Orson Welles y Jeanne Moreau, en ‘Campanadas a medianoche’. / Filmoteca de Catalunya / cortesía editorial luces de gálibo
A los 13 años un chaval espigado y de mejillas regordetas de la Todd School de Woodstock (Illinois) ganó una competición dramática entre varias escuelas con su versión de Julio César, de Shakespeare, en la que encarnaba a Marco Antonio y a Julio César. El jurado rehusó entregar el primer premio a la Todd School: creían que habían contratado a dos actores profesionales para interpretar ambos personajes. Cuando descubrieron la realidad, que un chaval llamado Orson Welles daba vida a los dos romanos, entregaron a aquel alumno un trofeo extraordinario. Ese amor por el genial dramaturgo inglés lo llevaría a rodar, 36 años después, Campanadas a medianoche de la que se celebra su medio siglo.
Orson Welles [Kenosha (Wisconsin), 1915- Hollywood (California), 1985] ya era mito y figura antes de que el gran público le descubriera. A los 16 años se hizo pasar por una estrella de Broadway y la Gate Theatre de Dublín le contrató durante el verano que pasó en Irlanda aquel adolescente. A los 18 ya había trabajado como profesional en la compañía de la actriz Katherine Cornell. A esa misma edad vivió por primera vez por España —un verano en Sevilla—, y así nació una de sus grandes pasiones: posteriormente apoyaría la causa republicana durante la Guerra Civil, y en España rodaría durante el franquismo partes de Mr. Arkadin, Una historia inmortal, Don Quijote, F for Fake, The other side of the wind e íntegramente Campanadas a medianoche. Más aún, los restos de Welles reposan en el pozo de una finca en Ronda de quien fuera uno de sus grandes amigos, el torero Antonio Ordóñez.
Para muchos, Welles es el niño prodigio que metió miedo a medio Estados Unidos con su versión radiofónica de La guerra de los mundos (1938) y quien dirigió con 25 años una obra maestra como Ciudadano Kane. Welles fue mucho más. Y puede que su último largometraje de ficción Campanadas a medianoche —después solo haría películas para televisión y documentales— resuma bastante la figura de un artista completo: “Perfeccionista, genio, es más que un cineasta, y eso que fue uno de los grandes. Se convierte en referencia fundamental en la radio, televisión y teatro”, asegura Esteve Riambau, director de la Filmoteca de Catalunya y uno de los mayores expertos sobre Welles.
Ahora, al cumplirse medio siglo del final de su rodaje, el Festival de Málaga la ha elegido como su Película de Oro y proyecta una versión restaurada de las aventuras de Falstaff el próximo 22 de abril. Además, publica Las cosas que hemos visto. Welles y Falstaff (Editorial Luces de Gálibo), de Riambau, impresionante estudio sobre Campanadas a medianoche y la pasión del actor y director por España, el teatro y Shakespeare. “Welles es Falstaff y Falstaff es Welles. Ambos eran amantes de la buena vida, pícaros, de moral ambivalente. También mucho más listos que quienes les rodeaban, en un caso reyes, en otro productores. Falstaff es la frontera entre la vieja y la nueva Inglaterra; Welles, aunque no era un nostálgico del pasado, reivindicaba una manera de hacer las cosas que ya no era posible”.
La semilla de Campanadas a medianoche nace cuando Welles tiene 24 años y pone en pie la obra de teatro Five kings, basada en los textos de Shakespeare. Sir John Falstaff es un personaje inventado que aparece en las dos partes de Enrique IV, se habla de su muerte en Enrique V y destaca en Las alegres comadres de Windsor. “Fue una locura en su montaje estadounidense. Fracasa. Años después lo recupera en Dublín, y ya piensa en usar cámaras de televisión. Al final, se convirtió en película”.
