—Hay que pensar en un artículo de fondo sobre la honradez…ya estamos todos enterados de que en los partidos políticos había manzanas podridas y todos arramblaban con comisiones ilegales. Deberíamos hacer entender que, si quisiéramos, podríamos desencadenar una campaña contra los partidos. Deberíamos proponer un partido de los honrados, un partido de ciudadanos capaces de hablar de una política distinta… hacer un artículo de fondo muy fuerte. Y virtuoso.
—La llamada a la honradez siempre vende muy bien.
—Umberto Eco, Número Cero
Para evitar malentendidos empiezo con la conclusión: los candidatos independientes ya están entre nosotros. Pueden ejercer su legítimo derecho a ser electos a cualquier cargo. Me parece bien. Lo que (me) preocupa es el lenguaje en el que (algunos) se arropan y las eventuales derivaciones políticas del mismo.
La fama pública de los partidos y los políticos profesionales se encuentra por los suelos. Se podrían citar decenas de encuestas pero no lo haré. Existe un hartazgo, un malestar, en relación a ellos que sería imposible negar. Ese fastidio se alimenta de una economía que no crece con suficiencia, de una sociedad desarticulada, marcada por oceánicas desigualdades y carente de cohesión social, de fenómenos de corrupción recurrentes que quedan impunes, de la ola de violencia que ha sacudido los cimientos de la convivencia en nuestro país y de la regularidad con que se vulneran los derechos humanos, a lo que hay que sumar nuestro déficit de Estado de derecho, el comportamiento y la expresión de los propios políticos y la actuación de unos medios de comunicación que rutinariamente le dan la espalda a la complejidad de los problemas para plantear que lo que sucede no es más que resultado de la acción de unos políticos tontos, incapaces y corruptos.
A partir de ello se ha desatado entre nosotros una ola que ha encontrado una solución prodigiosa y contundente: hacer a un lado a los políticos profesionales y los partidos y lanzar para ocupar los cargos de elección popular a candidatos independientes. Una fórmula —se proclama— eficaz, indolora y categórica. Yo diría más bien simplista, pero con una clara intencionalidad política.
Lo he citado hasta el hartazgo. Pero me sigue pareciendo pertinente. Andreas Schedler2 se preocupó por desmenuzar la lógica del discurso “antipolítico” que estaba poniendo en acto liderazgos carismáticos poco amigables con la democracia. Y su diagnóstico era que se realizaba un corte radical entre dos mundos supuestamente escindidos: el de los políticos por un lado y los ciudadanos (o el pueblo) por el otro. Los primeros acababan siendo una “clase” indiferenciada, portadora de todos los males e incapaz de regenerarse. Los segundos, como si fueran un bloque granítico, eran la encarnación de la virtud. Y claro, en ese enfrentamiento, siempre existía un líder inmaculado que hablaba y representaba a los segundos.
En México no había leído un planteamiento tan al pie de la letra como el que hace Jorge G. Castañeda en su artículo “Por una candidatura independiente”, de nexos de febrero pasado.3 Nuestros políticos —según esta versión— son prácticamente un monolito y los ciudadanos (o el pueblo), que ahora aparecen como la sociedad civil, es el manantial de la honradez. Y, por supuesto, los nuevos líderes, los candidatos independientes, son la representación prístina de esta segunda. Se trataría entonces de “convertir la elección de 2018 en un referéndum a favor o en contra de la clase política tradicional”. Esa apuesta eventualmente puede crecer porque “el horno está para esos bollos”, pero sus premisas son falaces.
Esa operación necesita para avanzar dos supuestos que simplemente no se sostienen: a) que todas las formaciones políticas son lo mismo y b) que la sociedad civil es una sola y tiene una agenda propia y unificada. Ese reduccionismo que pone en el mismo plano al PRI y al PAN, al PRD y Morena, al MC y al Verde, es necesario porque si no la maniobra de enfrentar políticos a sociedad civil simplemente no puede coagular. De igual manera, es imprescindible borrar, hacer a un lado, las diferencias que marcan a ese océano de organizaciones y movimientos que genéricamente llamamos sociedad civil para lograr que la misma aparezca como un bloque político eventualmente unificado y redentor.
