Por Macky Arenas
El presidente venezolano anuncia aumentos de sueldo en medio de improperios contra la Iglesia tratando de «farsantes y fariseos» a sus miembros
El punto de inflexión para medir los niveles de impotencia del gobierno venezolano se hace evidente cuando se desata en insultos contra la Iglesia católica. La impotencia en momentos críticos ha estado acompañada de improperios contra los obispos, la manipulación verbal de los términos religiosos y una especie de compulsión confesional que lleva al jefe del Estado, sea Maduro o Chávez en su momento, que los lleva a formar escándalo en razón de su pretendida fe.
Cuando el peligro aprieta, hacen cadena nacional para declararse más cristianos y católicos que cualquiera, al tiempo que se deshacen en mofas y toda clase de agravios hacia los pastores de la Iglesia.
Ocurrió anoche cuando el presidente Maduro, en cadena nacional, reveló los montos de los aumentos al sueldo y bonos compensatorios que provocaron una mezcla de hilaridad e irritación en el país, lo cual se reflejó en las redes sociales.
No es difícil imaginar el estado de ánimo de los venezolanos ayer, sintiéndose burlados cuando Maduro hablaba de la generosidad y bondades de la revolución, presentando los anuncios como éxitos que traerían la felicidad al pueblo y prolongarían la vida de su régimen, el cual sería electo de manera indefinida en virtud del reconocimiento de un país que agradecía y reconocía sus desvelos por convertir a Venezuela en una “potencia alimentaria”.
Pero las palabras suenan huecas si la realidad las confronta. Hasta 108.000 bolívares –de un sueldo que apenas llega a 177 mil- pagan usuarios del transporte público de rutas largas, con la nueva tarifa que representó 79,21% del salario mínimo hasta ayer. María Carolina Uzcátegui, presidenta de la organización que agrupa a los comerciantes (Consecomercio), afirmó que 90% del ingreso de los venezolanos está siendo destinado a la alimentación.
Otro anuncio hacía conocer acerca de la entrega de un bono especial de Navidad que sólo disfrutarán aquellos que posean el llamado “carnet de la patria”, plástico que identifica a los partidarios del gobierno, en una muestra más de la característica exclusión que ha manejado la revolución desde que se instaló en el país hace 18 años. Un servicio funerario puede costar hasta 60 salarios mínimos y un ramo de rosas no baja de Bs 10 mil. Francisco Martínez, hasta hace poco presidente de Fedecámaras –organismo que agrupa a los empresarios-, dejó ver su preocupación: “Venezuela marcha hacia el barranco de la hiperinflación”.
La gente, que esperaba anuncios de cambios en la política económica destinados a corregir los graves desaciertos responsables de la inflación que vuelve sal y agua cualquier aumento, asegura despidos, quiebra empresas e incrementa la ya insoportable incertidumbre, estalló en cólera a través de las redes sociales. El presidente repitió su estribillo contra una imaginaria “guerra económica” con epicentro en los “ataques” despiadados contra Venezuela desde el exterior.
Pero no se ve el ombligo. Mientras la gente trinaba, Maduro la emprendía contra la Iglesia, presentándose como el más cristiano-católico de cuantos venezolanos hayan nacido.
Es de hacer notar que la Iglesia, de acuerdo a todos los sondeos de opinión, es la institución que goza de una más sólida credibilidad seguida, de lejos, por las demás. La razón es un secreto a voces: se ocupa de los problemas de la gente, acompaña en la adversidad a las comunidades, atiende sus demandas y se hace eco de sus angustias, calamidades y necesidades. El gobierno resiente los alertas que la Iglesia ha enviado y que, de tanto ignorarlos, se encuentra en un callejón sin salida. Nada de lo que hace resuelve sino agrava.
Es lo que pasó anoche: los aumentos ya no edulcoran ni tranquilizan a nadie. El venezolano aprendió de esta crisis más economía que los expertos. Sabe con certeza que aumentos sin giros en las políticas perjudican gravemente y son pan para hoy y hambre para mañana. A los anuncios presidenciales de ayer, siguió un manifiesto malestar colectivo.
Pero Maduro soltó sus demonios contra la Iglesia, que llama la atención constantemente sobre lo pernicioso de aumentos caprichosos sin medidas colaterales y solicita la ayuda humanitaria para mitigar el hambre de este pueblo: “Las Navidades -dijo anoche en cadena de radio y televisión- son una fiesta para nosotros los católicos de verdad, los católicos verdaderos como nosotros, no los farsantes y fariseos de la Iglesia católica en Venezuela”.
Reiteró que la Navidad “para los católicos de verdad” es un tiempo para compartir, para la paz y para la unión: “Los cristianos de verdad, los que creemos en el sacrificio de Jesucristo y en su humildad, la Navidad es un tiempo para compartir, para la paz y para la unión”, aseguró.
Sucede cuando el gobierno siente crujir el piso: Chávez cosió a vejámenes al cardenal Castillo Lara cuando le señalaba cambios de rumbo ineludibles; no soportó la exposición de sus debilidades cuando el 11 de abril del 2002 lloró aterrado sobre la sotana del hoy cardenal Porras y le dirigió cuanto insulto tenía en su repertorio.
Maduro está obsesionado con un hombrecillo de aspecto frágil y trato cortés, monseñor Diego Padrón, presidente de la Conferencia Episcopal, que lo saca de sus casillas apenas abre la boca. No es nueva la andanada de ayer. El detalles es que somos un pueblo no “curero”, religioso a nuestra manera, pero no nos gusta que se metan con los curas. Punto. Allí, el régimen lleva las de perder.
Claramente, Maduro, ante la debilidad del liderazgo opositor, quiere un contendor que lo catapulte y el más calificado es la Iglesia. No lo conseguirá. También los obispos, parte de este pueblo que ha vivido tantos años de trampas y zancadillas, han aprendido de política, de esa perversa que manipula y condiciona. No permitirán que el régimen se empine sobre su prestigio para mantener la polarizada hostilidad de la cual han sobrevivido. Mucho menos cambiarán su discurso de reencuentro y reconstrucción por la diatriba política No dejarán de clamar por asistencia humanitaria porque primero es la gente.
Fuente: Aleteia