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Duke Schneider es un luchador profesional conocido como Pitbull y un guardia retirado de la prisión en la isla Rikers. Durante ocho años, fue miembro del Movimiento Socialista Nacional. Su devoción era principalmente para Adolf Hitler y después para el grupo de neonazis que dirigía desde su casa en Brooklyn.
Daba discursos en mítines nazis en todo el país. Una pequeña milicia que operaba a lo largo de la frontera de Arizona y usaba insignias nazi lo llamaba constantemente para pedirle consejos.
Sin embargo, hace unos años, cuando se tomó una pausa para hacer un balance de su vida, se dio cuenta de que extrañaba a una amiga, Catherine Boone, una trabajadora de la salud y personalidad de la televisión por cable no muy reconocida. Schneider la había conocido años antes en una convención de coleccionistas de autógrafos. Ahora se veían menos, en parte porque él estaba tan ocupado siendo neonazi y en parte porque sus compañeros no le habrían dado su aprobación.
Boone es una mujer negra.
“Tenía que aparentar que no me afectaba y seguir las enseñanzas de Mi lucha”, explicó Schneider, de 66 años, mientras él y Boone estaban sentados en la mesa de siempre al fondo del restaurante Floridian Diner en Flatbush.
Hoy están felizmente casados y la suya seguramente es una de las historias de amor más inusuales de Brooklyn. “No discutimos por nada”, dijo Boone.
El uniforme de la SS de Schneider está en una bolsa de basura en su ático, y él habla con arrepentimiento acerca de la época que pasó en el Movimiento Nacional Socialista, considerado el grupo neonazi más grande de Estados Unidos.
“No bebía ni violaba la ley, pero era uno de los hombres más malvados que jamás hayan vivido”, dijo Schneider. “No era un hombre de Dios. Era un hombre de Satán que servía a Hitler”.
“En eso tienes razón”, opinó su esposa.
La historia de Schneider es una de las historias de transformación más improbables. Actualmente, dijo Schneider, trabaja como guardia para judíos ortodoxos, resguardando la entrada de las sinagogas, algo que considera un honor.
Para entender cómo se hizo neonazi, Schneider dijo que ayuda saber que de niño se sentía rechazado. “Crecí trastornado”, dijo. Su padre estaba ausente y su madre lo “odiaba porque se lo recordaba”; además, un familiar mayor que él lo golpeaba sin piedad.
De niño, su espalda a veces tenía heridas porque le daban latigazos con una correa para perros. Él solía ver documentales, y nada se comparaba con su fascinación con programas sobre el Tercer Reich. Los imponentes uniformes y la idea de una raza superior lo cautivaron. “¿Por qué no puedo ser tan fuerte como lo eran ellos?”, se preguntaba.
Comenzó a practicar la halterofilia y se unió a los círculos de lucha profesional. Durante 20 años, fue guardia en una correccional de la isla Rikers, para después retirarse en 1999.
A lo largo de los años, Schneider siguió teniendo una obsesión no tan secreta con los nazis.
Ya retirado, Schneider encontró un trabajo como guardia y volvió a ser luchador. En su tiempo libre, asistía a eventos como el Chiller Theater Expo, una convención de firmas de autógrafos para quienes antes fueron famosos o casi famosos. Ahí comenzó a charlar con Boone, quien estaba firmando fotografías para fanáticos que la reconocían por su trabajo en el Canal 35, una estación de televisión por cable de acceso público. También había actuado en algunos filmes de terror.
Schneider era guardia de seguridad y Boone necesitaba protección. Ella le dijo que le temía a un hombre violento con el que había tenido una relación. Schneider se convirtió en su protector. La acompañaba de compras y la visitaba para ver si se encontraba bien. Ella terminó por mudarse a su casa. Fue entonces cuando él se volvió neonazi.
Los motivos de Schneider no eran muy claros. Según lo que relata, su intención era infiltrarse al movimiento supremacista blanco como agente encubierto. La razón, dijo, era que a Boone la habían acosado unos skinheads en un autobús público. Consternado por la forma en que la trataron, comenzó a investigar acerca de supremacistas blancos en internet.
No obstante, después de medio siglo de fascinación con los nazis, Schneider se dio cuenta de que le emocionaba marcar el número del Movimiento Nacional Socialista. Habló con un reclutador, llenó una solicitud de membresía y compró un uniforme nazi. Cuando llegó, se lo probó de inmediato. “Era casi como tener seis años de nuevo”, dijo.
Credit. Joshua Bright para The New York Times
En cuestión de meses, se unió al círculo interno de la organización, su grupo de las SS. Se rasuró la barba y juró lealtad y dedicar su vida a Hitler y a Jeff Schoep, un neonazi en Michigan que dirigía el Movimiento Nacional Socialista en Estados Unidos.
