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El desahogo del alma

Llorar, sin caer en el exceso, es una buena forma de expresar sentimientos; es algo así como una válvula de escape. A nuestra alma le ocurre como a una olla a presión. Si se le reprime al límite y no se permite derramar lágrimas, explota. Cuanta más presión tenga, esa emoción se manifestará de forma desaforada, y a veces se da de una forma trágica.

Aunque nunca me ha gustado la gente llorona, tampoco estoy de acuerdo con quienes se niegan a expresar sus emociones.

No creo que por dejar ver lo que sentimos perdamos compostura o quedemos en evidencia por una supuesta debilidad de carácter.

Ser fuerte no tiene nada que ver con ‘tragarse el dolor’. Se trata de que los sentimientos fluyan y así tener claridad y una férrea voluntad de enfrentar lo que la vida nos ofrece. Y en ese orden de ideas, las lágrimas suelen liberarnos para bien.

Llorar quita la ansiedad y de manera paradójica también combate la tristeza. Es más, nos trae serenidad. De hecho, el llanto facilita la asimilación y la aceptación de la ausencia de un ser querido.

No hay que pasarse la vida lamentándose por todo; sin embargo, sí hay que darle paso al desahogo.

¡No lo digo yo! Los propios expertos sostienen que llorar, siempre y cuando se haga con cierta moderación, le hace bien al alma.

Los médicos aseguran que llorar hace que se liberen hormonas que funcionan como anestesias naturales y que tienen la capacidad de paliar el dolor. Es decir, ayuda a calmar nuestro interior y nos brinda una gota de paz.

Alguien que llora puede ver la situación más nítida. Reitero, eso sí, que aquí no hay cabida para los quejumbrosos.

Insisto en que, con estas líneas, no quiero hacerle una apología al rol de la víctima. Hago referencia a no guardar en el corazón pesares que lo hagan sentirse frustrado o herido; al menos, no por mucho tiempo.

Es bueno dejar correr las lágrimas sobre las mejillas, entre otras cosas, para que el viento se lleve las penas.

Cuando alguien siente ganas de llorar es porque tiene un pedazo de su corazón quebrado. Es entonces cuando llega el momento de expresar el dolor que se lleva por dentro.

No en vano dicen que el llanto suele ser la voz sublime del alma.

El tema va más allá de llorar. Es un encuentro con uno mismo para dejar salir toda la amargura, ya sea por las injusticias de la vida o porque nuestro entorno nos lleva a ello.

Por eso, la lágrima que se refleja en el rostro de un ser humano siempre guarda dentro de sí muchas esperanzas. Es algo así como una ‘válvula de escape’.

Claro está que hay varios tipos de lágrimas: están las que invitan a los demás a que tengan compasión de uno; hay lágrimas vivas, que denotan una gran aflicción; y están las lágrimas de la vid, que son aquellas que parecen una gota de vino que sale en un suspiro o en un momento de reflexión.

Ninguna de estas lágrimas es mala. ¡Todo lo contrario! Un hombre sin tacha y sin miedo, jamás inspira tanto respeto como cuando se le ve llorar.

La página de hoy es una especie de reflexión para entender el verdadero significado de saber expresar nuestros sentimientos, sin temor a que alguien nos vea llorar.

Llore cuando sienta que necesita hacerlo, porque le puede aliviar cualquier pena y hará que se le desenrede ese nudo en la garganta.

No se trata de abandonarse a la pena en un mar de lágrimas, porque hasta las mismas aguas del océano tienen su nivel. La idea es que esas gotas en su mejilla se conviertan en un bálsamo en medio de tanta aflicción.

Hay más ternura en una lágrima, que en todos los rostros de la dureza. ¡Exprese lo que siente! Cuando tenga necesidad de hacerlo, ¡Desahóguese!

No es aconsejable reprimir el llanto.

Nota aclaratoria: Si el sufrimiento es continuo, si las lágrimas se desbordan y se atraviesa por episodios prolongados de tristeza, el tema debe ser tratado de manera clínica, pues podría ser diagnosticado como depresión crónica. En esos casos, obviamente es preciso acudir a un especialista.

 

http://www.vanguardia.com/entretenimiento/espiritualidad/380848-el-desahogo-del-alma

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