La Orquesta Mariinsky de San Petesburgo es uno de los ensambles musicales más antiguos de Rusia.
Valery Gergiev, director general y artístico del Teatro Mariinsky se ha dado a la tarea de impulsar el repertorio de la orquesta incluyendo obras sinfónicas y otros géneros de música filarmónica. Bajo su batuta ha colaborado con las principales salas de ópera y de conciertos alrededor del mundo.
Sergei Redkin, joven pianista galardonado internacionalmente es colaborador en varias orquestas rusas además de llevar a cabo recitales en salas de conciertos en Alemania, Austria, Francia, Suiza, Polonia, Finlandia y Suecia.
El Auditorio Nacional se vistió de gala para recibirla con el apoyo de la Secretaría de Cultura. Borodín, Chaikovski y Stravinski fueron el programa.
A un lado se dejaron los problemas de la acústica que fueron corregidos espléndidamente.
El resultado. Un concierto que hizo vibrar a todos los presentes. Cada miembro de la orquesta hizo su trabajo. Los violines sonaron con fuerza. Las flautas hicieron lo suyo. Las trompetas y cornetas provocaron sobresaltos. El arpa subió al espíritu. Los trombones nos mantuvieron alertas. Las violas y violonchelos nos susurraban al oído.
El concierto para piano nos transportó a un lugar lejano donde solo se es capaz de disfrutar. Cada parte del programa nos llevó al lugar indicado, sintiendo la tristeza de la derrota, el ímpetu del fuego, la alegría de la victoria y la fuerza a través de la música.
El tiempo pasó inadvertido. Sonó el último acorde. La gente entusiasmada ovacionó a la orquesta. Se nos dio la oportunidad de seguir escuchando. Esta vez un fragmento de Romeo y Julieta. Nadie se movía. Todos esperábamos un poquito más. Nos dieron un nuevo regalo.
Salimos satisfechos. Salimos contentos, está vez la música había sido un bálsamo para el alma, para el alma, de todos los que estábamos ahí. El concierto había terminado, sin embargo por mucho tiempo seguiríamos reviviendo la experiencia.