La nueva película de J.A. Bayona rompe con las características naturales del cine familiar. Esta película no es un cuento de hadas, no es fantasía pura y ciertamente no contiene un final feliz ni un manual de cómo usar tu imaginación para escapar de la realidad.
Es un filme que retrata ese momento determinado de la niñez en la que parece ser imposible hacer una transición a la juventud. Es ese momento en el que las adversidades resultan injustas e invencibles donde esta película sitúa su relato. La historia que Un monstruo viene a verme cuenta es bastante simple: Conor ve cómo su madre sucumbe ante el cáncer y cómo, junto con ella, todo su mundo se desmorona; su abuela, su distanciado padre y los grandulones de su escuela parecer estar en contra suya. Así, la aparición de un misterioso monstruo parece ser la ayuda que él necesita.
Está filmada con un ritmo frenético y con una tremenda rabia y tristeza contenidas. Es un filme violento en cuanto a sus circunstancias, en cuanto a la dureza de los hechos que retrata. Y tal vez ese sea su único defecto. Si el espectador es un niño o si es un adulto poco sensible, este filme se vuelve un conjunto de imágenes abrumadoras de lágrimas, gritos y personas furiosas que probablemente no tendrán sentido. Quizás Bayona, en su intención de contagiar ese mundo infantil resquebrajado, satura de furia y tristeza su película, haciéndola más ruidosa y más adulta de lo que en verdad debía de ser. De cualquier manera, vale la pena verla, ya sea para escuchar su maravilloso soundtrack -compuesto por Fernando Velázquez-, para atestiguar el surgimiento del talentoso Lewis McDougall o para confirmar cómo el cine sobre los problemas de la adolescencia ha madurado desde aquél lejano E.T. de Steven Spielberg.
Rodrigo Mendoza. Cinéfilo por hábito -cada semana tiene una cita puntual con la sala de cine- por elección prefiere estar viendo una película que hacer cualquier otra cosa- y asiduo lector de cómics y novelas policiacas que solo buscan entretenerlo inofensivamente.