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«Tengo 78 años y tuve un hijo tras una violación al cual entregué en adopción. Nunca me he arrepentido de haberle dado la vida»

«Tengo 78 años y tuve un hijo tras una violación al cual entregué en adopción. Nunca me he arrepentido de haberle dado la vida»

Por Patricia Lawrence
Tengo 78 años y deseo contar mi historia ahora que todavía tengo la oportunidad. Quiero que la gente sepa que el embarazo por violación no es culpa del niño, así que, ¿por qué deberíamos castigar al niño por algo que el padre biológico hizo?
Mis años de adolescencia fueron difíciles. Mi madre era demasiado permisiva conmigo y mi padre no estaba allí para resolver los problemas que tenía en este momento de mi vida. Papá incluso se negaba a pagar nuestra manutención establecida por el juez. Yo interpreté todo esto como que no me querían. Así que me enrolé en el Ejército de Mujeres de Estados Unidos.
Tras ocho semanas de formación básica, quedé para una cita a ciegas. Él estaba también en el Ejército, estacionado en la misma base que yo. Todo lo que recuerdo es que condujo hasta llegar a algún sitio y me dio una bebida. Me desmayé y no tengo ningún recuerdo del resto de la noche. Ni siquiera sé cómo volví a los cuarteles y a mi cama.
Dos semanas más tarde, mientras formaba para mi inspección, me desmayé. Me llevaron a la enfermería donde el médico me examinó y dijo: «A juzgar por sus síntomas diría que está embarazada». Le respondí: «¡No puedo estar embarazada porque no he hecho nada para quedar embarazada!». Luego dijo: «Sin embargo, tenemos que hacer una prueba para ver si está embarazada».
Yo quedé totalmente destrozada al saber que estaba embarazada, ya que no había estado alternando y supe, de inmediato, que tenía que haber sido esa noche. El día de mi cita me debió de haber drogado y me violó. Por supuesto, le dije al médico lo que había sucedido y el Ejército puso en marcha una investigación y contactó con el violador, pero a mí me excluyeron de toda información y nunca, nunca fui informada de nada.
Mi comandante me dio 48 horas para llamar a casa y decirle a mi madre lo que había pasado y que estaba embarazada. Cuando llamé a casa y le dije a mi madre que me echaban del Ejército porque estaba embarazada, ella preguntó de inmediato: «¿Quién, qué, dónde, por qué, cuándo y cómo?» Le hablé de la violación y ella dijo que tenía que volver a casa. Tras un par de semanas para realizar todos los trámites me fui del Ejército, y volví a casa.
Mi madre y dos hermanas me recibieron en la estación de autobuses y nos metimos en el coche de mi madre. Sus primeras palabras fueron: «Patricia, vas a abortar». Era mayo de 1957, tenía 18 años y no sabía qué significaba esa palabra. Ella me dijo que significaba «que tomarían el bebé» de mí. Por la forma en que lo dijo, supe que quería decir que algo iba a ocurrir muy rápidamente, y que ella no estaba diciendo que iban a dar el bebé en adopción después del nacimiento. Me di cuenta de que esto significaba que iban a matar a mi bebé.
Seguí yo: «No voy a abortar porque es un asesinato y no voy a presentarme delante de Dios como alguien que cometió un asesinato». Mi madre respondió: «Patricia, estás siendo estúpida». Mis dos hermanas también acordaron que yo debía abortar. Me sentía como si todo el mundo se hubiese  aliado contra mí, pero yo sabía que tenía que defender lo que era correcto.
La relación entre mi madre y yo se enfrió cada vez más en las próximas semanas. Una tarde, yo estaba durmiendo en la cama y al despertar vi a mi madre que sostenía un rifle a una pulgada de mi cara, entre mis ojos. Yo estaba totalmente aterrada. Al instante, le empujé la pistola a un lado, desesperadamente, diciéndole: «¿Qué estás haciendo?». Ella dijo: «Estoy tratando de asustarte para que abortes al niño».
