Aunque suena parecido, no se trata de la película titulada Comer, rezar, amar que protagonizó Julia Roberts.
Lo que nos compete ahora, tiene que ver con mantener siempre muy viva la esperanza y soñar. Se relaciona con valorar todo lo positivo y lo bueno que hay a nuestro alrededor, reconocer nuestras infinitas posibilidades, confiar… y soñar una y otra vez… y siempre.
Soñar –para mí– es desear circunstancias mejores para los demás; no ambicionar porque urge la generosidad. El tiempo de Navidad y todo momento es propicio para dar, y es imprescindible seguir soñando para que las cosas sucedan. Está claro que los grandes éxitos se deben a personas que se atrevieron a soñar y a perseguir sus sueños hasta alcanzarlos.
Lo dijo el Papa Francisco en Cuba: “En la objetividad de la vida tiene que entrar la capacidad de soñar; alguien que no es capaz de soñar está cerrado en sí mismo.
¡Claro! uno a veces sueña cosas que nunca van a suceder… pues ¡suéñalas, deséalas, busca horizontes, ábrete a cosas grandes! Sueña que el mundo contigo puede ser distinto. Si sueñas que puedes dar lo mejor de ti, vas a ayudar a que el mundo sea distinto.
Si se te va la mano y sueñas demasiado y la vida te corta el camino; ¡no importa!, sueña y cuenta rus sueños, habla de las cosas grandes que deseas, porque cuanto más grande sea la capacidad de soñar, cuando la vida te deje a mitad de camino, más camino habrás recorrido.»
Hacer todo lo necesario para que los sueños no sean sólo anhelos incumplidos es la segunda parte. Si como dijo el Papa: “En la objetividad de la vida tiene que entrar la capacidad de soñar…”, hay que luchar para que los sueños sean tangibles, para que se traduzcan en experiencia vivificante; ése debe ser el propósito y no sólo soñar por soñar.
El mundo cambiará si nos atrevemos a soñar en grande y a desear ‘generosamente’ para los demás. Indudablemente, yo también resultaré beneficiado, pero primero los demás.
Rezar entraña reconocer, mediante un acto de humildad, que no nos bastamos solos, que necesitamos del Único Amor Incondicional que está siempre esperando a que hagamos una pausa para agradecerle por todo lo que tenemos sin siquiera haberlo soñado; para pedirle que nos muestre cómo hacer realidad lo que sí soñamos –si es acorde con Su Voluntad–; para que nos ayude a aceptar las carencias, a superar las pérdidas, a identificar nuestras capacidades y a hacerlas fructificar.
Rezar-soñar-rezar-hacer, soñar-hacer-rezar; siempre y en forma continua, porque la fe sin obras es vana.
Viene a cuento recordar un chiste italiano acerca de un hombre pobre que va al templo todos los días a rezarle a un santo: “Querido Santo: por favor, por favor, por favor, déjame ganar la lotería. La estatua del santo a la que le reza cobra vida, baja la mirada y le dice al hombre: Hijo mío: por favor, por favor, por favor, compra un billete”. El chiste ilustra aquello de “a Dios rogando y con el mazo dando”, pero no cumple con el requisito de soñar generosamente, en el tenor del ser y hacer.
Eso es lo que necesitamos todos, siempre: amar, compartir el sueño de vivir generosamente y con humildad, y hacerlo realidad, cada uno en nuestro entorno. Como dice Don Enrique Monasterio en su libro El belén que puso Dios, imitar el ejemplo de Aquel que «pudo aparecer en el mundo en plenitud de vigor físico, como un superhombre dotado de poderes fantásticos. Tal vez habría llegado en una nave espacial o en un trineo mágico arrastrado por renos voladores de cuernos fluorescentes. Sin embargo, Dios prefiere las cosas más sencillas… Quiso necesitar pañales, y agua y jabón para lavarlos. Y necesitó una madre que lo llevara en su seno nueve meses –como cualquier otro niño– y unas manos femeninas que lo acariciaran y alimentaran. Dios descansó inerme y abandonado en los brazos de una chiquilla ante la mirada embobada de un artesano. Dios ‘necesitó’ una familia para ser verdadero hombre.”
Sigo citando a Monasterio: “Jesús quiso una Madre que le enseñara a caminar, a vestirse, a manejar las manos, a no hacer porquerías, a comer, a obedecer, y un padre que le iniciase en el oficio de artesano y le contara viejas historias al son de la sierra y el martillo.
Es tiempo de descubrir que en los pañales de un niño podemos encontrar a Dios. Que en el mundo pequeño hecho de tradiciones mínimas, de chistes privados, de pequeños enfados y lágrimas compartidas, de recuerdos comunes y risas, hay ‘un algo divino’, una huella del Dios hecho hombre, que nació entre pañales”.
No lo perdamos de vista e imitemos su ejemplo de Amor expresado en sencillez, humildad y generosidad.
Celebremos con alegría y esperanza Su vida, la de los demás y la nuestra por todo lo alto. Hagamos la diferencia procurando la felicidad de los otros, y seamos felices esta Navidad y siempre.