UNA EFÉMERIDE DE LA CUAL QUEDA POCO EN EL IMAGINARIO COLECTIVO, PERO QUE SACUDIÓ A NUESTRO PAÍS. LA TRAGEDIA AÉREA QUE ACABÓ CON LA VIDA DE CIENTOS CUMPLE TRES DÉCADAS.
Kitzia Nin Poniatowska
—Capitán Sistos: Centro México buenos días, contacto radar reporte al nivelar 310 (31000 pies).
—Control de la Ciudad de México: Mexicana 940 buenos días, contacto radar, reporte al nivelar a 310.
—La grabadora de voz detecta el sonido de un retumbo.
—Capitán Sistos: ¡México, Mexicana 940 solicitando menor… [hay interferencia estática] abajo!
—Control de la Ciudad de México: Mexicana 940, prosiga.
—Capitán Sistos: ¡Estamos solicitando menor altitud!… [más ruido de estática radial].
—Control de la Ciudad de México: 940, ¿es correcto, solicita menor altitud?.
—Capitán Sistos: ¡Afirmativo!
—Control de la Ciudad de México: Mexicana 940, ¿solicita menor altitud de 280? [daba a entender si acaso requerían menos de 28000 pies].
—Capitán Sistos: ¡De emergencia Mexicana 940 solicita regresar a México!
—Control de la Ciudad de México: Recibido 940, está autorizado a descender a 200 [20000 pies] directo por la derecha directo a VOR de México.
—Capitán Sistos: ¡Mexicana 940, centro México!… [otra vez interferencia estática] ¡Pierdo altura, pierdo altura!… ¡Mexic…!
Fin de la grabación.
A 30 años de la peor tragedia de la aviación en México, el vuelo 940 de Mexicana: Boeing 727 “El Veracruz” se estrelló a los 35 minutos de haber despegado de la Ciudad de México en dirección a Puerto Vallarta, Mazatlán y Los Ángeles, con 158 pasajeros y 8 tripulantes.
¿Por qué recuerdo este nefasto evento?
El 1 de abril de 1986 fue lunes, el inicio de vacaciones de semana Santa. Un lunes cualquiera en el que varias familias -muchas de ellas compuestas por madre e hijos, sin los padres, quienes se incorporarían a las vacaciones el miércoles o jueves, abordaron un avión, del cual, a la fecha, seguimos sin saber qué fue lo que pasó realmente.
La futura esposa de mi papá, Refugio “Cuca” Cortina Céspedes y su hija, mi amiga, Adela Gómez Daza Cortina, iban a bordo de ese avión. De no haber discutido mi papá con Cuca, de yo no haber tenido clases en el ITAM, también hubiéramos abordado .
Ese día, mi horario de cursos no empezaba hasta mediodía, razón por la cual bajó Carmelita, la nana, algunos minutos pasadas las nueve de la mañana para decirme que mi papá quería hablar conmigo. En mi modorra aún dormida, mandé decir que me reportaba después
-¡No, Gorda! Tienes qué contestarle a tu papá, lo oí muy mal.
Lo primero que me vino a la mente fue que mi abuelo había fallecido. Entones me levanté de la cama y tomé el teléfono:
-Cuca, Adela, se cayó su avión , ¡come and get me!
En un instante estaba vestida y manejaba en dirección a la oficina de mi papá, sobre la glorieta de Tecamachalco. Ahí donde está la gasolinería, un espectro vestido con blazer azul caminaba a contraflujo del tránsito de los autos, esquivándolos, ganando distancia: ¡era mi papá! Sin siquiera frenar, se subió al auto, su rostro sin color, sus manos gélidas.
Con la mirada le pregunté qué había sucedido, antes de responderme, me indicó tomar dirección hacia la casa de los papás de Cuca para darles la noticia. Con voz cortada me pudo decir lo poco que sabía: el avión se había estrellado a las 9:15 a. m., era todo lo que decía la radio.
A llegar a casa de los Cortina Céspedes, la confusión era aún mayor y crecía con el paso del tiempo y la falta de información. Finalmente, entre las 10 y las 11 de la mañana se notificaba que el vuelo 940 de Mexicana se había impactado debido a fallas mecánicas en el estado de Michoacán, posiblemente en la parte fronteriza con el Estado de México.