En ese momento, decidí que iba a dejar la casa de mi madre. Ella se burló de mí, preguntando: «¿Dónde vas a ir?». Le dije: «Juanita, mi hermana mayor me va a ayudar». Pero mamá dijo: «Ella no quiere, siente vergüenza».
Sin embargo, en cuestión de días fui a vivir con mi hermana mayor, Juanita. Poco después de llegar a su casa, mi otra hermana, María, vino y me dijo: «Patricia, extiende tu mano». Cuando le tendí la mano, dejó caer en ella cerca de 20 pastillas y dijo: «Mamá dice que tienes que tomar esto, todas a la vez». Yo sabía lo suficiente para saber que la ingesta de 20 pastillas de cualquier tipo era peligroso para la salud y que mi madre tenía la intención de matarme. Entré en el cuarto de baño y tiré en el inodoro las pastillas y le dije a a mi hermana: «Puedo callarme, pero no soy estúpida.»
Después del nacimiento de mi hijo, mi madre me confesó que las píldoras eran un medicamento que se da a los pacientes del corazón, y de haberlas tomado como mi hermana me indicó, habría tenido un infarto. Ella nunca se disculpó, pero creo que, a su manera, estaba tratando de decirme que lo sentía.
Por último, se hicieron gestiones para que ingresara en la Casa del Ejército de Salvación para Madres Solteras en St. Louis, Missouri, en noviembre de 1957, donde pasé el resto de mi embarazo. Allí experimenté por primera vez en mi vida el amor incondicional, el amor de las trabajadoras de allí que nos amaban a todas nosotras y nunca nos echaban nada en cara. Jamás nos reprocharon nada a ninguna de las nueve niñas que estábamos allí a su cargo.
Mi hijo nació el 11 de enero de 1958, de madrugada. Era un bebé grande, hermoso. Mientras era entregado en adopción, ya que ésa era la política del Ejército de Salvación en el hospital dentro del hogar para madres biológicas, mis ojos estaban cubiertos con una toalla. También ataron mis brazos hacia abajo, así que no podía quitarme la toalla. No dejaron que lo viera hasta dos días después, en presencia de un trabajador social. 
Me dijeron que yo lo podía coger en brazos, pero decidí no hacerlo porque no quería que se uniera conmigo, ya que tenía que vincularse a su madre adoptiva y no a mí. Por su bien y por el mío sabía que era mejor que lo entregara en adopción. Incluso hoy, mi corazón se rompe cuando pienso en ese momento, mirando a través de la ventana del cuarto, diciéndole: «Lo siento mucho mi niño precioso que tengo que renunciar a ti, por tu bien y el mío, tengo que hacer esto, así que por favor, perdóname». Me encantó ese niño. Había luchado por él. Yo sabía que había hecho lo correcto para él.
Yo no era  creyente – yo no era cristiana en ese momento, pero sabía que había un Dios justo y que yo estaba haciendo lo que era correcto delante de Él y que lo honraba de alguna manera.
Renunciar a este hijo fue y sigue siendo una de las cosas más difíciles que he tenido que hacer en mi vida, pero yo sabía que su vida valía la pena y no me arrepentía de todo lo que había pasado.
Cuando vi a mi hijo, no vi al violador. Vi a mi hijo, mi propia carne y sangre.
Dos semanas más tarde, volví a casa y nunca se me permitió hablar de lo que había pasado. Me dijeron que, por ser madre, «nunca encontrarás a un hombre decente que se case contigo. Sin embargo, siete meses más tarde, me encontré con Wayne.  
