Las diferencias ponen chispa a la relación, pero también a los conflictos. Por eso, muchas parejas prefieren esconderlos. La más saludable, sin embargo, es ponerlos sobre la mesa, como estas parejas.
Bien sabido es que el amor es ciego. Y por eso pasa lo que pasa. Que una vegetariana estricta que no puede (literalmente) ni tocar la carne se enamora de un carnívoroargentino; que un catalán recorre miles de kilómetros para encontrar a su media naranja rusa (y aguanta todos los brindis con vodka que su amor merece); que una católica y un musulmán se enfrentan juntos a los prejuicios de sus familias o que una contable maniática de la organización y de la planificación pase por alto que al hombre de su vida le gusta desbaratar todos los planes.
Entonces, ¿las diferencias unen o separan? La psicóloga Ana Villarrubia, directora del Centro de Psicología Aprende a Escucharte (Madrid), lo tiene claro: «Nos han de complementar; de lo contrario, no seríamos capaces de construir una pareja con nadie, o tendríamos solo relaciones poco enriquecedoras. De hecho, son tanto las semejanzas como las diferencias las que nos guían en el proceso de elección: nos gusta estar con alguien afín, pero al que también admiramos por cosas que no tenemos y que podemos aprender».
Pero hay escollos difíciles de salvar. Sobre todo, los que provienen de costumbres arraigadas, adquiridas en la niñez. Religión, política, alimentación, normas de educación… Contra esos obstáculos chocan las parejas de diferentes nacionalidades. «Hay un refrán que dice que cada casa es un mundo. Pero ¿qué pasa si en cada casa hay dos mundos?», la reflexión la propone Carmen Giró, periodista y autora de ‘Familias globales: un hogar, dos culturas’ (Ed. UOC). La investigación para su libro la ha llevado a ser testigo de la convivencia de decenas de familias con distintos lugares de procedencia.
Una pareja, dos culturas
«En términos generales asegura, cuando una pareja mixta inicia su andadura es porque las diferencias atraen. Las viven como una oportunidad de enriquecerse». En España, según las últimas cifras disponibles, de 2013, el 18% de los matrimonios cuenta con un cónyuge extranjero. Y eso sin contar las parejas que conviven sin papeles de por medio ni las que se casaron en otro país. En 1996, los matrimonios mixtos eran solo el 5%. «Es un fenómeno creciente, por la mayor movilidad y las tecnologías, que acortan distancias», señala Giró.
Josep Piñol y Yulia Tereschuk, catalán él y rusa ella, son una de esas parejas. Sus costumbres dispares han llevado a algunos malentendidos desde aquella primera cita a la que él se presentó sin flores (inadmisible falta de tacto para las rusas). Luego han venido otros, nacidos de la convivencia. «Al principio no podía entender cómo era posible que no le gustase nuestra sopa de remolacha, el borsch. Ahora comprendo que cada uno se acostumbra a la comida de donde vive. Eso sí, cuando estoy enfadada con él, ¡le hago una cazuela enorme!», cuenta Yulia con humor.
La periodista Carmen Giró se ha reído mucho con malentendidos lingüísticos y culturales. Pero también ha sido testigo de asuntos duros. «La religión y las diferencias de raza son los puntos de conflicto más grandes, ya que la pareja tiene que superar los prejuicios de los que les rodean. Pero la convivencia lo suaviza todo; se acaba viendo a la persona, no la nacionalidad ni el color».
Amir y Eva prefieren usar nombres supuestos para no ahondar más en los problemas familiares que su amor ha generado. Él es paquistaní y musulmán, y ella, española y católica. Juntos están aprendiendo a ser tolerantes con las creencias del otro, pero no han logrado que sus parientes lo hagan. La familia de él no la acepta, y la de ella, aunque le tiene cariño, no puede evitar «miedos y prejuicios».
Prejuicios, una palabra incómoda para todos. «Se alimentan del miedo que nos lleva a no arriesgarnos a comprobar su veracidad. Por eso se combaten solo con voluntad y flexibilidad: acercándonos a la realidad con la posibilidad de que nuestras hipótesis sean refutadas», asegura la psicóloga.
