Acaba 2016, un año que ha significado una tormenta histórica considerable.
“Hacer predicciones es difícil, en especial sobre el futuro”, advirtió el Nobel de Física danés Niels Bohr, porque la realidad las destrozará. Esta certeza me evita caer en la tradicional trampa de profetizar, en la última columna del año, cómo le irá al mundo en 2017. 2016 ha significado una tormenta histórica considerable, potenciada por la llegada de un charlatán con remedios mágicos a la Casa Blanca. Año que algunos comparan, por su densidad, con 1989, cuando cayó el muro de Berlín, o 1992, en que se produjo la implosión de la Unión Soviética. Solo me atrevo a poner en contexto, tratando de explicar el año excepcional y sorprendente que concluye, advirtiendo que son muchas las preguntas que aún no tienen respuesta. ¿Ha acabado la hegemonía americana? ¿Occidente ha iniciado su decadencia?
Los acontecimientos nos alcanzaron, arrollándonos. La gran migración, la mayor desde la última guerra mundial, por la cruenta guerra civil siria, y el terror desatado por el llamado Estado Islámico (ISIS), exportado a las grandes capitales europeas, desbordó las fronteras de Europa. Ha servido de gasolina para un populismo nacionalista rampante, provocando una reacción de rechazo al diferente, un cierre de fronteras y un repliegue preocupante al Estado nación. En definitiva, el triunfo del tribalismo.
El Brexit nos hizo temer la desaparición del proyecto europeo. Solo evitable haciendo a Europa grande otra vez. Al tiempo, Polonia y Hungría emprendían un camino contrario a los valores europeos. Las elecciones presidenciales de la primavera próxima en Francia ahondan el peligro del dominó populista, que también incuba Alemania. Rusia vuelve a contar en Oriente Próximo con su participación militar en Siria. El asedio y martirio de Alepo señalan la medida de la impotencia de EE UU y las democracias europeas. Putin avanza en su objetivo de dividir a Europa, apoya a los populistas europeos, potencia su retórica nacionalista y recuerda su poderío nuclear. Tras inmiscuirse en las elecciones de Estados Unidos, ve satisfecho el triunfo de Donald Trump.
Y llegó Trump, la elección que no vimos venir, y mandó parar la globalización, aislar a EE UU, volver al pasado proteccionista, América primero, retar a China con Taiwán como moneda de cambio para lograr el reequilibrio comercial y ensalzar la autocracia de Putin. Sin duda, el personaje del año, como lo ha elegido la revista Time, que lo califica de presidente de los Estados Divididos de América. Acaba 2016, el año en que los insurgentes asaltaron el sistema, el año de los demagogos, del vapuleo a los expertos y a las élites, del asalto a la verdad: el diccionario de Oxford nominó a la posverdad como la palabra del año. Permitió a Trump presentarse como el líder de los desheredados, “yo represento a los trabajadores del mundo”. Bienvenidos a una época de desconcierto, de desorientación y perplejidad, que dará paso a otro orden internacional diferente al estable, cierto, que nos resultaba demasiado cómodo, nacido de la posguerra de 1945, en el que los perdedores no podrán seguir siendo siempre los mismos.
Fuente: El País