La información trascendió esta semana y es probable que, en el contexto de lo que estamos habituados a vivir aquí, la especie suene asombrosa: las autoridades suecas han dispuesto el cierre provisorio de cuatro cárceles porque la tasa de delitos en ese país descendió un 6%, por lo cual el mantenimiento de los sitios de detención resulta oneroso. La decisión la anunció el responsable del sistema de prisiones y libertad vigilada del país nórdico, Nils Öberg.
Suecia tiene una población de 9 millones y medio de habitantes, con poco menos de 5 mil personas encarceladas. El número de reclusos, que ha caído en el entorno del 1% anual desde 2004, descendió un 6% en 2011 y en 2012, y se espera que mantenga la misma tendencia tanto este año como el próximo, según datos aportados por el propio Öberg.
De las cuatro cárceles cerradas, dos serán probablemente vendidas y las otras, al menos de forma temporal, utilizadas para otros fines. Öberg admite que nadie sabe de manera fehaciente la razón de este descenso en el número de reclusos pero espera que, al menos en parte, se deba al enfoque que Suecia da al sistema de prisiones, cuyo punto fuerte pasa por rehabilitar a los reclusos. No obstante, Öberg tiene sus dudas cuando manifiesta: «Esperamos que los esfuerzos que invertimos en rehabilitación y prevenir que los presos reincidan haya tenido un impacto, pero no creemos que esto pueda explicar totalmente la bajada del 6%«. Cerrar cárceles por falta de reclusos es una medida inédita que habla de una sociedad que está a años luz de la nuestra.
Los países nórdicos son un ejemplo en aspectos que refieren a la convivencia, el desarrollo humano, el cuidado del medio ambiente, la educación, la tolerancia y el respeto. Y en el caso de Suecia, esas realidades son palpables y ya no admiten réplica, como esa tan socorrida y falsa sobre su alta tasa de suicidios. Basta decir que en ese rubro Suecia ocupa el puesto 28 de la lista de la Organización Mundial de la Salud, debajo de países como Suiza y Francia y muy lejos del primero que es Rusia. La cultura sueca es igualitaria y abierta. En Suecia existen cerca de 330 bibliotecas y más de 200 museos, la mayoría de ellos ubicados cerca de las grandes ciudades como Estocolmo. Suecia ha recibido la influencia cultural de otros países e instituciones: Alemania y la Iglesia Católica durante la Edad Media, Francia durante el siglo XVIII, otra vez Alemania en el siglo XIX y los países anglosajones después de la Segunda Guerra Mundial. Ni hablar de su sistema político, liberal y tolerante como pocos o de su renta per cápita que ubica a Suecia entre los 10 países más exitosos en ese rubro.
Hace muchos años, en 1969 para ser exactos, se estrenó en Montevideo un documental italiano dirigido por Luigi Scattini cuyo título marcaba un visión oportunista y escandalosa sobre la sociedad sueca de entonces: Suecia, infierno o paraíso. El film se componía de nueve capítulos que abundaban en tópicos sensacionalistas: la sexualidad de los suecos, los night clubs de lesbianas, el intercambio de parejas, el matrimonio, las películas porno, la educación sexual, el alcoholismo, las drogas y la tasa de suicidios. Obviamente la finalidad del documental era aprovecharse de ese morbo que en la época inspiraba todo lo sueco y resumía la visión latina que teníamos de ese país, matizado también por la mirada que el cine de Igmar Bergman había trazado con sus símbolos y su psicodrama de sesgo existencial cuyo epítome era ese arduo misterio llamado El silencio, que en 1963 había descolocado a nuestras plateas.
Los dramas de Strindberg, la música de ABBA, Björn, la marca Volvo, Bergman, las novelas de Henning Mankell o el acero son referencias populares para definir a Suecia y los suecos. Por supuesto que hay rasgos más profundos y decisivos. Pero esta novedad de cerrar cárceles por falta de presos produce envidia y admiración. No faltará por aquí alguno que piense que una buena idea sería exportarles presos nuestros para que el personal de las cárceles suecas no pierda su fuente de trabajo.
FUENTE: ELPAIS