La mayoría de los estadounidenses que saben de la organización, si acaso lo hacen, es a causa de las marchas del grupo. Las reuniones a menudo se vuelven riñas. Cuando Schneider iba a las marchas, en Carolina del Sur, California, Nueva Jersey y otros lugares, Boone a menudo se quedaba despierta hasta tarde, ponía fotos de Schneider en toda su cama y las veía hasta que empezaba a llorar.
“Oraba para que regresara a salvo y rezaba para que renunciara a esa organización”, recordó.
Schneider se volvió uno de los representantes públicos del grupo; pronunciaba discursos en mítines y hacía declaraciones a los medios. Comparó a los inmigrantes indocumentados con cucarachas y cuando le preguntaban acerca del Holocausto hablaba sobre cómo los alemanes también habían sufrido.
En los mítines, convivía con personas que habían puesto a sus hijos el nombre de Hitler y con otros que expresaban su odio con su piel. “Muchos de ellos tuvieron infancias muy infelices y se comportaban como niños perdidos, y yo creía que quizá podría ayudarlos”, dijo Schneider, quien tiene una voz suave que suena ligeramente nasal, lo cual muy probablemente se debe a que le rompieron la nariz una decena de veces.
Sin embargo, Schneider también estaba cegado, dijo, por su rápido ascenso. “Tenía a cien hombres bajo mi poder, listos para hacer lo que yo dijera”, comentó. Schneider no pensó las cosas dos veces, ni siquiera después de las muertes violentas de dos hombres que consideraba sus compañeros.
“Quería que mis antiguos compañeros supieran que esta mujer negra es mi esposa. Sí, amaré por siempre a esta mujer, y estoy renunciando al nacionalsocialismo”. Duke Schneider
En 2011, Jeff Hall, un líder californiano del movimiento, murió después de que su hijo de diez años le disparara. “Yo le había asignado un puesto más alto y le había dado su uniforme”, dijo Schneider acerca de Hall. Al año siguiente, J. T. Ready, quien había patrullado la frontera entre México y Arizona y había detenido a inmigrantes, mató a tiros a cuatro personas antes de suicidarse, dijeron las autoridades.
También en 2012, los médicos hallaron lo que parecía ser un tumor cancerígeno en la garganta de Schneider. El pronóstico no era bueno.
Durante años, Schneider había sentido que se distanciaba cada vez más de Boone, pero de pronto se dio cuenta de que ella “era la única que lo hacía sentir como si hubiera esperanza”. Con su apoyo, habló con el pastor de ella. En una misa dominical, se presentó ante la congregación; “confesé todo y me arrepentí”, dijo Schneider. “Creí que estaba a punto de morir”.
El tumor de Schneider resultó ser benigno, un milagro de Dios, dijo. Desde su cama en el hospital, Schneider le dijo a Boone: “En cuanto me recupere… nos casamos”. Semanas después, lo hicieron.
La noticia llegó hasta el Movimiento Nacional Socialista cuando la esposa del pastor publicó fotos de la boda de la pareja en Facebook. Los neonazis en todo el país lo atacaron verbalmente. Schneider sintió alivio. “Quería que mis antiguos compañeros supieran que esta mujer negra es mi esposa. Sí, amaré por siempre a esta mujer, y estoy renunciando al nacionalsocialismo”, dijo.
Schneider llamó a su comandante para renunciar. De ahora en adelante, le dijo Schneider a Schoep, viviría según las enseñanzas de la Biblia y no de Mi lucha.
“Estaba haciendo algo con lo que no estamos de acuerdo: mezclar las razas”, dijo Shoep en una entrevista telefónica. “Estoy intentando decirlo de buena manera, pero en verdad no creemos en eso”.
En el restaurante Floridian Diner, muchos comensales conocen a Schneider como el exluchador. Cuando lo saludan en su mesa, Boone saca un montón de fotos en las que Schneider luce más joven y más feroz, y se las enseña a cada uno después de que su esposo les da su autógrafo.
Ya llevan cuatro años de casados, un periodo que trajo consigo “muchos cambios felices”, comentó. Uno de ellos, dijo, fue su trabajo actual como guardia en yeshivás y sinagogas. Lo ha conmovido la amabilidad de los familiares de los rabinos, quienes le llevan sopa cuando hace frío. “Ahora amo y respeto a estas personas”, dijo.
Expresó su ansiedad de que se descubriera su pasado y lo expulsaran. “Le rezo a Dios para que nunca lo averigüen”, dijo.
Fuente: nytimes
Fotografía principal de Joshua Bright para The New York Times