Muchos novios piensan más en la fiesta de la boda que en el compromiso que adquieren.
Una buena preparación al matrimonio es fundamental para que las parejas tengan conciencia clara de lo que van a celebrar. En esta preparación hay que identificar, en primer lugar, las señales de peligro que podría tener la relación, para encontrar antes del casamiento recursos que permitan afrontarlas con éxito.
Lamentablemente, muchos llegan a las nupcias sin conocerse. Sólo se han distraído juntos, han compartido experiencias, pero no han enfrentado el desafío de mostrarse a sí mismos y de aprender quién es en realidad el otro.
En su Exhortación Apostólica “La alegría del amor” (Amoris laetitia), Francisco dedica un apartado a los novios y advierte que a menudo las parejas están más pendientes de la fiesta de la boda que enfocadas en celebrar un sacramento que les unirá para toda la vida.
A menudo, la gran preocupación de los novios no está en la celebración del matrimonio, sino en el banquete, el lugar de la ceremonia, los invitados, la composición de las mesas, la música, las flores, las alfombras, los adornos y un cada vez más largo etcétera.
Los novios deberían advertir cosas trascendentes, como si hay incompatibilidades y riesgos, pues el deslumbramiento inicial puede impedir que se den cuenta a tiempo de que no es razonable apostar por esa relación, para no exponerse a un fracaso previsible que tendrá consecuencias muy dolorosas.
Es bueno que la novia se preocupe por su vestido, porque es su día grande, pero no es lo más importante. Que la modista no vea este pliegue, que el velo sea corto, largo o demasiado ancho, el maquillaje y el peinado…, todo eso se puede arreglar sin perder el sueño, con paz. Lo mismo que el viaje de novios. Hay que planearlo todo con tranquilidad (con mesura, porque muchas parejas gastan más de la cuenta por competir con sus amistades), sin perder de vista lo más importante: prepararse bien para celebrar el sacramento, pues allí solo estarán dos, los futuros esposos, con un compromiso de por vida ante ellos mismos y ante la sociedad.
“Lo que importa para los novios es el amor que los une, fortalecido y santificado por la gracia (…) Ustedes son capaces de optar por un festejo austero y sencillo, para colocar el amor por encima de todo (…). Los novios llegan agobiados y agotados al casamiento, en lugar de dedicar las mejores fuerzas a prepararse como pareja para el gran paso que van a dar juntos” –afirma el Papa en la Exhortación Apostólica ‘La alegría del amor’.
Hasta tal punto es así, que los novios llegan estresados al día del gran acontecimiento en que uno se entrega al otro “para toda la vida”, como dice el ritual del sacramento. Y así, con cierta frecuencia se pierde lo esencial con tantos preparativos, cálculos, organización; o con las inevitables contingencias, como cuando, por ejemplo, se enteran de que faltan flores o las sillas no tienen fundas…
En realidad, señala Francisco, “algunas uniones de hecho nunca llegan al casamiento porque piensan en festejos demasiado costosos, en lugar de dar prioridad al amor mutuo y a su formalización ante los demás.” Y advierte: “Están los futuros esposos demasiado centrados en la fiesta del día de la boda, y se olvidan de que están preparándose para un compromiso que dura toda la vida (…) No es sólo un momento que luego pasa a formar parte del pasado y de los recuerdos, porque ejerce su influencia sobre toda la vida matrimonial, de manera permanente”.
Hace una recomendación: “No sería bueno que los novios llegaran al Matrimonio sin haber rezado juntos, pidiendo ayuda a Dios para ser fieles y generosos, preguntándole juntos a Dios qué es lo que Él espera de ellos, e incluso consagrando su amor ante una imagen de María”.
El grito de “¡Vivan los novios!” al salir de la iglesia hay que interpretarlo como un grito de esperanza en el futuro y de permanencia en el amor que debe labrarse día a día.
Fuente: Aleteia