Después de la comida la esposa le dijo al esposo: “Quiero el divorcio.”
El esposo en tono pausado, tranquilo, solamente suspiró y después de unos segundos le contestó: “¿Quieres el divorcio?, está bien. Te lo doy. Pero quiero pedirte algo y considéralo casi una condición.”
Le esposa sorprendida por la tranquila reacción le contestó: “¡Claro! Dime qué tengo que hacer para acabar con esto.”
El esposo le dijo: “Te daré el divorcio si puedes cumplirme durante un mes, tres favores. Considéralos favores en pago de los años que llevamos de casados y por el gran amor que tú sabes siempre te he tenido. Si prometes cumplirlos, no sólo te daré el divorcio, sino que dejaré esta casa sin excusa alguna.”
La esposa, impresionada por la respuesta, viendo que no tenía nada que perder y que no habría pleito alguno ante su petición, aceptó: “Está bien, acepto. Dime cuáles son esos tres “favores” que me pides.”
El marido suspiró y con nostalgia le dijo: “Cuando recién nos casamos, luego de cenar hacíamos una sobremesa para platicar por horas de cómo nos había ido ese día. Recuerdo que reíamos porque a veces hasta contabas chistes y siempre encontrábamos cientos de cosas que teníamos en común. ¿Recuerdas?”
La esposa dejó sacar una ligera sonrisa: “Sí, claro que me acuerdo.”
El esposo siguió: “Teníamos un juego de mesa, ese de sopa de letras, ‘Scrabble’. Pasábamos horas jugándolo y no parábamos de reír con las ocurrencias que inventábamos con tal de ganarle al otro. Gracias a ti supe que “PEER” significaba tirarse un pedo. ¡Siempre me ganabas!”
En ese momento a la esposa la traicionó una carcajada que inmediatamente tuvo que cortar, ya que sabía que no era el momento para bromas. Sin embargo, al mirarse a la cara, ambos sabían que eran cómplices de un simpático recuerdo.
Continuó hablando el esposo: “Dos o tres veces por semana nos bañábamos juntos. Luego solía darte un masaje para relajarte y dormías como angelito. ¿Recuerdas?”
La esposa suspiró y tuvo que aceptar: “Sí. Claro que recuerdo todo eso. ¿Qué es lo que quieres que yo haga para que yo tenga el divorcio?”
El esposo tomó una pluma fuente, casualmente un regalo de ella, y en un sobre de color manila que estaba sobre la silla, empezó a escribir:
“Esposa, yo te daré el divorcio en 30 días a partir de esta fecha, y dejaré la casa sin excusa alguna. Si durante esos treinta días tú cumples puntualmente y al pie de la letra estas tres peticiones:
1.- Durante esos treinta días cenaremos en casa o fuera de ella, sin discusiones, sin quejas. Con buena actitud. Para que tengamos cada noche una sobremesa que incluya una hora de conversación que nos permita saber cosas que quizás ignorábamos del otro.”
La esposa asintió. Incluso bromeó: “Yo podré escoger alguna vez el restaurante, ¿verdad?”
El marido le dijo: “¿Cuándo no lo has hecho?”
Luego continuó:
“2.- Al regresar a la casa, durante 30 días jugaremos ese juego de palabras, pero esta vez jugaremos con diccionario a la mano. Creo que será interesante descubrir palabras que quizás sean más raras que PEER y valgan más puntos que OX o ÑU.”
Y por último, acotó el marido:
“3.- En las noches, después del baño, una noche te daré un masaje yo y otra me lo darás tú. Sólo esas tres cosas te pido y en 30 días no me verás más.”
La esposa aceptó indicando con una mueca de que nada le costaría hacerlo. Ambos firmaron el ‘acuerdo’ que el marido improvisó en aquel sobre.
Esa noche se fueron a cenar y la esposa se mostró algo molesta al llegar al restaurante: “¿Para qué me trajiste aquí?”
El marido le había llevado al restaurante al que fueron cuando salieron por primera vez de novios. Así que de inmediato le dijo: “Recuerda que quedamos en que habría buena actitud y no reclamos.”
Así que los dos, sin tocar temas que pudieran molestar al otro, platicaron. La esposa le dijo que estaba harta de que su trabajo en la oficina no da frutos con un ascenso y que siempre las envidias están a flor de piel. Eso ya la tenía frustrada.
