Las medallas y la fama lo dejaban vacío hasta el punto en que pensó en suicidarse.
La estrella de la natación Michael Phelps, el atleta olímpico más condecorado de la historia, casi cometió suicidio hace dos años. Su pericia atlética y su éxito le habían valido muchísima atención mediática durante la última década, tanta que pareciera que los medios deportivos le veneraban como a un dios. Pero, mientras tanto, Phelps luchaba por encontrar paz en su corazón. Se sentía vacío por dentro e intentó callar su dolor con drogas y alcohol, lo que lo lanzó a una espiral de decadencia.
En 2009 fue suspendido de la natación durante tres meses, después de que se hiciera viral una fotografía suya fumando en un bong, pero la sanción no le impidió seguir con las fiestas y viviendo al límite. De hecho, las cosas fueron a peor y culminaron con su segundo arresto en diez años por conducir bajo los efectos del alcohol. Phelps estaba tocando fondo. En los días siguientes a su arresto se aisló y continuó bebiendo.
Según admitió en una entrevista para ESPN: “No tenía autoestima. Ni amor propio. Pensaba que al mundo le iría mejor sin mí. Pensé que lo mejor que podía hacer… era poner fin a mi vida”.
Sus medallas de oro no le ofrecían consuelo y no encontraba propósito para seguir viviendo.
De forma providencial, su familia y amigos lo convencieron para que ingresara a un centro de rehabilitación, en donde enfrentaría la cara a sus demonios.
Al principio era renuente a abrirse, pero después de un tiempo aceptó su destino y empezó el camino de la recuperación.
Phelps llevaba consigo el libro Una vida con propósito, de Rick Warren. Era un regalo del antiguo jugador de futbol americano Ray Lewis, de los Baltimore Ravens, y no sólo lo leyó, sino que empezó a compartirlo con sus compañeros pacientes de la clínica de rehabilitación. Así se ganó el sobrenombre de Mike el Predicador.
Se mostró muy agradecido a Lewis por el libro: “¡Este libro es fantástico! Lo que está sucediendo […] por Dios […] dentro de mi cerebro […] no te lo puedo agradecer suficiente. Me has salvado la vida”.
Phelps comentó sobre el libro en una entrevista: «Me hizo creer que hay un poder por encima de mí y que tengo un propósito en este planeta”.
Los atletas besan sus medallas, que validan su trabajo duro, pero las medallas no pueden devolverles ese amor. Los elogios de los medios van y vienen caprichosos como el viento. Pero el amor que nace de la fe ayuda a restaurar la perspectiva.
Además de haber encontrado la fe durante su rehabilitación, Phelps reconoció que mucho de su desasosiego venía de la ausencia de su padre durante la mayor parte de su vida. Sus padres se divorciaron cuando Phelps tenía nueve años y para llenar ese vacío iba a la piscina. Una vez conquistada el agua, el dolor volvió a surgir.
Cuando llegó la Semana Familiar en el centro de rehabilitación, Phelps retomó el contacto con su padre y para ambos fue una experiencia terapéutica. Se abrazaron por primera vez en años y aquel momento ayudó a Phelps a seguir adelante.
Después de unos meses, tras la rehabilitación, Phelps pidió a su novia de muchos años, Nicole Johnson, que se casara con él. Los prometidos planificaron su boda para después de las Olimpiadas de Río. Poco después del compromiso descubrieron que Nicole estaba embarazada y el reciente nacimiento de su hijo fue otro punto de inflexión para Phelps.
Tras recibir a su hijo en una cálida manta, Phelps lloró. “Yo simplemente estaba allí –declaró a ESPN– y no pensaba que fuera a emocionarme, pero de repente me di cuenta: es nuestro hijo. Y súbitamente te llega esta nueva forma de entender lo que es el amor en realidad.”
Con la nueva responsabilidad de una familia, Phelps afirmó que se retiraba de la competición después de Río. Sin embargo, recientemente había dicho en una entrevista: “Nuestro primer hijo podrá ver, lo diré en caso de que regrese, mis potencialmente últimos Juegos Olímpicos. Así que no me castiguen si alguna vez vuelvo. Lo que quiero decir es que estoy deseando poder compartir con mi hijo las potencialmente últimas competiciones de mi carrera”.
Por la gracia de Dios, Phelps fue rescatado del abismo y devuelto a la vida. Puede que Phelps no sea perfecto, pero su renovada fe cristiana le ha aportado una nueva dirección.
Su éxito aún le hace ser el centro de los medios de comunicación, que le adoran como a un dios, pero esta vez, Phelps parece tener una mejor comprensión sobre quién es en el gran planteamiento de la vida y sobre lo que de verdad importa.
Entiende que las medallas de oro, por muchas que acumule, no tienen el poder de salvarte la vida.
Fuente: Aleteia