A veces estamos tan atrapados en nuestra propia vida –en nuestros pequeños dramas y pensamientos– que olvidamos que existen otras personas, y que éstas también tienen sus preocupaciones, amores, sueños y dudas.
Es fácil mirar a cualquiera en la calle y creer que no importa, que es pequeño e insignificante. Pero eso no verdad, esa persona tiene su propia vida, su propia historia. Lo que sucede es que sólo pensamos, egoístamente, en el impacto que tienen los otros en nuestra vida, y con base en eso, les damos más o menos importancia.
Olvidamos que cada individuo es la estrella de su propia película, tal como nosotros lo somos de la nuestra, y que el papel que jugamos en las ajenas, en realidad es infinitesimal.
Lo cierto es que nunca llegaremos a conocer la vida de los demás como conocemos la nuestra. Siempre serán un misterio los secretos que nunca habrán de susurrar en nuestro oído, los deseos que guardan en su corazón. Y es precisamente aquello que desconocemos lo que nos hace comprender que, aunque podremos ser el centro de nuestra propia vida, no somos el centro de todo.
Tan hermoso es ser complejos más allá de las palabras, como imposible desentrañar la razón por la que fue creado algo tan desconsiderado, extraño y maravilloso.