Nadie leyó mejor el Brexit que , ese singular especulador popperiano que al mismo tiempo que arremete contra los excesos del mercado y sus fallos se jacta de su legendaria habilidad para aprovecharse de ellos y engrosar su fortuna.
Lo dijo en un artículo de opinión publicado el pasado martes en The Guardian, cuando advirtió que en caso de ganar el Brexit la libra se desplomaría, el nivel de vida de los británicos se empobrecería y los únicos ganadores serían los especuladores. Pues bien, el día después del referéndum británico fue un día de esos que no se olvida, una jornada aciaga para los mercados globales, un Viernes Negro con todas las letras… salvo para George Soros, que debió ese día hacer otra gran fortuna apostando en contra de los mercados (ha estado adquiriendo opciones “put” del S&P’s 500) y comprando oro (su mayor posición bursátil la posee en una minera, Barrick Gold, y en un ETF del oro, el SPDR Gold Trust).
Ahora bien, viendo los espasmos financieros del viernes, los británicos empiezan a preguntarse si calibraron bien los riesgos del Brexit o si subestimaron sus verdaderos costos. La realidad es que la salida del Reino Unido de la Unión Europea abre una etapa de incertidumbre política y económica que deja a toda la región en el limbo, con varias tareas enfrente muy difíciles de gestionar.
Tareas
En lo político, hay incertidumbre en el interior del Reino Unido. En primer lugar, porque no se sabe quién reemplazará al primer ministro británico David Cameron, quien renunció tras conocerse los resultados. Permanecerá en el cargo hasta octubre, cuando se celebre la convención del Partido Conservador. Pero después ¿quién asumirá el cargo para dirigir las negociaciones con Bruselas? ¿Será su gran rival Boris Johnson, la gran estrella de la campaña favorable a abandonar Europa, o el secretario de Estado de Justicia, Michael Gove, o un personaje más neutral que reunificara a un resquebrajado partido conservador como la ministra del Interior Theresa May?
Y en segundo lugar, porque Escocia, de tendencia proeuropea, que en el 2014 votó en contra de constituirse en una nación independiente, ya está reclamando, ante las nuevas circunstancias, un nuevo referéndum con el fin de que el pueblo escocés manifieste si quiere abandonar el Reino Unido, convertirse en una nación independiente y permanecer dentro de la Unión Europea.
En el ámbito externo, el de la Unión Europea, también la incertidumbre política presenta varias caras. El primero es sobre cuándo se activará el artículo 50 de Tratado de Lisboa. Los países de la Unión han exigido, de boca de sus ministros de asuntos exteriores, que sea cuanto antes, en tanto los líderes conservadores británicos, entre ellos Cameron y Johnson, han señalado que no tienen prisa en iniciar el proceso del Brexit y que lo fundamental ahora es estabilizar la situación económica y política.
Pero una vez activado, llegarán los verdaderos problemas. Entonces se iniciará el debate sobre qué nuevo papel debe tener el Reino Unido en Europa, asunto sobre el que será difícil alcanzar un consenso entre los propios países de la Unión Europea dados los múltiples intereses que representa. Formalmente el proceso de negociación debe durar dos años, pero dudamos que en ese plazo se haya logrado definir bajo qué nuevos términos accederán a Europa las empresas y ciudadanos británicos, así como los bienes y servicios que producen.
Reino Unido pierde
Por supuesto, el Reino Unido tratará de adaptar el proceso a sus intereses, y procurará mantener el mercado único para bienes, servicios y capitales en tanto establece barreras a la libre circulación de personas (hay que recordar que el principal argumento a favor del Brexit fue el de detener la creciente inmigración). Sin embargo, desde Europa se ha dejado claro que si no se permite la libre circulación de personas tampoco se tendrá acceso al mercado único, con el objeto de acentuar los elevados costos que tiene para un país miembro abandonar el club europeo y así desincentivar que otros países miembros adopten la misma ruta que el Reino Unido, más en un contexto de creciente animadversión hacia Europa. Por tanto, el primer mensaje lanzado desde Europa es que Brexit significa fuera, de manera expedita y sin favores. Un divorcio implacable y sin concesiones.
Entre esos dos extremos se empezará a negociar sin saber en qué punto intermedio terminarán. Y es esa incertidumbre lo que, en el ámbito económico, tiene a los mercados nerviosos. Se teme que, en caso de no llegar a un acuerdo amistoso, se impongan tarifas y barreras sobre el comercio entre el Reino Unido y el bloque europeo, que los flujos comerciales se vean dañados y que termine por afectar al crecimiento a ambos lados del Canal de la Mancha.
En ese caso, el Reino Unido tendría mucho que perder. La mitad del comercio británico se dirige a la Unión Europea, y en caso de perder el actual trato favorable con Europa, los capitales podrían migrar de las islas al continente. Bajo ese escenario, se podría complicar el financiamiento de un déficit por cuenta corriente que en el 2015 alcanzó un récord histórico de 5.2% del PIB y la libra podría seguir debilitándose. Sin embargo, los supuestos beneficios de la depreciación de la libra sobre la competitividad de la economía británica se desvanecerían al perder su trato de favor con Europa. Por otro lado, la economía europea también se resentiría.
Europa, sin instrumentos
Y ese resultado tampoco nadie lo quiere. En caso de producirse una desaceleración, o incluso una recesión, en el Reino Unido y Europa, la política monetaria, con las tasas de interés por los suelos, no dispone de herramientas para poder reaccionar y estimular el crecimiento, lo que pondría a toda la región en apuros, un escenario que en caso de materializarse podría encender más el sentimiento antieuropeísta.
Y ése es el otro flanco que hay que cuidar: cómo sobreponerse a este severo varapalo al proceso de integración europea que ha sido festejado con júbilo por los ultras de extrema derecha, por esos movimientos antieuropeos, antiinmigración, que enarbolan el nacionalismo y el cierre de fronteras por identificar al extranjero como enemigo. Lo malo es que varios de ellos cuentan con opciones para llegar al poder en sus respectivos países. Es el caso de Marine Le Pen en Francia, o el holandés Geert Wilders en Holanda, dos países que fueron socios fundadores de la Comunidad Económica Europea y ejes fundamentales del proyecto europeo. Ambos piden que también en sus países se pronuncie el pueblo sobre su adhesión a la Unión Europea.
Por tanto, el reto que enfrenta Europa es brutal: el objetivo es conducir el proceso de salida del Reino Unido trasladando los costos a los británicos de modo que en el resto del continente se perciba que no hay nada mejor que pertenecer a la Unión Europea y no se vean tentados a seguir los pasos del Reino Unido. Pero en ese proceso, y dado el poder y peso que tiene la economía del Reino Unido en Europa, la segunda más grande detrás de Alemania, tendrán que evitar un patinazo que los lleve a una nueva recesión y vuelva a incendiar a Europa, lo que daría de nuevo alas a los euroescépticos.
* Director de llamadinero.com y profesor de la Facultad de Economía de la UNAM
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FUENTE: http://www.dineroenimagen.com/2016-06-27/74858