Cuentan los hombres sabios que aprendieron a salir del laberinto del espacio tiempo, que era infinitamente pequeño.
Los grandes sabios se dieron cuenta de que el tiempo tan solo duró un instante en su mente sin afectar la eternidad en lo absoluto y así fue con todo el tiempo que existió en aquel pequeño espacio de una mente colectiva.
Aquella humanidad a medida que quería ganar espacio y tiempo la confusión se extendía como una bruma que iva esparciéndose en cada Rincon de aquel laberinto absorbiendo cualquier memoria que recordara a los humanos su esencia infinita.
Gradualmente fueron olvidando mirar al cielo, y mirar donde pisaban, y así su paz quedó empañada.
Los magos y las magas durmieron; su fuego se apagó, sus cantos cesaron y aquella música que danzaban donde recordaban su esencia eterna se cambio por un sonido, “tic tac ”.
Pusieron límites dentro de aquel laberinto mental dirigido por el reloj, cambiaron sus bosques por concreto su música por relojes, sus danzas por autos, sus paseos por televisores, sus familia y sus amigos por pantallas. Fragmentaron los instantes, estaban poseídos por el tiempo.
Acumulaban todo lo material olvidaron que el cuerpo era un vehículo para transitar en esta ilusión del espacio del tiempo se creyeron eternos.
Esos sabios supieron silenciar su mente cantaron, danzaron, dejaron los relojes, las pantallas, plantaron de nuevo sus árboles.
Los magos y las magas comenzaron a reunirse para encender de nuevo sus flamas. Y cuando ya eran suficientes en ese breve instante, un dulce sonido comenzo a surgir era como si ese sonido los fuera encontrando uno a uno y todos ivan despertando, el tiempo desapareció. Pues eso es lo que jamás fue. Aunque aparentemente habían estado en el laberinto miles de años. Solo había sido un breve instante. Despertaron y ya no había minutos, horas, semanas, meses, años, siglos. El tiempo había desaparecido y la paz había regresado.
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