TENGO QUE ADMITIR QUE, POR ALGUNA RAZÓN, NUNCA HE SIDO FAN DE CHANNEL ORANGE, EL PRIMER ÁLBUM DE ESTUDIO DEL CANTANTE NORTEAMERICANO FRANK OCEAN, LANZADO EL 10 DE JULIO DE 2012.
Pero sí me fascinan algunos temas de ese disco, y lo que me atrapó de esas canciones fue su impresionante voz. De modo que para mí, Blonde, el esperadísimo segundo álbum de Ocean que apenas salió este agosto, le da a esa voz el álbum que merece. Eso, aunado a la experimentalidad sónica de esta producción (más sutil que la de su asombroso Endless, pero no menos relevante) y a su prodigiosidad lírica, hace de éste una valiosa secuencia de Channel Orange.
Cada vez que lo escucho me parece mejor y mejor, al analizar todos esos pequeños detalles tan inusuales como geniales que de pronto saltan al oído. Hay que considerar, por ejemplo, la secuencia final de percusiones en Pretty Sweet (¡y ese coro psicodélico de niños!), o la inclusión del impactante rap de André 3000 en el interludio Solo (Reprise), o la brillante entrega vocal de Frank en la poética Seigfried, particularmente atípica hacia el último minuto, o… ¡tantas cosas! (hay que seguirlo escuchando).
Blonde es una obra musicalmente sublime, pero también incursiona en otras dimensiones artísticas. Es un álbum que deliberadamente impacta al corazón. Rara vez me intereso en los detalles de la vida privada de un artista o en sus tribulaciones existenciales, incluso si nos las cantan (como Kanye hace un poco hartantemente), pero hay algo en este álbum, que nos invita a interesarnos, nos compele a escuchar y a dejarnos llevar.
Es en este sentido que a veces me recuerda a Carrie & Lowell de Sufjan Stevens. Podría deberse a los arreglos musicales cuidadosamente armados del material: letras en el más elevado nivel lírico, a veces rapeado, a veces melódico, que surgen entre delicadas cuerdas o percusiones suaves y armónicas. Creativamente triunfante, su pieza estelar (Nights, en mi opinión) está construida en dos partes que evolucionan hacia un tema soul que engancha, aunque en un tempo más lento (“every day shit”, “every night shit”). Es sencillamente maravilloso.
Esta obra de arte no carece de un lado más cerebral —llena de abstracción, dispositivos líricos, complejidad, ambigüedad y referencias oblicuas. Y por encima de todo: la voz de Frank, perfecta como siempre, y aún más pulida que antes, pienso yo.
Dicho esto, tengo que admitir que, aunque los monólogos en Be Yourself y Facebook Story se encuentran en justo sitio y proveen de refrescantes pausas musicales, food for thought, y contexto, ese aburrido diálogo final en Futura Free, en cambio, cierra inmerecidamente este álbum magistral.
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