Dolores Hart y Edita Majić, dos hermosas actrices que dejaron la fama para convertirse en monjas
Nacida en 1938 con el nombre de Dolores Hicks, tomó el nombre artístico de Dolores Hart cuando comenzó su carrera en la actuación siendo una mujer muy joven. Su carrera despegó bastante rápido. A los 18 años obtuvo un papel junto a Elvis Presley en la película “Loving You” . Es conocido que su primer beso fue con Elvis mientras actuaba en dicha cinta. Luego participó en 9 importantes películas en los próximos 5 años, actuando junto a Stephen Boyd, Montgomery Clift, George Hamilton y Robert Wagner. Al éxito artístico que estaba consiguiendo hay que sumarle el amoroso, pues también se comprometió para casarse.
Entonces, de repente, a la edad de 24 años, se hizo pública su decisión de dejarlo todo para convertirse en monja. Más tarde explicó que todo cambió durante el rodaje de Francisco de Asís, en la que interpretó a Santa Clara de Asís. A causa de esta película tuvo un encuentro con el Papa San Juan XXIII en Italia, y se dio el siguiente diálogo:
– Dolores: “Soy Dolores Hart, la actriz que interpreta a Clara”.
– San Juan XXIII: “No, usted es Santa Clara de Asís”.
Cuando sus fans y amigos se enteraron de la noticia, quedaron en estado de shock y algunos se enojaron con ella. Ella cuenta que “Hasta mi mejor amigo que era un sacerdote, el Padre Doody, me dijo ‘estás loca, estás absolutamente loca para hacer esto’”
Un amigo le escribió cartas airadas durante años después de que ella se unió al convento, intentando disuadirla de que estaba desperdiciando su vida. ¿La respuesta de Hart?
“Si hubieras oído lo que yo he oído, seguro vendrías tú también”.
Dolores Hart, la actriz que eligió ser monja antes que estrella de Hollywood
En el apogeo de su carrera, abandonó todo para seguir su vocación. Historia de una mujer que asombró al mundo no por sus escándalos sino por sus decisiones
En Semana Santa, entre tantas notas sobre huevos de Pascua y alguna mención sobre el motivo religioso de este feriado largo, se impone conocer una historia que nos recuerde que, para los creyentes, la fe no solo mueve montañas también puede cambiar el rumbo de la vida.
1963. Hall Wallis, el poderosísimo productor de Hollywood, está enfurecido. Frente a él, la joven y bella estrella Dolores Hart, se niega a firmar el contrato que le ofrece nada más y nada menos que con la Metro Goldwyn y por un millón de dólares. Sin perder sus modales, intenta convencerla de que es una oportunidad única, pero la joven no cambia de opinión. El productor estalla y la amenaza: «Firmá o te aseguro que nunca más trabajarás en Hollywood». Ante la amenaza, la actriz se levanta y sonriente le susurra unas palabras al oído, luego se retira de su oficina para nunca más volver.
Unos días después, el productor sabrá que Dolores Hart una de las mejores actrices de su generación, la primera que besó a Elvis en la ficción, filmó diez películas, protagonizó un éxito en Broadway y está comprometida con el multimillonario arquitecto Don Robinson, abandonó todo para entrar en un convento de clausura. Entonces recuerda las palabras que ella le susurró: «Dios es más grande que Elvis y Hollywood».
Dolores Hart nació con el nombre de Dolores Hicks en 1938. Era la única hija de los actores Bert y Harriet Hicks, que la tuvieron cuando tenían 17 y 18 años y se divorciaron cuando cumplió 3. La niña creció en un hogar sin creencias religiosas -tanto que cuando su abuela materna se enteró del embarazo de su hija le sugirió abortar– y marcado por la inestabilidad. Las vacaciones las pasaba con su madre en California y vivía una parte del año en Chicago con sus abuelos. Fueron ellos quienes la anotaron en la escuela católica San Gregorio, no por convicción religiosa sino porque quedaba cerca de su casa.