Si se tratara de una clase de lógica elemental se podría decir que la operación necesita subrayar el “género próximo” y anular “las diferencias específicas”. Perdón por lo pesado, pero va un ejemplo: una escuela primaria, una secundaria y una universidad son centros de estudio —género próximo—, sus diferencias específicas son el nivel y la sofisticación de los conocimientos que imparten. Si dijéramos que todas son centros de estudio estaríamos diciendo una verdad, pero incompleta. De la misma manera, todos los partidos tienen rasgos en común —aspiran a gobernar, van a elecciones, tienen burocracias, estatutos, relaciones jerárquicas entre jefes y bases, han sido sancionados por la autoridad electoral por violaciones a la legislación, y súmele usted—, pero no son lo mismo, por sus diagnósticos de la realidad, las políticas que propugnan, las actitudes que asumen ante diversos problemas de la llamada agenda nacional. Se necesita mucha audacia o mucha inconciencia para borrar de un plumazo las diferencias entre izquierda y derecha, entre liberales y conservadores, autoritarios y demócratas; entre una “clase política” variopinta y diferenciada. De igual forma, las organizaciones de la sociedad civil tienen un rasgo en común, son asociaciones no gubernamentales, autónomas del poder público (de los poderes privados no necesariamente), pero si uno se asoma con más cuidado a ellas se dará cuenta que sus agendas no sólo son distintas sino, en ocasiones, encontradas: Pro Vida y Gire en materia de sexualidad y reproducción, Amedi y la CIRT en relación a la regulación de los medios, son sin duda agrupaciones que conforman la sociedad civil, pero sus diferencias generan a cada momento enfrentamiento entre ellas.
No es por supuesto un debate sólo semántico, sino político. Porque lo que se pone a circular no es un lenguaje inocuo, intrascendente, ya que tiene consecuencias importantes. No es tampoco una discusión en el terreno de los derechos (que un ciudadano pueda postularse a un cargo de elección popular es correcto, con ello se ensanchan los conductos para incorporarse a la política), sino sobre las derivaciones que acarrea ese discurso y el impacto en la forma en que procesamos la confrontación política.
¿A qué tipo de liderazgo lleva una arenga como la planteada? A uno necesariamente antipluralista y también personalista. Porque si el candidato va a resultar el representante de la sociedad civil (¡pretensión un poco abusiva!), ¿los demás acabarán siendo representantes de quién? Todos los partidos contactan —unos más y unos menos— con franjas de la sociedad civil y por ello en donde existe democracia aparecen. Quererse arrogar la representación de esa constelación masiva y contradictoria a la que llamamos sociedad civil no es más que una derivación “natural” de la vieja pulsión antipluralista, que se ha expresado en distintas latitudes de muchas maneras, pero que simplifica al mundo en dos bandos: “nosotros” el pueblo o la sociedad civil, los “otros”, el antipueblo. Juan J. Linz6 revisando, en su momento, las encuestas en España y América Latina encontraba que un porcentaje elevado de personas afirmaba que “los partidos sólo dividían”, “no se ponían de acuerdo”, pero paradójicamente acababan diciendo que “todos eran lo mismo”. Una contradicción lógica pero viva. La “explotación” de ese sentido común arraigado que convierte a los partidos en uno solo es lo que (me) preocupa. (Creo que sobra decir que los partidos existen porque en la sociedad palpitan diversas sensibilidades, intereses, ideologías, que en su despliegue forjan distintos referentes.)
Ahora bien, operaciones retóricas similares ya las hemos visto entre nosotros: los verdesproclamando “no votes por un político, vota por un ecologista”, fruto de una no muy sofisticada operación mercadotécnica que “descubrió” que “políticos” era una mala palabra y que en cambio “ecologistas” tenía resonancias positivas. O el discurso de Andrés Manuel López Obrador que divide el mundo en políticos corruptos (todos los que no son de Morena) y él y su partido. En este caso el discurso es fruto de la sagacidad personal que entiende que los políticos están desprestigiados y que hablar mal de ellos reditúa (curiosamente lo emite alguien que lleva en la política décadas y que fue jefe de gobierno del DF durante casi seis años). Es decir, el discurso antipolítico nace, crece y se reproduce, lo mismo desde la esfera institucionalizada de la política que desde los más impensados rincones de la sociedad civil.
Pero no es un asunto solamente nacional. Fujimori en Perú o la señora Le Pen en Francia han desplegado esa retórica con buenos resultados… en el corto plazo. Porque a la larga puede ser un bumerán. Siempre podrá aparecer un nuevo líder que —convenza al respetable— sea la nueva encarnación del pueblo, la sociedad civil o la sociedad a secas. Si alguna pedagogía debe irradiar el mundo de la política —creo— es la de la comprensión de que habitamos sociedades plurales, en las que coexisten diagnósticos y propuestas distintas que se encuentran obligadas a convivir y competir de manera pacífica e institucional.
