«Gracias, abuelo», tituló su carta Alexis de Chaunac, nieto del recién fallecido pintor José Luis Cuevas. DEsde Nueva York, Alexis escribió estas palabras que se publicaron en un reconocido periódico mexicano. Sus palabras, llenas de amor y nostalgia, dejan notar la relación que tuvo con su abuelo y el arte:
«Entro a la sala de la colección permanente del Museo de Arte Moderno (MoMA) y me encuentro cara a cara con las obras de los tres muralistas mexicanos, Siqueiros, Rivera y Orozco y, en seguida pienso en él, mi abuelo, José Luis Cuevas, quien ilustremente estuvo en ruptura con estos gigantes.
Media hora después recibo una llamada de mi madre Mariana llorando: mi abuelo ha fallecido. Una profunda tristeza y melancolía me viene a la mente y mis primeros recuerdos de mi infancia en México brotan: en el estudio de mi abuelo, rodeado de libros, libretas de dibujo, de apuntes, objetos extraños y fetichistas, obras en proceso o acabadas… El arte como parte de la vida diaria, así me recibió el mundo.
Hace exactamente 20 años, me acuerdo entrar al Museo José Luis Cuevas con mis dos abuelos en cada mano. Era el día de mi cumpleaños y me llevaron a una de las oficinas de atrás. Mi abuela Bertha, una mujer extraordinaria, saca de su bolsa una cajita de madera. Me la da, la abro y adentro encuentro pinceles, plumillas y tintas. Esa cajita la sigo teniendo ahora en mi estudio donde pinto. En esos primeros años de infancia, tenía una gran complicidad con mi abuelo; lo acompañaba al taller de grabado, a grabaciones para el radio, a conferencias de prensa, a inauguraciones de exposiciones… Al siguiente año, nos mudamos a París con mis padres y mi hermano Axel. Ese mismo año, mi abuela falleció y el acceso a mi abuelo se fue cortando poco a poco después de su segundo matrimonio.
Me dolió profundamente que ya no pudimos pasar más tiempo juntos, intercambiar ideas, contar historias, reír de todo y de nada. Pero, desde ese entonces, guardé atesorado en mi corazón esos primeros pasos con el arte y mi profunda admiración por este abuelo fuera de lo común.
La última vez que lo vi fue en una comida familiar en el San Angel Inn hace ahora cinco años; caminé en el patio a solas con él y le mostré un cuaderno de dibujo. Cuando él veía las hojas repletas de líneas y trazos formando personajes, sentí en su mirada el orgullo de haber impulsado a su nieto la creatividad y de haber transmitido su amor y dedicación por el arte en lo poco que pudimos estar juntos estos últimos años.
Después de la noticia de su fallecimiento, me regresé al estudio, me senté frente a la mesa para pintar y me di cuenta de que en realidad había estado con él todos estos años a través de la práctica del dibujo, ese poderoso mediador que rebasa tiempo y espacio. Tomé el pincel y empecé a dibujar, dejé la mano ser y fue como si una fuerza interna la dirigiera. La línea se fue formando, creando vida de la nada.
Gracias, abuelo; gracias porque en cada línea, en cada trazo, siento tu presencia.»