Discutir sin herir
El amor ciego de los primeros compases va abriendo los ojos poco a poco. Las diferencias se hacen más evidentes y son cada vez más necesarios el diálogo y el acuerdo. Aunque muchas parejas optan por el camino del medio, hacer la vista gorda y evitar el conflicto, la experta recomienda no cerrar los ojos a las diferencias: «No soy partidaria de que existan tabúes en la pareja advierte la psicóloga, aunque no es necesario meter el dedo en la llaga a menos que sea de forma constructiva. Es conveniente hablar explícitamente de todo lo que afecta a la intimidad y a la convivencia, pero no es positivo remover heridas si no es para proponer soluciones o alternativas».
Amor (anti)carnal
Alba Salgado López y Luis Alberto Rapela.
Ella es vegetariana; él, un argentino que adora la carne.
Sus gustos culinarios son radicalmente opuestos. Alba come frutas y verduras, legumbres, cereales… Para Luis, la carne es el principal sustento. «Lo importante es no querer convencer al otro de nada, aceptar que es algo en lo que sois distintos y decidir si podéis vivir con ello. Nosotros sabemos que sí; pero si lo dejáramos me costaría aceptar otra pareja omnívora», asegura Alba.
Y eso que la pasión, entre ellos, ha obrado milagros: «Por amor he cocinado con carne, aunque no hay amor que me pueda hacer comerla». Él dejó su país por ella, pero no su dieta.»Hago al menos un asado a la semana, con mollejas, chorizo criollo, morcillas…». La compra, la cocina, salir a cenar… Motivos de conflicto hay a diario, pero «el pacto más importante que tenemos es no tocarnos las narices el uno al otro», dice Luis.
Lo más complicado son las reuniones familiares. «Cuando salimos con mi familia, tenemos que aclarar que Alba no come carne. Y eso en Argentina sigue siendo difícil». Para ellos, el balance es positivo: «Hemos aprendido sobre respeto y tolerancia dice Alba, a discutir sin atacarnos, a cocinar recetas nuevas para el otro… y he creado un blog, Mi carnívoro y yo». Luis también subraya las ventajas: «No nos hace incompatibles. Al revés: ¡Yo hago el asado, ella la ensalada y los amigos, encantados!».
Desde Rusia con amor
Josep Piñol y Yulia Tereschuk.
Él es español y ella, rusa: choque de mentalidades y tradiciones.
Yulia nació en Biskek, capital de Kirguistán, y se mudó a Rusia para acabar sus estudios.En ambos países están sus raíces y su familia. Allí se forjaron las costumbres que hoy trata de adaptar a su nueva vida en Barcelona, donde vive desde 2006.
Yulia y Josep llevan ocho años casados y son padres de una niña de cinco, Valeria. «Nuestros conflictos se basan en nuestra distinta mentalidad» dice Yulia. «Vengo de un país que ha vivido bastantes cataclismos. En los años 90 teníamos limitaciones en la alimentación y en mi casa tirar pan, aunque sea seco, es un pecado enorme. Si tratas la comida sin respeto volverás a pasar hambre. Eso es una lucha con mi marido, porque él no para de tirar cosas que aún pueden servir».
Las familias de Yulia y Josep se han entendido bien. Ella se siente aceptada, querida e integrada, pero eso no evita los choques culturales. «Cuando me mudé, mis parientes y amigos empezaron a venir a visitarme. Yo, por supuesto, les ofrecía mi casa (en mi país, lo contrario es de mala educación). La tolerancia de mi marido duró, pero un día me dijo que nuestra casa parecía un hotel».
Josep, por su parte, relata lo que supuso para él conocer a su familia política en Rusia: «Comí con su abuela, tíos, primos… Todos beben chupitos de vodka desde el principio de la comida hasta el final. Llenan los vasos, alguien se levanta a brindar y se lo toman de golpe. A los cinco minutos se levanta otro y hace lo mismo. Para mí fue difícil seguirles el ritmo», cuenta. Su mujer replica: «Por algo es fiesta, ¿no? Aquí son más aburridos».