Su esposo le confesó que la primera vez que habían ido a cenar a ese lugar había tenido que empeñar su reloj por miedo a que ella pidiera algo que no pudiera pagar.
Ambos se escucharon atentos. Ella podría asegurar que era la primera vez que él no quitaba sus ojos de la mirada de ella.
Al llegar a la casa buscaron y desempolvaron el ‘Scrabble’ y empezaron a jugar con diccionario en mano. Ella usó su ‘Smartphone’.
Durante el juego encontraron y pudieron colocar palabras cortas que jamás habían encontrado: Orí, Dij, Ovo,Oxe, Cha, Za…
En la noche, después del baño, ella le dijo que como “cortesía por el pacto” le daría un masaje a él. Empezó por su espalda y su cuello. Luego, al mirar sus piernas, se dio cuenta de que estaban ya delgadas y habían perdido la vitalidad de años atrás.
Empezaron a transcurrir los días y se dieron cuenta de que habían aprendido y descubierto cosas que ninguno sabía o creía saber del otro.
Ella por ejemplo, tenía pánico a quedar encerrada, ya que de niña una compañera del colegio la había encerrado en el salón de clases durante todo el recreo.
Cada noche, las jugadas se convertían en verdaderas lecciones de gramática. Habían encontrado una forma amena de aumentar su acervo.
Las veces que a él le tocó darle masaje, se reencontró con las pecas o cicatrices que había dejado de ver en el cuerpo de su esposa tiempo atrás. “Mira, la vacuna de la sarampión ya casi ni se te nota”.
Parecía que el haber permitido conocerse y convivir casi de forma obligada -pero con voluntad-, les hizo ver un rostro que no conocían uno del otro.
Pasado unos días, y estando cerca de que se cumplieran los 30, ella quiso sorprender a su esposo llevándolo a cenar donde ambos celebraron la titulación de ella. Su esposo siempre la impulsó a que buscara superarse y terminara su carrera, incluso estando embarazada.
Al llegar a la casa, lo primero que encontró sobre el tablero de ‘Scrabble’ fue el sobre manila donde habían firmado su ‘acuerdo’. Por momentos titubeó al pensar que quizás el tiempo ya había vencido y ella ni si quiera se había dado cuenta. “¡Se me hizo tan corto!”, pensó.
La mujer de la limpieza le dijo llorando que acababan de llevarse a su marido en ambulancia y que sólo había podido dejarle una pequeña nota dentro del sobre. Junto a la pequeña nota escrita con su puño y letra, estaban unos análisis.
La nota decía: “Amada esposa. Lamento mucho no poder cumplir el darte el divorcio pasado mañana. Pero justamente el día que me lo pediste, me corroboraron un cáncer de próstata sumamente agresivo, y la verdad, preferí negociar contigo poder pasar a tu lado los mejores días del resto de mi vida. No me voy al hospital sin recordarte lo mucho que te amo.”
En los segundos que tardó en entrar en razón para averiguar a qué hospital se habían llevado a su marido, se dio cuenta que en el tablero había alcanzado a poner: ‘Pche’.
En el diccionario que él dejó abierto, vio que ‘Pche’ quería decir: ‘Denotar indiferencia’. Ella salió inmediatamente a buscarle.
La indiferencia tarde o temprano hiere los sentimientos de quienes nos aman o de quienes amamos. Muchas veces, por el trabajo, los problemas o los compromisos, nos distraemos y nos olvidamos de que el verdadero valor de la vida se encuentra en las cosas sencillas, en la manera como se viven y se demuestran los sentimientos. Es importante compartir y hacer cosas juntos, como lavar platos, tender la cama, sacar la basura, recoger la mesa, ver la televisión, ir al cine…
Preguntar con el corazón: “¿cómo te fue?” puede ser el catalizador para que el otro llore en nuestro hombro o se abra con absoluta sinceridad para decir: “Me siento pésimo, ¡ayúdame!”
Antes de optar por una separación definitiva, es mejor hablar y buscar alternativas para componer las cosas. Hay quienes se divorcian porque no tuvieron un momento de paz o reflexión antes de tomar una decisión impulsiva.
Es mejor aprender a amar o reinventar el amor de quien nos ama, que darnos cuenta tarde de que quizás nuestros problemas no nos permiten sentir amor por nosotros mismos.
Tal vez no es tarde para aprender a revalorar las cosas, para pedir Perdón y tratar por mutuo acuerdo y -de la mejor manera- de VOLVER A EMPEZAR.