La caída de primer ministro Renzi tras el “no” de los italianos a su reforma constitucional, y la fatigada resistencia del voto pro-europeo en Austria, resultan tentadoras como síntomas proféticos para todos los impacientes del colapso europeo.
Hay profetas de la revolución inminente, a izquierda y derecha. Muchos europeos de ley y orden, partidarios de la tradición y fieles a la herencia cristiana de Europa, llevan tanto tiempo esperando en vano un cambio de tornas en las políticas de la globalización cultural, que han visto los cielos abiertos en la muy pregonada rebelión de las masas contra las élites.
Ángeles exterminadores de derechas y de izquierdas comparten la misma prisa por que esto descarrile de una puñetera vez. Suspiran inocentemente, como el protagonista de Las maravillosas aventuras del buen soldado Svejk, la deliciosa sátira de Jaroslav Hasek: “Qué suerte, si pudiéramos tener una buena guerra ahora”. Si Europa no puede ser así o asá, simplemente, no será. Mejor morir por los extremos que por las extremidades, como dice Jean Baudrillard en el pórtico de La transparencia del mal. Mejor redentores que mutilados. Mejor fumigar que reformar. A grandes plagas, grandes llamas.
Quizá convenga serenarse un poco y prestar un poco más de atención a los humildes hechos, siempre tan poco revolucionarios, tan poco adelantados a su tiempo, tan poco proféticos.
Preguntarse, por ejemplo, qué ha pasado de verdad, y qué no, este domingo en Europa:
Ha pasado que en Austria se votaba sobre la Unión Europea y en Italia, no. La naturaleza de la consulta fue distinta en ambos países.
Ha pasado que en Austria ganó el voto favorable a la integración europea, si bien con límites, matices y letra pequeña al pie de los gráficos.
Ha pasado que en Italia, ganó el voto de las regiones –en diecisiete de ellas, ganó el ‘no’, frente a tres donde ganó el ‘sí’– frente a una propuesta del primer ministro para re-centralizar el poder del Estado y reducir las opciones del multipartidismo que tanta inestabilidad política ha causado en Italia. El triunfo del ‘no’ difícilmente puede leerse como un voto anti-europeo o anti-elitista. Hasta The Economist pidió el voto para el ‘no’. Que los populistas de izquierdas, como el movimiento Cinco Estrellas, celebren cualquier avance de la desestabilización, es normal. Que lo hagan los revolucionarios de derechas, simplemente porque la crisis italiana agrava la crisis europea, es otro cantar.
Ha pasado que en las zonas rurales de Austria ganó el candidato nacionalista Norbert Hofer, mientras que en las ciudades ganó el ecologista Alexander Van der Bellen.
Ha pasado, también, que los hombres votaron mayoritariamente por el señor Hofer (56% frente a 44%) y las mujeres (62% frente a 38%) por su oponente Van der Bellen. Estos comportamientos reproducen la división cultural y sexual del voto que se ha manifestado en el referéndum del Brexit, en la elección de Donald Trump y, en menor medida, en el triunfo del PP en las elecciones de junio en España.
No ha pasado, en Austria, que el resultado sea un voto de los perdedores contra los ganadores de la globalización. ¿Qué perdedores de la globalización puede haber en las zonas rurales de Austria? El malestar de la globalización económica es una de las corrientes que nutren de votos a las fuerzas populistas, junto a la percepción de una inmigración descontrolada y una rebelión contra las élites prescriptoras –políticos, expertos, medios de comunicación,…–
Ha pasado que esta división del voto entre el campo y la ciudad, y entre hombres y mujeres, tiene motivaciones distintas. Una de ellas, quizá, es el miedo a la pérdida de identidad por la llegada masiva de inmigrantes. El voto masculino y el voto rural expresarían esa resistencia de la identidad, frente al voto urbano y femenino, más cosmopolita.
No se ha dado, al menos en Italia, la división generacional que de otras elecciones recientes en Europa. No ha sido un voto de jóvenes contra mayores, como en el Brexit o en las elecciones generales en España. Los jóvenes italianos han votado mayoritariamente por el ‘no’. A diferencia de otras elecciones con resultado anti-establishment, dominadas por el voto de los electores de mediana edad y los mayores, aquí el voto anti-elitista se ha concentrado en los más jóvenes.
Ha pasado, en Italia, que el ganador del referéndum es el movimiento Cinco Estrellas, una fuerza de izquierdas que está a favor del aborto, el matrimonio homosexual y la exclusión de los creyentes del espacio público. Dirás, y muy razonablemente, que lo mismo que el Partido Demócrata del primer ministro Matteo Renzi, una de cuyas senadoras, Monica Cirinna, es la autora de la primera ley de uniones civiles del mismo sexo y acaba de pedir públicamente expulsar de los hospitales públicos a los médicos objetores al aborto. ¿Qué celebran exactamente los revolucionarios de derechas en el referéndum italiano? ¿El triunfo de los valores conservadores o la desestabilización del proyecto europeo?
A los revolucionarios de cualquier color, todo cambio les parece siempre poco.
Para los revolucionarios de Podemos, entrar en el Congreso y jugar el juego democrático es un avance insuficiente. Necesitan que el sistema sea puesto en cuestión de manera permanente.
Del mismo modo, para los revolucionarios de derechas, François Fillon y Theresa May llegan tarde, son débiles, incapaces de cura de ricino que Europa y Occidente necesitan. Víktor Orban está bien, dicen, pero cuando su ministra de Familia viene a España –como hizo hace tres semanas, invitada al Seminario Internacional sobre la Familia que se celebró en el CEU– y dice que Hungría no es eurófoba sino pro-europea como la que más, y que no quiere romper la Unión, ni volver al esquema de los Estados-nación del siglo XIX, muy por el contrario, cómo van a querer algo así, si tienen memoria y saben lo que es vivir bajo el yugo del nazismo y el de la dictadura comunista, y conocen el peligro de vivir en vecindad con Rusia, entonces, cuando lo que piensan de verdad los demás no se ajusta a lo que conviene que se crea, se tapa esa realidad y se saca de los titulares periodísticos.
Ahora no recuerdo si fue Isaiah Berlin quien dijo que “todo revolucionario degenera en un dictador o en un hereje”. O en ambas cosas, cabría añadir. [Si puedes ayudarme con la atribución de la cita, te lo agradezco]