Jorge G. Castañeda pregunta y se pregunta: “¿Es deseable que aparezca en la boleta presidencial de 2018 por lo menos una candidatura independiente?”. Y yo digo, todos aquellos que no se identifiquen con los partidos que estarán en la boleta tienen el derecho de construir una candidatura propia. Ésa será la novedad de la próxima elección presidencial. Y es una nueva vía para arribar a la política. Seguramente generarán un mayor contexto de exigencia a los partidos y eso sin duda es una buena nueva. Más ofertas en el escenario de la política electoral.
La segunda pregunta que hace es: “¿Se debe organizar la sociedad civil para construir un proceso del cual emane una candidatura única?”. Y aquí empiezan —creo— los problemas. Por supuesto, Castañeda sabe —y lo sabe muy bien— que la sociedad civil no es una. Que en ella unos quieren un régimen impositivo progresivo y redistributivo y otros no, que unos desean reglamentar el consumo de drogas y que otros se les oponen, que unos quieren multiplicar la presencia del Estado en la economía y otros son apologistas de las virtudes del mercado, que unos propugnan despenalizar el aborto y los de más allá quisieran meter a las mujeres que lo han practicado a la cárcel. No sigo, porque creo que no hay tema alguno en el que exista unanimidad en esa constelación de agrupaciones, compleja y diversificada, a la que por economía de lenguaje llamamos sociedad civil. Ahí se encuentra el primer problema.
El segundo es el de la candidatura única. Y para ello es necesario dar un rodeo. Castañeda critica a los socarrones que afirmamos que una vez que existe un candidato independiente éste obligadamente crea un partido. Dice: “Antes de discutir las ventajas y los inconvenientes de una postulación apartidista única, quisiera responder a algunas de las críticas genéricas… Una afirma con cierto sarcasmo que una vez que la candidatura exista, que emane de un proceso de decantación organizado, que cuente con recursos, con un equipo de campaña y de gobierno, y en su caso, con una “planilla” de otras candidaturas independientes… se parecerá tanto a un partido que… será un partido”. Pues bien, luego de leer el método que propone Castañeda la hipótesis se confirma. En efecto, si sus afanes prosperan acabarán construyendo un partido (quizá efímero, quizá personalista, pero partido al fin y al cabo). Veamos.
Para alcanzar una candidatura independiente única se requiere un método, nos dice Castañeda. Y tiene razón. Luego de plantear los inconvenientes que tendrían dos o más candidaturas independientes, propone “la puesta en práctica de un proceso mediante el cual se construya, entre mediados de 2016 y finales de 2017, una candidatura única, surgida de debates, mediaciones, apoyos y campañas de tierra indispensables. La argumentación principal a favor de esta tesis es simple y aplastante: se puede ganar si la candidatura única y la elección se convierte en un plebiscito sobre la partidocracia”. ¿Cómo hacerle? Él mismo pone un ejemplo: “Se podría establecer una ventanilla donde se presente y comparta su proyecto todo aquel o aquella que desee buscar una candidatura independiente… Allí se podría presentar cualquier mexicano que busque una candidatura independiente a nivel estatal o municipal en 2016 o 2017… Así, cuando se abra el plazo para la recopilación de firmas, existirán condiciones para obtenerlas con rapidez y en cantidades suficientes para derrotar cualquier intento de invalidarlas. De este proceso emergerá también un equipo de campaña que garantizaría, con transparencia y pluralidad, el cumplimiento con un programa y por tanto la vigencia de una candidatura competitiva. En la última etapa el grupo de campaña coadyuvaría a conformar el equipo de gobierno…”.
Y más adelante, en una expresiva entrevista en el diario Reforma,5 luego de hablar de su propia precandidatura mencionó a “Juan Ramón de la Fuente, a Jaime Rodríguez, El Bronco, a Emilio Álvarez Icaza, a Pedro Ferriz de Con y a Manuel Clouthier” como los otros eventuales precandidatos, que deberían construir una fórmula para arribar a la candidatura única.
Si mal no entiendo, se trataría de ir construyendo un mecanismo y unos procedimientos para procesar las ambiciones de distintos precandidatos para que al final quede sólo uno. Este último estaría acompañado de un equipo de campaña que “coadyuvaría” a la conformación del gobierno. Es decir, se trata de generar una red o una organización que tendrá candidatos no sólo para la presidencia (“cualquier mexicano que busque una candidatura independiente a nivel estatal o municipal”) y que, ni modo, será un partido. Es decir, una parte organizada de la sociedad que busca a través de las elecciones ocupar cargos de representación. Porque en el momento en que un ciudadano aparece en la boleta electoral se convierte en un político, y al momento de organizar a sus bases de apoyo genera un partido. Pero por supuesto están tan desacreditados que lo mejor es no llamarlo tal y asumirse como la encarnación de una entidad que tiene buena fama: “la sociedad civil”.