En la secundaria y en otra escuela católica, el Marymount College, descubrió que le gustaba y mucho actuar. Comenzó la facultad y supo que buscaban una actriz para la película Loving you. Se presentó al casting donde debía compartir una escena con quien sería el protagonista. Cuando lo vio le llamaron la atención dos cosas: sus patillas y que era bellísimo. Hablaron unos minutos. Cuando volvió a su casa, sus amigas la esperaban histéricas. ¿Trajiste un mechón de pelo? ¿Lo besaste? ¡Danos su autógrafo!, exigían más que preguntaban. Es que ese joven enloquecía no solo a sus amigas, también a todas las chicas de su época. Bueno, a casi todas porque hasta ese momento Dolores desconocía que ese muchacho que se había mostrado tan dulce con ella era… Elvis Presley.
Dolores y Elvis filmaron lo que durante mucho tiempo fue recordado como el beso más largo de la historia. Duró apenas 15 segundos en pantalla pero llevó horas y horas grabarlo. Era el primer beso de Elvis en la ficción y el primero de Dolores en todos los aspectos. Cada vez que sus labios se rozaban, los protagonistas se sonrojaban ante el fastidio del director que gritaba «corten, corten» y ordenaba volver a grabar. Entre escena y escena, Elvis la invitó a salir, pero ella se negó. «No mezclo trabajo con placer y mañana me levanto muy temprano», argumentó.
La película con Elvis fue un éxito y al año siguiente, en 1958 la dupla se repitió en King Creole. Siguieron otras películas como Where the boys are y Lisa. En los estudios conoció actores increíbles que además eran sensuales y atractivos como Marlon Brando, Montgomery Clift y Warren Beatty.
En 1959, interpretó en Broadway, The Pleasure of his Ccmpany que permaneció nueve meses en cartel. La actriz estaba feliz pero agotada. Necesitaba urgente descansar pero dónde. Una amiga le dijo que conocía un sitio tranquilo, rodeado de naturaleza, ignorado por los paparazzis y donde el silencio era regla. ¿Dónde está ese paraíso?, preguntó. Ese «paraíso» quedaba en Connecticut apenas a dos horas de Nueva York y se llama Regina Laudis. Solo había un pequeño detalle, no era un hotel sino un convento de monjas de clausura.
Pese a su resistencia inicial, Dolores se animó a ir, le aseguraban tranquilidad y buena comida así que tan malo no sería. Ese fin de semana compartió vida y tiempo con las monjas, participó en sus momentos de oración, las observó trabajar en el huerto, y respetó sus silencios. Cada vez que las monjas unían sus voces en el canto gregoriano sentía una emoción tan profunda como nueva. Feliz y conmovida pidió hablar con la madre superiora. Preocupada le planteó que a veces temía involucrase sexualmente con sus compañeros de set o tener pensamientos «inapropiados». Lejos de escandalizarse y sobre todo condenarla, la superiora lanzó una carcajada: «La castidad no impide apreciar la belleza que Dios creó. Trabajás con hombres bellísimos y sos una chica, cómo no vas a fantasear con ellos». Cuando llegó el momento de partir, Dolores quiso quedarse un poco más, pero la madre superiora le aseguró «no es tu tiempo».
Dolores volvió a Hollywood, siguió actuando, filmando, firmando autógrafos. Conoció a Juan XXIII el Papa bueno, rodó cuatro películas más y afianzó su noviazgo con Don Robinson, un brillante y millonario arquitecto. Pero cada vez que deseaba escapar del torbellino de las filmaciones volvía a la abadía Regina Laudis. En ese lugar encontraba una paz absoluta y profunda, una paz inexplicable porque como ella se preguntaba, ¿cómo se explica a Dios?
Al cumplir los cinco años de noviazgo con Don, la pareja se comprometió. Ella quería algo íntimo, pero la noticia trascendió tanto que Edith Head, la diseñadora más importante de Hollywood, le realizó un vestido de novia. Don comenzó a trabajar en la futura casa que compartirían mientras los productores la apremiaban con la fecha de casamiento para enviar las participaciones. Sin embargo, algo en su mirada reflejaba que su corazón andaba por otros rumbos.
Don lo supo la tarde que Dolores se acercó con una carta en su mano. La madre abadesa le decía que si deseaba entrar al convento, ahora sí estaba preparada. Don sintió que su mundo se derrumbaba, no intentó luchar por su amada ni convencerá de cambiar su decisión. Es que, ¿cómo no rendirse si el que conquistó el corazón de tu novia no es Elvis ni Marlon Brando sino el mismísimo Dios?
