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Lo agrio de las medias naranjas

Esa peligrosa creencia de las medias naranjas… Para empezar, ¿quién dijo que todos somos naranjas?

 

Se le olvidó  pensar en los kiwis, melones, plátanos, papayas o, cruzando la línea, en verduras tales como el tomate, el apio, la lechuga, la zanahoria. Pero no, algún personaje de la “sabiduría popular” tuvo la visión de homologar a la humanidad con una fruta, y no sólo eso, sino que decidió hacerles a todos el mismo corte, no en tercios, ni octavos, ni cuartos, en mitades.

Todos somos la misma fruta, en la misma proporción, con el mismo corte, un corte que funda un origen de incompletud, que nos hace sangrar en ese agrio jugo a tal punto que derramamos semillas y gajos en lugar de lágrimas. ¿Qué nos quitaron cuando nos partieron? ¿Qué se fue con ese cuchillo que pensamos que nos lo puede devolver alguna otra naranja? Ahí está lo desafortunado de la analogía del amor con las frutas cortadas, que se tiene que buscar afuera lo que no se tiene dentro, en otras mitades, en otras incompletudes, en otras ficciones.

Y así, uno se topa en el amor con algo que parece una naranja. Pasa el tiempo y se ve que no era naranja, pero se insiste en que tal vez el sabor no es tan agrio, que lo podrido no está tan podrido, que sólo falta esperar un poco de tiempo para que madure y se haga dulce, o a que vaya el invierno y llegue la primavera. Después, uno descubre que eso era una tuna, por lo cual espinaba la mano, pero claro, la idea de encontrar la naranja a toda costa nos hace confundir las naranjas con las tunas, al punto de lastimarnos algo más allá de las manos.

Ahí está el riesgo, verle cara de naranja a todo lo que es otra cosa, pensar que el amor tiene sólo una forma, un sabor, una textura, un olor, en vez de verlo como un crisol de sabores que va de lo salado, lo picante, lo agrío, lo dulce, lo agridulce, lo asqueroso y lo delicioso (tan delicioso que vuelves a comer aunque engorde), hasta lo vomitivo (que vuelves a comer aunque vomites).

Hay amores que son como las cebollas y te hacen llorar a veces sin querer (a veces queriendo), o como el ajo que es un olor que se impregna en la boca y en los dedos,  tan refrescantes como la sandía, otros que se antojan comerse a mordidas como las manzanas, algunos que curan como el té de manzanilla o a veces son tan suaves como los mangos, tan difíciles como pelar nueces, tan agrios como los limones, o aquellos que aderezan la vida como la sal.

Incluso hay amores que tienen diferentes sabores al mismo tiempo, como las jícamas con limón, los mangos con chile o las fresas con crema. Existen los que tienen tantos sabores que no sabemos si son un jugo, un coctel, un licuado o una malteada, porque tienen de todo.

Algunos amores ni siquiera te dan tiempo para pensar en su sabor, porque te caen del cielo como las frutas de los árboles. Y debes tener cuidado, ya que te pueden caer en la cabeza o en los pies; pero si te caen al lado, un poco cerca o un poco lejos, tienes que pensar si conviene ir por ellos.

Pero a veces dejamos de comer eso porque no son naranjas… ¿para qué comer lo dulce de las peras si nos gusta sufrir por lo agrio de las naranjas?  Hay unos muy peligrosos, que te pueden caer como cocos de palmera. Te dan un golpe en la cabeza y te dejan inconsciente en el suelo, incluso pueden matarte porque hay cocos que matan, como los amores.

Incluso hay amores que saben de una forma y al madurar cambian de sabor: al inicio son agrios y luego dulces, o dulces y luego agrios; pasan de lo dulce a lo podrido, de lo agrio a lo maduro, de lo podrido a lo dulce, de lo agrio a lo agrio, de lo dulce a lo dulce. Las estaciones van cambiando y con ellas los sabores; a veces, los cambios son tan intensos que terminan no siendo la misma cosa: las frutas se convierten en verduras, pueden salirles flores u hongos, pueden transformarse en una rata o en una mariposa. Hay amores que se acaban con los inviernos y otros que se debilitan, pero resurgen en el verano.

Los amores tiene tantas formas, sabores, colores, destinos, procesos, fondos, momentos, matices, circunstancias, texturas, accidentes, infortunios, aventuras, suertes, alegrías, historias, angustias…, que pensar que todo y más puede caber en una fruta partida me resulta como… no sé… agrio, así como las naranjas.

Y ahí van los kiwis, las sandías, las fresas, las manzanas, los melones, las aceitunas, las toronjas, los plátanos, las papayas, las mandarinas, los berros, la alfalfa… en una búsqueda ingenua e insaciable de su media naranja, ignorando no sólo su verdadera naturaleza, sino la capacidad de gozar enteramente de su propio sabor.

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