Las caras de Welles son tantas que la Filmoteca de Catalunya, que se ha volcado en este centenario, ha programado desde una retrospectiva hasta un espectáculo teatral, a exposiciones fotográficas (Colita fotografió parte del rodaje de Campanadas a media noche), una proyección en Cardona —donde se filmó— de la versión restaurada de Campanadas… con la presencia del actor Keith Baxter y de la hija mayor de Welles, Chris W. Feder, y un seminario internacional sobre el creador. Aún queda material por analizar su impresionante carrera.
El último descubrimiento sobre él ha sido los planes de producción de dos versiones de la historia de Noé y de la Cenicienta. Esteve Riambau, director de la Filmoteca de Catalunya, define su obra: “Fue una maquina de creación. En el corazón de su arte palpitan Shakespeare y ‘El Quijote’. Según Welles, todo está ahí”.
El rodaje se realizó en España de rebote, ya que iba a filmarse en Yugoslavia. Los productores desaparecieron y Welles se beneficia de un cambio de legislación del cine español en 1963. En una increíble carambola, el abogado italiano de Welles conoce al productor y actor Espartaco Santoni, marido de Marujita Díaz, actriz cuyas películas producía Emiliano Piedra. Así es como Piedra, entonces un joven algo naïf y con ganas de levantar una gran película, entra en el proyecto. El acuerdo: rodar dos filmes a la vez. Uno daría prestigio (Campanadas a medianoche); otro, beneficios (La isla del tesoro); ambos repetirían reparto. La producción de Campanadas… fue tan extenuante y alargada en el tiempo que de la adaptación de la novela de Robert Luis Stevenson solo se filmó… un día. “Piedra, apasionado, aguantó de todo. Cuando se acabó el dinero, vendió la película por partes a productores internacionales”.
El rodaje fue una locura. Empezaron en octubre de 1964 y las 12 semanas previstas se convirtieron en seis meses. Welles filmó por media España, y solo él y Kevin Baxter —el príncipe Hal— estuvieron de inicio a fin. “Es extraordinaria su capacidad como director de cine. Desmontaba las secuencias en su cabeza, filmaba planos en cinco sitios distintos y luego los encajaba en el montaje. Me volví loco con la secuencia en la que el nuevo rey acude a ver a Falstaff y le destierra. Empieza en Ávila, entra en Cardona (Barcelona) y de repente se gira y eso está filmado en Medinaceli. En los contraplanos de Falstaff en el suelo me fijé en que había unas baldosas extrañísimas. En Cardona me dijeron que jamás había habido un pavimento así. Al final, gracias a una foto, vi que las tres columnas eran falsas, y que en un garaje en Madrid habían reconstruido la colegiata de Cardona”, explica Riambau. Otro de los grandes trucos del cineasta es el uso de dobles para sustituir a actores en diálogos en los que su personaje aparezca de espaldas: John Gielgud —Enrique IV— no trabajó más de 14 días y sin embargo ‘su espalda’ se ve en numerosos momentos. Por cierto, Gielgud llegó al aeropuerto de Barajas, Piedra y Baxter le llevaron a tomar té al hotel Hilton y cuando pensaba que se alojaba allí le subieron a El Escorial a una residencia peor.
En montaje, Welles veía las tomas a 48 fotogramas por segundo, al doble de la velocidad habitual, y con dos moviolas a la vez. Su director de fotografía, Edmond Richard, reconoce: “Tenía un ojo privilegiado. Nunca he visto a otro cineasta que trabajara así. El montaje era su placer porque allá era donde lo construía todo”.
Campanadas a medianoche tuvo un mal recorrido comercial. En Cannes de 1966 Welles recibió un premio, pero por su carrera, no por su película. En Madrid se estrenó el 6 de mayo de ese año. Circularon varias versiones con diversos montajes. “Involuntariamente se convirtió en su epitafio. Nunca más conseguirá levantar otro proyecto de ficción”, resume Riambau. Demasiado cara para el cine español, muy barata para una producción internacional, por esta película se cerraron definitivamente las puertas de Hollywood para uno de los más grandes creadores del siglo XX.