Fue así como a los 24 años, en la cumbre de su gloria, Dolores Hart por elección y vocación abandonó los focos de las cámaras para iniciar una vida de clausura junto a las hermanas benedictinas. La decisión provocó la furia de algunos y la incredulidad de casi todos. Hasta su mejor amigo, el padre Doody, le aseguro que estaba loca y que era un delirio lo que deseaba hacer. Nada sin embargo la detuvo, en junio de 1963, la joven estrella vestida de novia entró al convento. La belleza y la serenidad de su mirada mostraban y demostraban que una fuerza misteriosa –que los creyentes llaman fe- la guiaba.
Los primeros tiempos en el claustro no fueron fáciles. Pasó del glamour de Hollywood a trabajar en la huerta y compartir el baño con otras diez personas. Le costó dejar su vida, sentía que se había lanzado desde un piso 20 para estrellarse de traste en el suelo. Sin embargo, experimentaba una paz interior profunda y serena, esa que según aseguran los creyentes solo se obtiene «cuando se cumple la voluntad de Dios».
Desde entonces Dolores permanece en el convento. Sus días transcurren entre oraciones y el trabajo en la huerta. Las religiosas que al principio la miraban con desconfianza, la eligieron su Madre superiora. Era frecuente ver a Maria Cooper –hija de Gary Cooper– Paul Newman y Patricia Neal visitarla cuando buscaban algo de paz. Durante 47 años y hasta su muerte Don siguió encontrándose con esa mujer a la que él siguió amando tanto como ella amaba a Dios.
En 2012, las luces del espectáculo volvieron a iluminarla por un rato. Es que la hermana Dolores rompió por un rato la clausura para asistir a la ceremonia de los Óscar, para la presentación de un documental sobre la historia de su vocación.
«Nunca dejé Hollywood porque pensara que fuera un lugar de pecado, solo tenía otra vocación» contestaba a los periodistas que en plena alfombra roja le preguntaban por qué eligió ser religiosa. «Simplemente descubrí que trabajar en el cine me daba mucho menos felicidad que la que vivía en el convento», agregaba. Para las personas de fe, Dolores Hart es alguien que sintió el llamado de Dios y lo siguió. Pero para todos, incluso los que nos cuesta creer o los que nos definimos agnósticos, Dolores es una mujer que simplemente descubrió un lugar donde se sentía plena, serena y profundamente feliz.
2) Edita Majić
Ella nació en Split – Croacia en el año 1970. Comenzó a estudiar pintura en la Academia de Pedagogía de Split y luego pasó a la Academia de Arte Dramático donde se enamoró de la actuación. Su primer gran papel fue en la obra de teatro “Salomé”. Luego recibió el premio a la mejor actriz joven croata por su papel de Rebecca en la exitosa obra “Bitter, Bitter Moon”. Luego incursionó en el cine donde recibió premios por las películas “Gato Negro” y”Kerempuh”. Su último trabajo como actriz fue una serie francesa de dibujos animados llamada “Mi pequeño querido planeta”.
En abril de 2004 se retiró del mundo y se fue al monasterio de San José en la ciudad española de Ávila, donde se convirtió en una monja carmelita. Sor Edita (conservó su nombre) vivió el postulantado durante seis meses y luego se le impuso hábito marrón haciendo así sus votos temporales por tres años. Luego hizo sus votos religiosos perpetuos y recibió el velo negro de religiosa.
Sobre su vocación ella dice lo siguiente:
“Desde la perspectiva actual, puedo decir que antes no sabía que quien me llevaba a través de la vida era Dios. Sin embargo, era Él. En todas las situaciones de mi vida, en toda mi búsqueda estaba Él. Su presencia estaba allí y Él estaba conmigo y me guiaba. Pero en aquel entonces no lo conocía ni sabía que estaba presente. En el fondo sentía un deseo de aprender de la creación, del arte, de la belleza, el amor, la verdad. Es decir, todos estos mis caminos eran en realidad una búsqueda de Él. Al final, supe que lo buscaba a Él porque en Dios encontré la respuesta a todas mis preguntas”.