el tiempo que están desperdiciando en solicitudes para obtener una capacitación que mejore sus carreras, para empezar negocios o para tener trabajos de medio tiempo. La prueba está remplazando un sistema en el que la gente que vive de los beneficios del Estado se arriesga a perder el apoyo si garantiza otro ingreso.
En resumen: se está presentando al ingreso básico no como un permiso para que los finlandeses holgazaneen en el sauna, sino como un medio para mejorar las fuerzas de destrucción creativa que son tan fundamentales para el capitalismo. Según esta lógica, una vez que el sustento haya dejado de ser una preocupación, las empresas débiles podrán cerrar sin inquietarse por las personas que se quedan desempleadas y asimismo liberarán capital y talento para operaciones más productivas.
De manera similar, las pruebas en Holanda, que se realizaron a nivel municipal, están orientadas a reducir la burocracia del sistema de desempleo. El experimento en Barcelona tiene el mismo objetivo.
Silicon Valley ha aceptado el ingreso básico como un elemento crucial para implementar la automatización de forma continua. Mientras los ingenieros buscan nuevas maneras de remplazar a los trabajadores humanos con robots, los financieros se concentran en el ingreso básico como un remplazo de los sueldos.
Un grupo activista conocido como Economic Security Project, entre cuyos financiadores se encuentra el cofundador de Facebook Chris Hughes, cubre los gastos del experimento en Stockton, California: el primer gobierno municipal que está listo para probar el ingreso básico. La prueba dará comienzo el próximo año; aún no se ha divulgado la cantidad de residentes que recibirán 500 dólares al mes.
La prueba en Oakland fue obra de Y Combinator, una incubadora de empresas emergentes. Sus investigadores entregaron diversos subsidios a algunas decenas de personas como una simple prueba de viabilidad para el ingreso básico.
La siguiente fase es mucho más ambiciosa. Los investigadores de Y Combinator planean distribuir subsidios a 3000 personas con ingresos por debajo del promedio en dos estados no revelados de Estados Unidos. Entregarán 1000 dólares al mes a 1000 personas, sin compromiso, y 50 dólares al mes al resto, con lo cual podrán comparar cómo utilizaron el dinero las personas que hayan recibido el subsidio y qué impacto ha tenido en sus vidas.
Un elemento clave de la iniciativa del ingreso básico es la suposición de que la gente pobre está en mejor posición que los burócratas para determinar cuál es el uso más benéfico del dinero de ayuda. En vez de obligar a que los receptores del dinero se enfrenten a reglas complejas y a un despliegue aturdidor de programas, lo mejor es simplemente dar dinero a la gente y dejarla decidir cómo usarlo.
Esta es una idea central del programa de GiveDirectly en Kenia, donde hace un año comenzó un estudio piloto en el cual se entregaron pequeños subsidios de efectivo sin condiciones a residentes de un solo pueblo: cerca de 22 dólares al mes. El programa está expandiendo sus miras, pues planea entregar subsidios a casi 16.000 personas en 120 pueblos.
Desde el punto de vista de la investigación, aún son las primeras etapas del ingreso básico, un momento para experimentar y evaluar antes de que se inviertan grandes cantidades de dinero en un nuevo modelo de asistencia pública.
No obstante, desde un punto de vista político, el ingreso básico parece haber encontrado su momento, el cual llegó a causa de las ansiedades de los más pobres y los trabajadores respecto de los ricos, quienes perciben la creciente desigualdad como un detonador potencial para ver muchedumbres blandiendo horquetas.
“El interés está surgiendo en todas partes”, afirmó Guy Standing, un investigador asociado a la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres. “Los debates que se están teniendo gozan de una fertilidad extraordinaria”.