El rey Harald V de Noruega juró permanecer soltero de por vida si no podía casarse con su verdadero amor, la hija de un comerciante de telas; ella se convirtió en reina
Carlota de Campomanes
Desde tiempo inmemorables, las monarquías europeas han tenido una regla tácita que obliga a los monarcas y a sus sucesores a contraer matromonio con una persona de linaje noble.
En el pasado, esta práctica tenía un objetivo diplomático estratégico que beneficiaba a los intereses nacionales.
En la mayoría de los casos, utilizaban los enlaces para fortalecer el poder o la influencia de su casa real al realizar alianzas estratégicas; los sentimientos personales y las preferencias no eran tomadas en consideración.
A partir del siglo XX, esta actitud ha comenzado a cambiar, y cada vez más monarcas y herederos de la corona han decidido casarse con el amor de su vida con independencia del estatus de su pareja.
No obstante la preferencia de los representantes de sus casas reales, algunos monarcas y príncipes herederos han decidido unir su vida a personas comunes y corrientes.
Uno de estos casos es el de Sonja Haraldsen. Esta mujer está casada desde hace décadas con el rey Harald V de Noruega. Pero su camino al trono no fue fácil. Tuvo que luchar para obtener la aceptación de la casa real de aquel país nórdico.
Sonja nació el 4 de julio de 1937, en Oslo, la capital de Noruega. Era hija de un mercader de ropa (en realidad era dueño de unos grandes almacenes) llamado Karl August Haraldsen. Creció y se educó en esa ciudad. Recibió un diploma como modista y sastre en la Escuela Vocacional de Oslo y se graduó en Francés. Inglés e Historia por la Universidad de Oslo.
En 1957, el príncipe Harald conoció a Sonja en una fiesta. Fue amor a primera vista, pero por desgracias, su relación fue prohibida. Era inaceptable que una plebeya se casara con un futuro rey.
El padre de Harald, el rey Olav V de Noruega, durante años intentó persuadir a su hijo de casarse con una dama de noble linaje. No es que tuviera algo en contra de Sonja, pero temía que ese enlace tuviera un impacto negativo en la joven monarquía noruega. Harald no lo escuchó y se mantuvo firme en su compromiso con Sonja.
Estaba determinado a casarse con ella y dejó claro a su padre que permanecería soltero por el resto de su vida a menos que se casara con Sonja. Si eso sucedía, pondría fin al reinado de su familia, ya que Harald era el único heredero al trono.
Tras nueve años de relación, Harald obtuvo el permiso de su padre, el Rey, y se casó con Sonja en 1968, en Oslo. Sonja entonces se convirtió en la princesa de Noruega.
Desde 1991, Harald y Sonja son los reyes de Noruega. Juntos han viajado por su país y por el mundo representando a su país. Están profundamente comprometidos con su nación, viviendo de acuerdo con el lema de Harald: “Alt for Norge” (Todo por Noruega).
Otros herederos al trono no tuvieron la oportunidad de casarse con el amor de su vida y se vieron forzados a contraer matrimonio con una persona noble que la casa real aceptara, como fue el caso de Carlos y Diana de Gales, con conocido y fatal desenlace.
Su experiencia llevó a la Reina Isabel a ser más condescendiente con su nieto y futuro heredero al trono, Guillermo, quien se casó con una linda chica plebeya, Kate Middleton, forman un buen matrimonio que ha traído al mundo dos hijosy cuenta con una gran popularidad tanto en el reino Unido como en el resto del mundo.
Letizia de España y Máxima de Holanda son otros dos ejemplos de que, hoy en día, el corazón pesa más que una corona.
El propio príncipe heredero de Noruega ha seguido los pasos de su padre Harald y se ha casado con una plebeya que ya tenía un hijo de una anterior relación:
El hoy rey de Noruega, Harald, y Sonja, el amor de su vida, fueron precursores en anteponer su amor a los deberes de su posición. Hoy la mayoría de los herederos de las casas reales europeas han seguido su ejemplo. Ese cambio de costumbres milenarias no solo ha sido benéfico para los matrimonios de la realeza, también lo ha sido para la salud de sus estirpes, pues mezclar la sangre familiar por generaciones fue causa de muchas taras y enfermedades hereditarias, como la hemofilia.
Hay quien no les depara muchos años de vida a las monarquías en un mundo donde no se le da el mismo valor que antes a la tradición. No dejan, sin embargo, de estar rodeadas de un halo de glamour y romanticismo que le fascina al público. De modo que mientras logren asegurarse un trono en el corazón de sus pueblos, tendremos reyes para rato.