Así pues, mi papá, Charlie, Pascual, el chófer, y yo, tomamos carretera en dirección a Michoacán, pendiente de las noticias que nos dieran la ubicación precisa del accidente. En nuestra trayectoria , pegados a la radio, nos enterábamos de algunos detalles, como que el capitán que pilotaba la aeronave, Carlos Guadarrama Sistos, tenía más de 15,000 horas de vuelo, que su esposa, azafata de la misma empresa, había logrado subirse a último momento, que el socio de mi papá, Alejandro Álvarez, había perdido el vuelo, él y toda su familia estaban en la Ciudad de México a salvo. Que cada vez que se hablaba de la posibilidad de sobrevivientes, egoístamente cada uno de los familiares que a bordo tenía a sus seres queridos le pedía a Dios que fueran los suyos.
Llegamos a Maravatío mucho antes que los rescatistas, que la Cruz Roja, que los mismos agentes del Ministerio Público. Con más huevos que cabeza, papá consiguió rentar unos caballos de unos vecinos de la localidad de la mesa para subir a la sierra adonde se había visto impactarse el avión en llamas. Los dueños de los caballos nos decían lo que habían visto y oído. Como que aun en situaciones así de trágicas no faltaba el oportunista y el rapaz, y que seguramente la zona ya estaba siendo vandalizada.
Cuando alcanzamos el área del accidente empezaba a atardecer, y aun así pudimos ver el horror de la realidad que se desplegaba entre nosotros: el avión había explotado, no sin antes haber sido envuelto en llamas.
El olor del lugar era nauseabundo.
La noche empezaba a caer, las autoridades ya estaban llegando y acordonando el área con la instrucción de suspender cualquier actividad de rescate hasta el día siguiente.
Nos hospedamos en una modesta pensión, junto con mecánicos, técnicos y demás personal de Mexicana. Desde el único teléfono ubicado en la recepción del lugar, le dicté a Jacobo Zabludovsky en aquel entonces para 24 horas, la lista de pasajeros que recién me había dado un hombre con overol anaranjado que trabajaba para la aerolínea. Al leer los nombres de mujeres y niños, del francés Xavier Lartilleux, su esposa Elisabeth, entre muchos nombres más, tuve que parar en más de una ocasión antes de poder finalizar la lectura de la lista.
Nos informaron que debíamos trasladarnos a Morelia. Ahí en el aeropuerto se instalaría la morgue. También nos dijeron que la causa probable del accidente había sido una explosión. Días después, la versión oficial fue el sobrecalentamiento de un elemento de freno durante la fase del despegue; es decir, el piloto y capitán Guadarrama Sistos había despegado con el freno en el tren de aterrizaje lo que causó la explosión en la panza del avión justo en el centro de la aeronave. Por alguna extraña razón, uno de los neumáticos había sido inflado con aire normal en vez de nitrógeno, lo que señalaba la clara negligencia por parte del personal de tierra.
El Morelia estuvimos dos días más sin poder hacer nada más que esperar con la desesperanza y la frustración de saberse inútil. El Jueves Santo se nos indicó que deberíamos regresar a la Ciudad de México, tan solo a 130 km de distancia y sin embargo tan lejana en estos momentos.
En el aeropuerto Benito Juárez se instaló una morgue en donde los cuerpos fueron depositados identificados eventualmente. La versión oficial selló cualquier otra posibilidad; no obstante, a la fecha persiste el rumor de que no fue el neumático, si no una carga de explosivos plásticos ubicada en el área de guardaequipaje.
Muchos de ustedes recordarán al leer la presente, la logística de una vez registrado y “boleteado”, se nos pedía identificar nuestras maletas antes de abordar cualquier avión…
Falla humana, falla técnica y mecánica del equipo. Enterraron a 166 pasajeros, no había más que decir no había más que hacer. El Mundial de Futbol 86 estaba a la vuelta de la esquina y el gobierno hace 30 años como hoy, optó por pretender que nada se perdía porque la vida seguía adelante.
Para todas las vidas que han tenido que seguir adelante después un alto absoluto, un abrazo desde el alma.
Fuente:
Nin Poniatowska, Kitzia, 2016. ‘A 30 años del vuelo 940 de-mexicana’. En blog ‘theguiltycode.com’ [documento en línea: http://theguiltycode.com/a-30-anos-del-vuelo-940-de-mexicana/