Por Eduardo Limón
¿Qué es lo que ves?
¿Es acaso una mujer en plena facultad de sus aptitudes y lugares en este mundo, o quizá sólo es la expectativa inconsciente de lo que esperamos en ella sin importar sus pensamientos o deseos? La representación de las mujeres no sólo en el arte, sino en la cultura visual, nos da diversas pistas en la historia contemporánea sobre lo que se considera como presencia femenina en la sociedad y los destinos que tiene prometidos. Aunque nos situemos temporalmente en un momento de reivindicación y lucha de estereotipos, con el trabajo de asimilar que la imagen de la mujer no ha cambiado del todo, se puede advertir que su importancia es prácticamente nula en situaciones que supuestamente le favorecen, pero en realidad sólo la enmarcan en la vulnerabilidad o la utilización.
“Aunque cada día se estiliza más en cuanto a lo políticamente correcto en nuestra época, la objetivación del género es constante en una mutabilidad de contenidos; siempre dispuestas a los fines del producto a publicitar”.
Dicha formalización visual –física y externa–, de hecho, moldea una formalización interna anímica; el énfasis o la importancia de algunos aspectos en la vida femenina en tanto al cuerpo moldeado por decisiones que no son propias, entonces comprende la estructuración de lo que una mujer espera de sí, al mismo tiempo que genera las perspectivas en quienes le rodean. Esa memoria oculta en nuestra comunidad global, por más intentos de modificación que se han hecho, no ha podido renunciar a esas apreciaciones que comprometen a lo femenino como débil, incapaz, extraño, inmoral, invisible e injustificable.
Esa imagen aparentemente inmortal se ha perpetuado en la publicidad (sobre todo aquella de tinte sexual o erótico) y, aunque cada día se estiliza más en cuanto a lo políticamente correcto en nuestra época, la objetivación del género es constante en una mutabilidad de contenidos; siempre dispuestas a los fines del producto a publicitar. Pero ello ha adquirido tintes aún más radicales en la industria de la moda; el manejo de lo femenino –a pesar de ser su mismo público– se ha tornado de mayor oscuridad en lo que concierne al fashion.
“Esa mujer fetichizada que se construye y reproduce en muchas campañas de diseño, en las portadas de moda o en los artículos de tendencias, es la figura que se utiliza por excelencia en la dinámica consumista del capitalismo contemporáneo”.
La artista y activista visual Yolanda Domínguez ha hecho un análisis editorial en las revistas de moda con mayor alcance en el planeta (Vogue, Elle, Harper’s Bazaar, entre otras) y obtuvo una conclusión devastadora. Esa mujer que antes era retratada como feliz y servil, plena pero a la vez complaciente con el resto de la sociedad, ha evolucionado en una actitud patética; la fotografía de moda, según Domínguez, presenta a una mujer infeliz, atormentada, cansada, frágil, agotada, enferma, sufriente, abatida e incluso drogada o perturbada.
Así, esa mujer fetichizada que se construye y reproduce en muchas campañas de diseño, en las portadas de moda o en los artículos de tendencias, es la figura que se utiliza por excelencia en la dinámica consumista del capitalismo contemporáneo; es la mercancía perfecta para los estándares de belleza. Según Goffman, sociólogo que analiza la performática y la ritualización de los cuerpos, la producción de roles, actividades y valoraciones categoriza a la presencia femenina en distintos arquetipos que asimilan determinadas conductas como innatas.
Esos mismos bloques de personalidad que se le atribuyen en la investigación de Goffman, son retomados por Domínguez para explorar gráficamente la composición y la exacerbación en la portada común del fashion.
Por ejemplo, la mujer oculta; aquella que se puede observar a lo lejos, oculta detrás de alguien o algo.
O la mujer lejana; ésa que aparece despegada de la realidad o con la cabeza en otro sitio.
También está la mujer sumisa, que siempre está en la cama o en el suelo a expensas de lo que suceda a su alrededor.
Igual se muestran en posiciones o movimientos que las hacen parecer desconcertadas.
La mujer niña es aquella que siempre está en subordinación o en una atrayente inocencia.
De similar naturaleza, se encuentra la mujer juguete que intenta escapar pero en realidad no lo logra inconscientemente.
Algo parecida, la mujer juguetona es la que utiliza su cuerpo de marioneta o circense para atraer las miradas y la complacencia.
Y por último, la mujer dichosa es ésa que manifiesta su placer al estar solo junto a un hombre, en posesión de joyas, de lujos y escenarios extraordinarios, pero con cierto aire falsedad.
Pero, ¿qué es lo que queda detrás? Mujeres que, si se analiza su postura y mirada, suelen ser individuos artificiales que no llegan más allá del estereotipo. Uno que, por cierto, ha dejado de lado a esa última categoría de lo femenino (la que aborda lo dichoso) para aportar una masificación de miradas desencajadas, movimientos dementes, posturas cansadas y tristes, además de vulnerabilidades depresivas. Puedes revisar el trabajo de Yolanda Domínguez visitando su página oficial y estudiar un poco más sus puntos de vista, analizando a la mujer “vendible”.
Fuente: Cultura Colectiva
Fotografía principal: Exit Magazine