Nos ha tocado vivir un tiempo apasionante, un cambio de época con luces y sombras. Nuestro mundo tiene hoy muchos aspectos positivos y negativos, pero, sobre todo, existe una fuerte crisis de valores que se basa en un relativismo en el cual “todo se vale” y en un individualismo que incapacita a las personas para crear vínculos, comprometerse y amar.
En este complejo contexto se desenvuelve nuestra familia. Por ello, hoy más que nunca, tenemos que comprender que ser familia no se improvisa, más bien, es todo un arte que requiere tiempo, preparación y talento.
Hay cuatro elementos fundamentales que pueden ayudarnos a fortalecer el sentido de comunidad que debe haber en la familia. Para tener una figura que nos ayude a recordar estos elementos, propongo una mesa de cuatro patas, esa mesa en la que nos sentamos como familia a compartir el pan y la sal:
- Voluntad de permanecer unidos en el amor
La primera pata de la mesa es la voluntad de permanecer unidos en el amor. El amor incluye los sentimientos, pero es mucho más que un sentimiento ya que implica inteligencia y voluntad. El amor es una decisión que va más allá de los vaivenes afectivos. Permanecer en el amor significa vencer las trampas del egoísmo para abrirse a relaciones que estén regidas por la lógica del don y no por la lógica del cálculo. En la familia, cada quien debe poner lo mejor de sí, dar el 100%. La voluntad de permanecer en el amor también requiere de la disposición a perdonar, a sanar las heridas con aceite para comenzar de nuevo. Esta voluntad no es un acto meramente voluntarista, sino que necesitamos de Dios, quien es la fuente de todo amor, de toda misericordia.
- Proyecto de vida familiar
La segunda pata de nuestra mesa es el proyecto de vida familiar. Séneca afirmaba: “Para un barco que no tiene rumbo, cualquier viento puede ser peligroso”. Muchas familias viven juntas, pero carecen de un proyecto, de un propósito común, lo cual genera rutina y cansancio. Sin proyecto no hay entusiasmo, no hay novedad, ni pegamento. Algunas preguntas que pueden ayudarnos a construir un proyecto de vida familiar son: ¿Qué valores queremos que se vivan en nuestra familia? ¿Cuál es la misión que tenemos? ¿Qué legado queremos dejar? ¿Cuál es nuestro aporte al mundo? En la medida que estas preguntas se respondan con extensión y hondura, podremos construir una comunidad familiar fuerte, con propósito. Una forma de concretar este apartado puede ser escribiendo nuestro decálogo de valores y de propósitos familiares.
- Crecimiento de cada miembro de la familia
La familia es una comunidad que debe procurar el desarrollo de cada uno de sus miembros. En la familia nadie debe quedarse atrás, cada uno tiene que desarrollar su potencial y todos los miembros tienen que tomar en cuenta esto. El hogar no sólo es un espacio de corrección, sino uno de realización, donde se pueden generar experiencias humanizadoras que hagan crecer a las personas. Éstas pueden ser de diverso tipo: desde un diálogo profundo con nuestros hijos, hasta un viaje para comprender la historia y el tiempo que les tocó vivir. Es sumamente importante que cada miembro de la familia perciba que su hogar no es una camisa de fuerza, sino un hábitat de crecimiento que nos abre un mundo de posibilidades de desarrollo auténticamente humano.
- Empatía y esfuerzo por ser mejores
Ser familia implica sentir con el otro, ponerme en el lugar del otro para establecer relaciones de auténtico encuentro humano. Todo miembro de la familia tiene que hacer un esfuerzo constante para comprender qué gusta y qué disgusta a los demás. El elemento más destructivo en la familia es la indiferencia. Nadie puede justificarse con la frase “así soy yo”, más bien, cada miembro de la familia debe hacer un esfuerzo para ser cada día mejor, moderando los propios defectos y expandiendo las cualidades de los demás.
Dr. Alejandro Landero Gutiérrez. Lic. En Filosofía y Dr. Por la Universidad Complutense de Madrid. Conferencista Nacional e Internacional. Director Nacional del Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios de la Familia.