Hay días en que te sientes como el coyote de la caricatura que persigue al correcaminos: todo te pasa y nada te sale bien. Además, pareciera que tu cerebro tampoco quiere que te sientas contento, te arroja pensamientos de culpa, inferioridad, rencor y crea otras nubes negras que te hunden aún más. Al mismo tiempo, pareciera que hay personas que aman las tragedias y encuentran cierto gozo morboso en hablar de ellas y difundirlas a cualquier persona que se les acerque, o sea, tú.
Cuando enfrentas una jornada de pesadilla, te preguntas por qué te sientes así. Y, aunque te parezca difícil de creer, hay una explicación.
Los neurocientíficos, además de dedicar sus vidas a estudiar lo que sucede dentro de esa masa gris que con frecuencia parece gobernar nuestras vidas, estudian también las razones y los «porqués» de sentirnos plenos y felices o lo contrario.
Bien, pues me parece fascinante saber que, por ejemplo, emociones tan diferentes como el orgullo, la culpa o la vergüenza activan el centro de recompensa del cerebro. La preocupación y la ansiedad también hacen que, en el corto plazo, tu cerebro se sienta mejor, pues interpreta esos sentimientos como una actividad beneficiosa para solucionar tus problemas; es decir, con los sentimientos negativos se activan por igual los centros de recompensa.
Esto explica por qué para algunas personas resulta tan atractivo -incluso adictivo-, apilar emociones oscuras como si formaran parte de una colección. No obstante, este mecanismo funciona al principio, porque a la larga, la culpa, la ansiedad o la preocupación pueden aniquilar la vida de cualquiera.
El neurocientífico e investigador Alex Korb, de la UCLA, autor del libro The Upward Spiral, nos explica la forma de lograr una espiral ascendente, para conseguir un estado de paz y serenidad en esos días en que imitamos al coyote. ¿Cuál es?
Sólo hazte la siguiente pregunta: ¿Qué tengo que agradecer?
Sabemos que agradecer nos hace sentir muy bien, pero ¿en realidad tiene consecuencias en nuestro cerebro a nivel biológico? La respuesta es sí: sentir agradecimiento estimula la producción de dopamina y de serotonina, al igual que lo hacen algunos de los antidepresivos más populares, pero sin sus efectos nocivos colaterales.
El solo acto de pensar en aquello por lo que estás agradecido, hace que te enfoques en las cosas positivas de tu vida, lo que es suficiente para producir serotonina. Inténtalo aunque te sientas como el coyote en su peor día, porque lo que cuenta es la búsqueda mental.
Ser agradecido, como lo dice Korb, es una forma de inteligencia emocional. En un estudio demostró que, de hecho, agradecer afecta la densidad de las neuronas que se encuentran en la corteza prefrontal. Estos cambios de densidad sugieren que conforme la inteligencia emocional aumenta, las neuronas en esta área se vuelven más eficientes; es decir, al volverte una persona más agradecida, te vuelves más propensa a detectar el lado bueno de la vida.
Asimismo comprobó que sólo 10 por ciento de tu felicidad te la brinda el mundo exterior, el 90 por ciento restante te lo da tu cerebro dependiendo de cómo percibe y procesa la felicidad.
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Por si fuera poco, agradecer mejora tu calidad de sueño. El sueño reduce el dolor. La reducción del dolor repara tu humor. A mejor humor, menores niveles de ansiedad, lo que a su vez mejora tu enfoque y claridad mental. A mayor claridad mental, mayor creatividad, menores niveles de estrés y aumento de tu nivel de satisfacción, lo que te da motivos para sentirte más contento. Esto hace que tengas más razones para agradecer, lo que hace más probable que te animes a socializar más y a hacer ejercicio. Esto sin duda te hace más feliz.
Todo es cuestión de echar a andar la espiral ascendente. ¿Cómo? Con el simple acto de agradecer. ¿Cuánto tiempo te toma? Dos segundos.