Después de chocar contra una de sus compañeras durante la eliminatoria de 5.000 metros, la corredora estadounidense Abbey D’Agostino pudo haber seguido corriendo.
De hecho, su entrenador la había prevenido antes de la carrera: “Si te caes (…), te levantas, te sacudes el polvo, echas un vistazo a tu alrededor y vuelve a la carrera inmediatamente”. Pero en vez de eso, ayudó a levantarse a la neozelandesa Nikki Hamblin. La alentó para que terminara la carrera, diciéndole: “Arriba, tenemos que terminar”.
Nunca antes se habían encontrado Hamblin y D’Agostino, así que la corredora de Nueva Zelanda quedó impactada con la generosa preocupación que la competidora demostró en medio de una carrera olímpica.
Hamblin comentaría después del encuentro: “Esa chica es el mismísimo espíritu olímpico […] nunca nos habíamos visto. En serio, no nos conocíamos. Así que todo increíble. Ella es una mujer increíble”.
Hamblin y D’Agostino continuaron la carrera codo a codo, pues resultó que D’Agostino estaba lesionada de mayor gravedad que Hamblin, por lo que presentó problemas para correr. Hamblin quiso devolverle el favor y lo hizo infundiendo ánimos a la adolorida D’Agostino. A pesar de correr con un dolor angustiante, D’Agostino terminó la carrera detrás de Hamblin y salió del lugar en silla de ruedas.
A ambas corredoras les permitieron el acceso a la final, pero después de una resonancia magnética, D’Agostino descubrió que tenía el ligamento cruzado anterior completamente roto y que no podría correr durante algún tiempo.
Este suceso digno de admiración recibió la definición de “auténtico espíritu olímpico”. Pero el gesto va más allá de ser sólo un ejemplo de deportividad, es una expresión de la profunda fe cristiana de D’Agostino. Así lo afirmó en una declaración a los medios: “Aunque en aquel momento mis acciones fueron instintivas, la única forma en que puedo explicarlo racionalmente es que Dios preparó mi corazón para responder así […] Durante todo este tiempo, Él me dejó claro que esta experiencia en Río iba a ser, para mí algo más que mi rendimiento en la carrera; y en el momento en que Nikki se puso de pie, supe que se trataba de eso”.
D’Ágostino siempre ha hablado abiertamente de su fe en Dios y comparte comentarios sobre ello con frecuencia en las redes sociales. En una entrevista con Julia Hanlon, la deportista atribuyó a su fe la fuerza motivadora que la ha impulsado durante su trayectoria atlética y explicó el papel que la fe tiene en su vida.
“Sentí la paz que surge de reconocer que no voy a correr esta carrera con mis propias fuerzas. Y creo que reconocer estos miedos ante Dios es lo que me permitió sentir esa paz y lo que me atrajo a ella”.
Además de mantener una rutina rigurosa de entrenamiento, D’Agostino se levanta cada mañana escuchando música de adoración, lee su Biblia y lleva un diario de las múltiples gracias que ha recibido. Descansar los domingos forma también parte de su vida espiritual y física, algo que permite a su cuerpo recuperarse y a su alma elevarse con la oración. A menudo, siente la presencia de Dios cuando corre y eso la empuja a dar lo mejor de sí misma.
El simple gesto de bondad de D’Agostino no la hará merecedora de ninguna medalla olímpica y es posible que el acontecimiento no quede registrado oficialmente en los libros de récords.
Sin embargo, su acto de caridad y su autosacrificio seguirá inspirando al mundo en los años venideros; perdurará mucho más tiempo en los corazones que las medallas de oro entregadas esa noche.
Al final, D’Agostino demostró al mundo que ganar no lo es todo. Como diría una vez la Madre Teresa: “Dios no nos llama a ser exitosos, sino a que seamos fieles”.
Fuente: Aleteia