Este año cumpliría 110 años una pintora brillante que la cultura pop ha manoseado y convertido en icono feminista sin reflexión profunda: ha explotado sus señas físicas y ha obviado su relación de sumisión y dependencia hacia Diego Rivera.
Es sencillo amar a Frida, afirma Lorena G. Maldonado en su artículo Abandona a tu Diego Rivera, en donde explica por qué Frida Kahlo no es un icono feminista, como se le ha pretendido tomar:
Todos nos reconocemos en el dolor y Frida lo supo soportar con estoicismo. Uno imagina y admira a esa mujer flaca y menuda soportando aquella poliomielitis temprana, sobreviviendo al accidente en bus que le arrebató la virginidad, resistiendo a la parálisis en cama, tragando cirugía y desgracia. Una tras otra, una tras otra. La pintura nunca le había interesado -se había dedicado a jugar al fútbol y al boxeo para fortalecer su exánime pierna derecha, después soñó con ser médico-, pero, al verse clavada en el colchón, le dio por mirarse hacia adentro y volcarse en el lienzo en forma de color, flores, sueño, calavera, corazón y simio.
Tenía espinas en el corazón, Frida. Era una mujer talentosa y herida, resistente en la miseria. En vida la aplaudieron Picasso, Kandinski, Bretón y Duchamp, pero tuvo que morirse para que llegase el reconocimiento unánime, como pasa siempre. Pudo abandonar y no lo hizo.»
Maldonado culpa a la máquina del capitalismo de haber mutado el significado de Frida. Dice que por eso ya nadie escucha su dolor y pocos recuerdan quién fue.
“Al final del día, podemos aguantar mucho más de lo que pensamos que podemos”, decía. Contaba la pintora que hay personas con estrella, pero que ella era de las “estrelladísimas, eso se lo aseguro”.
El milagro de la mercadotecnia
Se despertó una mañana y era un pin del Che Guevara, una frase de motivación, una taza agradecida de Coelho. Aparte del manoseamiento, a Frida Kahlo se la ha considerado un símbolo feminista, un icono de la igualdad.
«Pero no es lo mismo ser un emblema pop que un referente femenino, quizá porque las marcas identifican al público sólo superficialmente y el movimiento feminista prospera con ideas y convicciones, no con diosas: la pugna por la igualdad real parte de una convicción íntima y de una trayectoria personal. Las efigies son tramposas, y más cuando tienen una razón de ser claramente monetaria. ¿No será que nos inculcan madres superioras feministas para que acabemos necesitando bolsos con sus caras?… La pasarela no es tonta y la ha exprimido también para lucrarse con su estilo en alta costura: ahí diseñadores como Dolce&Gabana, Alexander McQueen, Jean Paul Gaultier John Galliano o Karl Lagerfeld.»
Maldonado puntualiza que no es incompatible admirar a Frida Kahlo -y reconocer sus claroscuros- con cuestionar lo que se ha hecho con su figura. Se la ha limpiado, fijado y dado esplendor, hasta vaciarla de contenido original y volverla una copia de sí misma. Se la ha convertido en la mujer pura, llana y hueca que no fue; se la ha neutralizado en objetos para que no moleste al gran público.
Es divertido observar cómo muchos celebran su ambigüedad estética como argumento clave para erigirla como “icono feminista” -ya el término acongoja-. Resulta un tópico muy manido -y patriarcal, al final- eso de celebrar que una mujer rompa el canon femenino para parecerse más al hombre. ¿En qué momento la androginia ha pasado de ser una característica -tan válida como otra- para volverse un valor?
La clave: la relación enferma con Rivera
La autora destaca la relación enferma de Frida con Diego Rivera como la cuestión más importante a la hora de combatir esa intención del sistema de comercializar la sombra de Frida como una mujer que poner como ejemplo a nuestras hijas. Una relación destructiva, enferma y sumisa con su amor. Rolaba por Internet la foto de un paño en el que aparecía Frida dibujada con una suerte de pasamontañas y un mensaje exquisito: “Abandona a tu Diego Rivera”.
En 2014, la editorial Impedimenta recuperó Querido Diego, te abraza Quiela, un libro valiente en el que la premio Cervantes Elena Poniatowska destapaba por fin la figura de Diego Rivera, al que describía como un auténtico monstruo a partir de su relación con su primera mujer, Angelina Beloff. Este libro desenmascaró al pintor, que hasta entonces había sido encumbrado como héroe de la progresía y de la intelectualidad izquierdista.
Quizá 2017 sea un buen año para quedarnos con el talento artístico de Frida, pero no con su pobre inteligencia emocional; quizá sea un buen momento para aceptar quién fue nuestro Diego Rivera, ese individuo cruel, egoísta, infiel y maltratador psicológico que fue el gran amor de Kahlo, que, a pesar de reunir la fortaleza para desmarcarse a ratos de sus abusos -y contraatacar sus deslealtades, por ejemplo, intentando vivir libremente su sexualidad -, siempre se sometió a su yugo, a sus regresos, a su voluntad intermitente. Rivera la engañó hasta con su propia hermana y ella acabó perdonando también esa humillación.
Diego Rivera-Frida Kahlo son el gran exponente del menoscabo y la dependencia que provoca el apego enfermo, porque hasta el pacto que crearon era engañoso. Ella sólo aceptó sus infidelidades para no perderle, no porque creyese en un amor abierto. Kahlo renunció a sus deseos y sus valores para que Diego no se marchase de su lado.
Fue el 6 de julio de hace 110 años que nació una mujer que, lamentablemente, no supo decir “basta”, que creció con el síndrome de Estocolmo y que se revolcó en el dolor. En un mundo masacrado por la violencia de género -y en un país donde han asesinado a 885 mujeres en los últimos 15 años-, quizá sea un buen momento para revisar los referentes que el consumismo nos ha puesto en las manos. Quizá sea un buen momento para no eternizarlos, para sobreponernos, para mirarlos con conciencia crítica y no sólo comercial; para quedarnos con el talento artístico de Frida, pero no con su educación emocional; para no aceptar el paquete completo. Quizá sea un buen momento para abandonar a nuestro Diego Rivera.