Estaba aterrorizada de que mi madre pudiera tener razón. Sin embargo, tras un mes  de citas, le dije a Wayne que había tenido un hijo. Yo sabía que nos estábamos enamorando y vi que él tenía el derecho a saber mi historia. Después de contarla, él me llevó a casa y pensé: «Ahí va otro. Nadie quiere mercancía usada». Dos días más tarde, Wayne me llamó y me preguntó si podía venir a verme. Él me llevó a un lugar maravilloso en las montañas de San Gabriel, aparcó el coche debajo de un árbol, un pino hermoso, se volvió hacia mí y dijo: «Patricia, no me importa dónde has estado o lo que has hecho. Lo que es importante para mí es lo que puedes ser para mí ahora y en el futuro». Cinco días más tarde, él me pidió  matrimonio.
Nos casamos hace 36 años, 8 meses y 2 días, y él me ha amado a pesar de todo lo que había pasado. Hemos tenido tres hijas. Rezaba a Dios: «¿Por qué no me das un hijo para criar?» Y sentía que Dios me respondía que mi hija había nacido el día de Navidad para recordarme que Dios sabía lo que era entregar a su único hijo.
Años después, el 20 de mayo de 1993, comenzamos un viaje a Missouri a la ciudad natal de mi hijo Bob. Habíamos acordado reunirnos en el estacionamiento de una tienda Wal-Mart. Cuando llegamos Wayne y yo, no vimos a nadie que pudiera ser mi hijo, así que esperamos en un banco fuera de la tienda. A los 10 minutos, empezó a caminar hacia nosotros un hombre grande. Le acompañaba una mujer. Yo le había descrito la ropa que llevaría, de modo que sabía cómo identificarme. Cuando se acercó, me sentí como una pieza de un puzzle que acaba de encontrar su lugar. Nos dimos la mano. hablamos un poco y su esposa y él nos pidieron que los acompañáramos a su casa.
Esa noche, Bob nos llevó a mi marido y a mí a la casa de su madre para cenar. Era un honor conocer a la mujer maravillosa que había sido la madre de mi hijo y lo había criado. Siento un profundo agradecimiento por el trabajo que hizo, ya que yo no lo podía hacer. Siempre ha sido una heroína para mí.
Le agradecí el trabajo maravilloso que había hecho en la crianza de mi hijo, su hijo. A pesar de que yo soy su madre biológica, ella es, de hecho, su madre. Ella hizo todas las cosas que hace una madre y las hizo bien. En mi mente siempre será su madre.
Antes de la cena, dijo, «Patricia, ¿tendrías inconveniente en bendecir nuestra comida?». Fue un honor.
Aquel día fue muy especial ya que pude hablar y abrazar a mi hijo por primera vez. Mi corazón se llenó de felicidad, y me sentía orgullosa de haberle dado la vida, cuando otros me querían obligar a abortar.
Les narré los detalles de cómo ocurrió todo y que la única cosa que podía hacer en ese momento, por su bien y por el mío también, era entregarlo en adopción. Cuando conté la historia, Bob hizo que la espera de 35 años valiera la pena. Me miró a los ojos y dijo: «Gracias».

El año pasado, una semana después de su cumpleaños, mi hijo me sorprendió por completo al recogerme y llevarme a comer a un restaurante que frecuentaba en mi ciudad natal. Le presenté mi hijo a la camarera, diciéndole que era el hijo que había dado en adopción. Mi hijo miró fijamente a la camarera, me señaló y dijo: «Quiero que sepan que esta es una mujer muy fuerte». Mi corazón se llenó de orgullo cuando le escuché pronunciar esas palabras.
Espero que todos ustedes pueden apreciar cómo Dios toma las miserias de nuestras vidas y Él las convierte en una bella imagen.
BIO: Patricia Lawrence es  mujer viuda, madre de 3 hijas y madre biológica de un hijo, abuela de 7 nietos, y bisabuela de 6. Ella reside en Las Cruces, Nuevo México en este momento, pero pronto se mudará a Peoria, Arizona, para vivir con una de sus hijas, ya que está perdiendo la vista. Patricia colabora con Salvar El 1 (Save The 1) y ha escrito un libro con  su historia.
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