El propio Castañeda se da cuenta de la fortaleza y la debilidad de su propuesta. Si es uno solo el candidato independiente se multiplican las posibilidades de ganar. Si son más de una las candidaturas, esas posibilidades se reducen. Cierto. Pero lo que no podrá hacer —imagino que él lo sabe— es impedir que otros se organicen por fuera de su iniciativa, es decir, que aparezcan otros candidatos independientes que no hayan aceptado las reglas, esto es, los que no se adscriban a su partido y acaben conformando otro. Pregunto: ¿Realmente las personas enunciadas por el propio Castañeda comparten un ideario, un diagnóstico del país, una canasta de políticas o en todo caso sólo los une su aversión a los partidos existentes? No obstante, si logran marchar de manera unificada y son capaces de decantarse por una sola candidatura —imagino que dejando pendientes o congeladas sus divergencias—, al final del día habrán construido un partido anti los demás partidos.
Su propuesta, sin embargo, es una apuesta ambiciosa, ganar la presidencia en 2018, poniendo en acto un discurso que encuentra muy buenos asideros en la sociedad. No por exacto o sofisticado, sino todo lo contrario: por elemental y maniqueo. Y el eje de la confrontación retórica será: sociedad vs. políticos.
Y entonces para alimentar el eje de confrontación políticos vs. sociedad civil (insisto, como si entre ellos no hubiese puentes de comunicación, como si fueran dos universos no sólo separados sino confrontados), el tema estelar debe ser el de la corrupción y la impunidad y las violaciones en materia de derechos humanos. Y en eso Castañeda tampoco se equivoca. Si algo lastima a grandes franjas de la sociedad mexicana son precisamente esas dos asignaturas más que pendientes: buena parte de la irritación social, con justa razón, proviene de la corrupción que queda intocada y de los excesos que no pocas autoridades cometen contra lo que debería ser el piso de nuestra convivencia: el respeto irrestricto —absoluto— a los derechos humanos. No es una propuesta impertinente. Todo lo contrario. Lo que sucede es que reduce el campo de la confrontación política a un solo eje. Importante, sí. Pero ¿y lo demás?
En suma, ser “independiente” hoy viste, tiene un aura resplandeciente y, por el contrario, aparecer postulado por un partido supone cargar con el malestar que estos últimos generan. El problema es que una vez que se crea una candidatura independiente, a querer o no, se forma un partido, es decir, una parte de la sociedad que se organiza para intentar que los “suyos” ocupen algún cargo de representación popular. Castañeda sabe que dos o más independientes eventualmente tendrían que disputar los votos de los desencantados con los partidos y eso les restaría posibilidades de triunfo. Por ello lo que propone es formar un solo partido de los independientes, lo cual multiplicaría las posibilidades de éxito. Y sabe bien que la única manera de lograrlo es socializando una versión particular de las cosas: aquella que enfrenta a políticos y sociedad civil. De ahí los ejes que construye para la confrontación: corrupción de unos, probidad de los otros. Y claro, tiene que ser así, porque si se detiene en las muy diversas agendas que surgen y se reproducen en la sociedad civil, la operación unificadora se vuelve imposible.
Entonces, de prosperar la apuesta, tendremos un nuevo partido, que no se reconocerá como tal (¡hombre, están muy devaluados!) y que dividirá el mundo en buenos y malos, los primeros los ciudadanos, los segundos los políticos (¿a quién le he oído eso con antelación?). Una operación retórica y política que no presagia nada bueno: la expansión de un discurso antipluralista, eventualmente un liderazgo carismático y la puesta en circulación de una argumentación simplista que divide al mundo en políticos y sociedad civil.
José Woldenberg
Escritor y ensayista. Su más reciente libro es La democracia como problema (un ensayo).
1 Si a alguien le interesa, esos temas se desarrollan en mi libro La democracia como problema (un ensayo), El Colegio de México, UNAM, México, 2015.
2 “Los partidos antiestablishment político”, en Fernando Castaños, Julio Labastida y Miguel Armando López Leyva (coordinadores), La democracia en perspectiva, Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM, México, 2008.
3 Luego de la redacción de estas notas me enteré que Jorge G. Castañeda publicó un libro extendiéndose en el tema.
4 Juan J. Linz, “Los partidos políticos en la política democrática. Problemas y paradojas”, en José Ramón Montero, Richard Gunther y Juan J. Linz, Partidos políticos. Viejos conceptos y nuevos retos, Trotta, Madrid, 2007.
5 21 de febrero de 2016
FUENTE: http://www.nexos.com.mx/?p=28066