Planes, para qué os quiero
Ángel Riazae Itziar Lora.
Ella planifica; a él le gusta improvisar.
Llevan seis años juntos y acaban de tener a su primer hijo, Ian. Y son muy distintos: a Ángel le gusta el rock; a Itziar, el pop. Él prefiere la montaña y ella, la playa. Él es del Madrid y ella, del Barça. Y, sobre todo, a Itziar le gusta planificar y a Ángel, no. «Le encanta desmontarme los planes», puntualiza Itziar.
Si salen de viaje, ella establece lo que harán semanas antes de partir. Pero, al llegar, Ángel lo pone todo patas arriba: «Me gusta más ir viendo sobre el terreno. Claro que eso te lleva a discusiones, también te hace replantearte las cosas y tener una visión más amplia», aclara. Ella admite el lado positivo: «Gracias a él, he hecho cosas que no me habrían pasado con alguien más parecido a mí».
En su caso, las diferencias han servido de imán. «Nos han hecho una pareja más fuerte y hemos aprendido». Y en lo importante se comunican bien. «Llevamos el dinero juntos y lo hablamos todo. Con el niño, igual», dice Itziar. Según Ángel, «el respeto y la comprensión son básicos. Y dedicarle tiempo a la pareja». «Y la paciencia», sonríe Itziar.
Cuestión de fe
Amir y Eva.
Él es paquistaní y musulmán; ella, española y católica no practicante.
Los padres de Amir tienen una tienda de alimentación halal (permitida para musulmanes) en Londres. «Él llegó siendo niño. Aunque es practicante, su modo de vida es occidental». Lo cuenta su novia, Eva, una española instalada en Londres para estudiar diseño que prefiere usar un nombre falso y evitar las fotos. «Cuando lo conocí no vi a un musulmán, sino a un chico».
Se enamoraron y comenzaron los problemas. «Su familia no acepta que vivamos juntos ni que se case con una no musulmana. Hemos discutido porque me tuvo escondida. Hasta quiso que me convirtiera. Yo quería que diera la cara por mí y tardó». Incluso se separaron un tiempo. «Mis padres tampoco se lo tomaron bien. Decían que sería un maltratador o que si teníamos hijos se los llevaría… Creo que en el fondo saben que es bueno, pero el miedo puede más. No es que nos hayan repudiado, pero sí nos hemos distanciado de nuestras familias».
Juntos son felices: «Solucionamos los roces. Él tiene una educación machista, pero intenta cambiar. Yo no soy religiosa y procuro controlar mi pasotismo. Él cumple con el islam de la manera que quiere y yo no me implico, pero lo acepto y lo respeto». Con el tiempo han terminado por evitar hablar de la familia para no discutir. «El tema de los hijos también lo vamos aplazando porque somos jóvenes, pero cuando llegue el momento sé que volverán a surgir las diferencias».
Claves para que venza el amor
Para que las diferencias no envenenen una relación, Ana Villarrubia, experta en terapia de pareja, recomienda poner en marcha estas estrategias:
Comunicación emocional y empatía. En la medida en que sean capaces de comprender desde qué experiencias y aprendizajes vienen las diferencias, también serán más capaces de tolerarlas.
Habilidades de negociación. No se sale plenamente victorioso de un conflicto en pareja. Si el problema se resuelve bien, ambos pierden y ganan algo. Para eso hay que saber ofrecer soluciones, pero también se debe renunciar a algo.
No hay que idealizar al otro. Si uno de los miembros de la pareja pone al otro en un pedestal, la decepción está asegurada. Nunca se conocerán… ni se entenderán.
Flexibilidad, tolerancia y aceptación. Al centrarse en las diferencias, uno se convierte en criticón. A nadie le gusta que le señalen sin parar sus puntos malos… sobre todo, si quien lo hace es tu pareja.
FUENTE: http://www.mujerhoy.com/psico-sexo/pareja/atraccion-polos-opuestos-diferencias-918016112015.html