Cómo salí del infierno en que se había convertido mi matrimonio
Por Luz Ivonne Ream
Un matrimonio no es de 2, sino de 3, y no precisamente Sancho…
Todos soñamos que nos suceda como a Cenicienta o como en cualquier cuento de hadas: “y fueron felices para siempre”. Ojalá así fuera la historia de todos los matrimonios. Sin embargo, sabemos que no es así y que en muchos sucede todo lo contrario “y fueron infelices para siempre”. ¡Qué horror! Porque es matrimonio, no martirio.
Pero, ¿qué es lo que sucede en la vida matrimonial para que esta se vuelva un infierno? Se dice que nadie nos enseñó a ser esposos y que no hay un manual para el matrimonio. Efectivamente, nadie nos enseñó a lo primero, quizá los padres con su ejemplo, pero guía como tal sí la hay. Basta con ser obedientes al plan concreto que Dios tiene para el matrimonio y que pocos se interesan por conocer y, peor aún, obedecer.
Cuando no tenemos claro para qué nos casamos ni los fines del matrimonio, este, eventualmente acabará por tornarse un espacio donde ya no queremos estar. Además, como dicen las Sagradas Escrituras, la cuerda de tres hilos no se rompe fácilmente y cuando elegimos sacar a Dios de la ecuación las pequeñas lluvias que surjan dentro de la relación se tornarán huracanes, como le sucedió a Elina y a su esposo. Ella misma nos cuenta su historia, de lo que fue vivir un matrimonio con Dios y sin Él…:
La mayoría nos casamos pensando que todo será como en las películas y vivieron felices para siempre. Pero la realidad es que no es así.
En un matrimonio llegan las dificultades comunes que se dan en una vida de pareja y en la cual, si no se tiene a Dios en medio, es imposible salir bien librado y vivir felices para siempre. Eso fue lo que me sucedió. Después de la boda dejamos a Dios en el olvido y mi esposo y yo comenzamos a vivir una terrible realidad.
Al inicio todo parecía estar saliendo perfecto. Teníamos un buen trabajo, una casa, autos, viajábamos a placer. Era una vida que me gustaba y que muchos desearían, pero había algo que no me hacía sentir plena: yo deseaba ser madre y mi esposo no quería tener un hijo, al menos no en ese momento.
A pesar de que nos casamos pasando los 30 años, él aún quería tener una vida más relajada sin hijos y sin la responsabilidad que representan. Sin embargo, después de mucha insistencia finalmente aceptó tener un hijo. Pero cuál fue mi sorpresa al ver que no quedaba embarazada.
Yo en ese entonces busqué a Dios para pedirle un hijo, pero le busqué solo como a alguien que cumplía peticiones, no le conocía realmente. Así pasaron meses y no conseguíamos embarazarnos. Para mí el tener un hijo se volvió una obsesión y mi esposo estaba harto de que cada mes era lo mismo. Nuestra vida íntima se volvió un simple procedimiento para quedar embarazados.
Todo iba empeorando. Mi esposo se comportaba como soltero viviendo en fiestas y parrandas con sus amigos y yo me estaba convirtiendo en la esposa pendenciera que reclamaba, reprochaba e investigaba cada paso que él daba.
La mujer prudente edifica la casa; la necia, con sus manos la destruye. Proverbios 14,1.
Yo fui la mujer necia que contribuyó a destruir su hogar, su matrimonio. Un día sucedió lo inevitable. Llegó la infidelidad y el adulterio. Mi esposo decía estar enamorado de otra persona y quería el divorcio. Para mí fue un golpe terrible que me hundió en una profunda depresión.
Al principio traté de resolverlo con mis fuerzas. Le insistí, le supliqué, lo perseguí para que arregláramos las cosas. Pedí ayuda a mis suegros, a mi cuñada y no había poder humano que lo hiciera cambiar de opinión. Pasé días de angustia y llegué a tener ataques de pánico. Mi mente estaba llena de pensamientos negativos.
A mi esposo, por el contrario, se le veía feliz en su nueva relación y parecía tener éxito en todo. Busqué ayuda con psicólogos, terapeutas y hasta con los llamados PNL, pero nadie pudo sacarme de esa terrible depresión.
Yo venía de una familia católica donde mi madre era muy entregada a Dios. Ella con su ejemplo me llevó a conocer de Dios. Iba con ella cada domingo a Misa. Hasta ese momento yo era una católica tibia que no había tenido un encuentro personal con el Señor.
