Steve Bannon traslada al núcleo del poder mundial los métodos e ideas disruptivas de Breitbart News.
Stephen K. Bannon, productor de cine y agitador mediático, se ha consolidado en quince días como el hombre más influyente en la Casa Blanca de Donald Trump. Bannon ha trasladado al centro del poder mundial los métodos y la ideología que hicieron de su publicación, Breitbart, un altavoz de la derecha más estridente. Su huella es visible en medidas como el decreto que prohíbe temporalmente la entrada de refugiados e inmigrantes de varios países musulmanes. Como otros ideólogos del trumpismo, combina el nacionalismo económico con la defensa de las fronteras cerradas y la convicción de que lo que llaman el «islamofascismo» es el mayor peligro para la civilización occidental.
Le llaman el poder en la sombra, el Rasputin de Trump. Su cargo —estratega jefe y consejero sénior— le otorga un acceso privilegiado al despacho oval, sin las ataduras institucionales que imponen cargos más formales como el de jefe de gabinete. A los pocos días de llegar a la Casa Blanca, el presidente le ascendió concediéndole un sillón en el comité director del Consejo de Seguridad Nacional, el organismo que coordina la política exterior y de seguridad de la Casa Blanca. Se le atribuye la autoría, junto a su protegido en la Casa Blanca, Stephen Miller, del discurso inaugural del presidente, el 20 de enero, un discurso con idéntica retórica populista y nacionalista que lleva años cultivando en sus documentales y en Breitbart.
El ritmo endemoniado y caótico en los primeros días de la presidencia lleva su rúbrica. Se dedique a redactar decretos presidenciales o a descalificar a la prensa como “el partido de la oposición”, Steve Bannon deja su marca.
La palabra del momento es disrupción, la idea de que el nuevo presidente llegó para poner patas arriba el sistema, aunque sea a costa de sembrar el desorden y la confusión con un decreto chapucero y aprobado a toda prisa, como ocurrió con el veto a inmigrantes y refugiados.
Bannon, que se definió hace un tiempo como un “leninista” que “quiere destruir todo el establishment”, aparece como el arquitecto de la revolución, o su genio maléfico. No es fácil distinguir cuánto hay de realidad y cuánto de leyenda. La leyenda —estos días Bannon ha aparecido en la portada de Time y The New York Times se ha preguntado en un editorial si él era realmente el presidente— agranda su poder.
Hay tradición de genios en la sombra en EE.UU, reales o imaginarios. En los años de George W. Bush, el último presidente republicano antes de Trump, eran los intelectuales neoconservadores, o el vicepresidente Dick Cheney, o el estratega Karl Rove. Trump, que lleva décadas en la vida pública, no es un producto de Bannon. Pero Bannon y otros — como el fiscal general in péctore, el senador por Alabama Jeff Sessions— han encontrado, en él, un vehículo para una ideología hasta ahora marginal.
En la Casa Blanca Bannon, Sessions y otros asesores compiten por influencia con figuras como Reince Priebus, el jefe de gabinete, un republicano tradicional, miembro de la casta de políticos profesionales que Bannon ha dedicado media vida a combatir.
El trumpismo es una ideología atípica, sin otro programa que la propia personalidad de Trump ni otros textos fundacionales que la nutrida bibliografía del magnate neoyorquino sobre sus hazañas empresariales y vitales. Si hubiera que buscar un documento fundacional de esta ideología, podría ser la intervención de Bannon en una conferencia organizada en 2014 en el Vaticano por el Instituto de la Dignidad Humana. La intervención, de casi 50 minutos, ilumina las primeras acciones y gestos del nuevo presidente de EE UU.
Bannon parte de la base que el capitalismo de mediados del siglo XX sirvió para distribuir la riqueza entre la clase media y garantizar décadas de paz. Fue la época dorada. El fin de la Guerra Fría desembocó en una “crisis de nuestra fe, una crisis de Occidente, una crisis del capitalismo». El problema, continúa, es que el capitalismo existe hoy en una vertiente estatista —grandes corporaciones beneficiadas por los poderes públicos— o extremadamente individualista y materialista.
Ninguna de estas dos vertientes es beneficiosa para las clases trabajadoras, las damnificadas por la crisis financiera de 2008. Bannon pronostica el advenimiento de un movimiento transnacional, un “movimiento populista de centroderecha de la clase media, del trabajador y la trabajadora del mundo que simplemente está harto de que lo que llamamos el partido de Davos le dicte lo que tiene que hacer”. En el vocabulario del trumpismo, Davos — punto de encuentro anual del capitalismo global— es sinónimo de las élites cosmopolitas, del liberalismo sin patria que mira por encima del hombro a las clases trabajadoras. Un símbolo del mal.
Debilitadas, las sociedades occidentales se encuentran “en las primeras etapas de un conflicto muy brutal y sangriento”, según Bannon. “Todo converge hacia algo que debemos afrontar, y que es un tema desagradable, pero estamos ante una guerra abierta contra el yihadismo islámico fascista”, dijo en la conferencia, en la que participó vía skype desde California. “Y creo que esta guerra hace metástasis más rápidamente de lo que nuestros gobiernos pueden gestionarla”.
El otro documento clave para entender la ideología se titula La elección del vuelo 93 y se publicó en septiembre en la pequeña revista conservadora Claremont Review of Books. El autor, anónimo, firmaba Publius Decius Mus, el nombre de un cónsul romano que se sacrificó en una batalla para salvar a Roma.
El artículo presentaba una visión apocalíptica de EE UU, un país necesitado de una sacudida inmediata si quería evitar caer en el precipicio. Denunciaba la complicidad del establishment conservador con los progresistas que habían asentado su hegemonía cultural y política con artimañas como la apertura de las fronteras a extranjeros. Celebraba que Trump hubiese acertado en oponerse al consenso biempensante sobre el libre comercio, las intervenciones bélicas en el extranjero y la inmigración. Y sí, constataba la anomalía de Trump —un candidato histriónico, lenguaraz, ofensivo para muchos conservadores— pero sostenía que no era más que el signo de la época («sólo en una república corrupta, en tiempos corruptos, podía emerger un Trump»), y que difícilmente se encontraría una figura mejor para la necesaria disrupción.
El título aludía al avión secuestrado el 11 de septiembre por terroristas de Al-Qaeda en el que los pasajeros se enfrentaron a los secuestradores e intentaron tomar el control del aparato. “2016 era la elección del vuelo 93: carga contra la cabina o muere”, escribió Publius Decius Mus. “Quizá morirás igualmente. Quizá tú —o el líder de tu partido— llegue a la cabina y no sepa cómo pilotar o aterrizar el avión. No hay garantías”. El argumento era que la situación era tan crítica que había que tomar medidas drásticas, aunque fuesen arriesgadas. En otras palabras, había que votar a Trump.
El vuelo 93 acabó estrellándose en un campo de Pensilvania: murieron todos los pasajeros. La revista neoconservadora The Weekly Standard ha revelado esta semana que Publius Decius Mus se llama en realidad Michael Anton y trabaja en la Casa Blanca.
Fuente: elpais