Había una familia compuesta por padre, madre e hijo. Después del fallecimiento del padre, el hijo colocó a su madre en un asilo. Sin paciencia para darle atención a su madre viejita, deseando aprovechar la vida y usando como justificación la falta de tiempo, él la visitaba solamente de vez en cuando.
Un día, él recibió una llamada del asilo, informándole que su madre se estaba muriendo y fue corriendo para verla antes de que falleciera. Al llegar, el hijo le preguntó: «¿Deseas que haga algo por ti, madre?»
La madre le dijo: «Quiero que instales calefactores en el asilo porque aquí no tienen. Y quiero que compres refrigeradores nuevos también, para que la comida no se dañe más… Muchas veces, a lo largo de estos años, dormí sin comer nada.»
El hijo, muy sorprendido y aturdido, le dijo: «¿Pero ahora me estás pidiendo estas cosas, madre? ¿Cuando estás muriendo? ¿Por qué no me las pediste antes?»
La anciana lo miró profundamente y respondió: «Hijo mío, me acostumbré al hambre y al frío, pero mi miedo es que tú no te acostumbres cuando estés viejo y tus hijos te coloquen aquí…»