Como me di cuenta que con la ayuda humana a la que había recurrido no pude conseguir que mi esposo recapacitara, entonces busqué al que en ese momento yo creía era solo alguien para pedir milagros. Fue cuando el Señor -con su amor y misericordia- se aprovechó de mi estado y me hizo un fuerte llamado a luchar por mi matrimonio.
Empezó llevándome a un ministerio que hoy da apoyo a cientos de personas que pasan lo mismo que yo viví. Lo primero que me enseñaron fue a estrechar mi relación personal con Dios, es decir, trabajar en mi auténtica conversión y así luego todo lo demás se daría por añadidura. Entendí que no debía orar por el regreso de mi esposo, sino por la salvación de su alma.
Busquen primero el reino de Dios y su justicia divina y todo lo demás se les dará por añadidura. Mateo 6,33
Así empecé una lucha espiritual por la restauración de mi matrimonio. En este camino me di cuenta de todos los errores que había cometido como esposa y de que había muchas áreas de mi vida que debían cambiar. Tuve que pasar un largo proceso donde el Señor sanó mi corazón y me ayudó a perdonar.
El milagro sucedió al darme un nuevo amor para mi esposo, un amor incondicional, un amor que superaba todo. Fue un proceso difícil donde sufrí confrontaciones, experimenté muchos miedos que me daba terror enfrentar como el no tener hijos, mi edad, y una serie de películas de terror que me hacía en la mente.
Solo el Señor pudo sacarme de ese terrible infierno que estaba viviendo: el Señor cumplió sus promesas. Él me dijo: “no temas”, yo estoy contigo.
No temas, que yo estoy contigo; no desmayes, que yo soy tu Dios. Yo te fortaleceré y vendré en tu ayuda, y con la diestra victoriosa te sostendré. Isaías 41,10
Me aconsejaron soltar a mi esposo, dejar de buscarlo y permitir a Dios que trabajara con él porque Él tenía el poder de traerlo de regreso. Eso fue lo que sucedió. Pasaron meses sin saber de mi esposo. Él estaba viviendo lejos de Dios con otra mujer.
Pero un día los papeles se invirtieron. Mi esposo me buscó. Ya no se veía feliz, no tenía paz y decía que la vida no tenía sentido. Yo, con paz en mi corazón y confiada en el Señor, pude darle apoyo y platicarle lo que el Señor había hecho en mi vida.
El Señor me dio su promesa de restauración en Jeremías 30: Sí; haré que tengas alivio, de tus llagas te curaré – oráculo de Yahvé -. Porque “La Repudiada” te llamaron, “Sión de la que nadie se preocupa”. Así dice Yahvé: Voy a hacer volver a los cautivos de las tiendas de Jacob, y de sus mansiones me apiadaré; será reedificada la ciudad sobre su montículo de ruinas y el alcázar tal como era será restablecido. Jeremías 30, 17-18
Mi esposo continuó llamándome. Siempre me aclaraba que solo quería ser mi amigo y que no quería que yo confundiera las cosas. Pasaron muchos meses hasta que el Señor lo trajo de vuelta a casa. Doy toda la gloria y honra a Dios porque nuestro matrimonio ha sido restaurado.
Y allí resonarán los cantos de acción de gracias y los gritos de alegría; los multiplicaré y no serán pocos, los honraré y no serán menguados. Jeremías 30,19
El Señor restaura y bendice en todas las áreas de tu vida. También me dio promesa de ser madre y dos años después de que mi esposo volvió quedé embarazada. Antes de que este milagro sucediera mi fe fue probada. Recibí malas noticias en mis intentos de concebir y, aunque reconozco que me quebranté nunca dudé de que Dios lo haría.
Pasé por dos cirugías en mi matriz, pero al final Dios dijo la última palabra. Hoy tenemos un hermoso hijo y el solo mirarlo es recordar cada día que nada es imposible para Dios.
Hermanos: Dios hace posible lo imposible y tú que hoy crees que tu matrimonio está muerto, el Señor puede traerlo a la vida, si tan solo lo sigues y le abres las puertas de tu corazón.
Por Luz Ivonne Ream, coach Ontológico/Matrimonio/Divorcio Certificado, especialista Certificado en Recuperación de Duelos, orientadora matrimonial y familiar.