Hemos entrado en un bucle en el que, en vez de aclararnos, cada vez nos confundimos más.
Los derechos humanos son universales y por lo tanto, inherentes a todas las personas, ya que corresponden a la dignidad de su naturaleza y no dependen de algo o alguien externo. Por esa razón deben ser reconocidos y respetados.
Lamentablemente, todavía no llegamos a ese nivel de civilización. Y no llegamos porque hemos entrado en un bucle en el que, en vez de aclararnos, cada vez nos confundimos más.
El problema comenzó cuando, con buena fe, nos dio por segmentar y clasificar artificiosamente los Derechos Humanos en: Derechos de los Niños, Derechos de la Mujer, Derechos de los Homosexuales, Derechos de los Negros, Derechos de los Trabajadores, Derechos de los y de las…
Pero resulta que unos y otros ‘derechos humanos particulares’ han comenzado a rebotar y a golpearse unos contra otros. Fíjense, está pasando.
Vemos un ejemplo de estos rebotes cuando por privilegiar los derechos de la mujer se pisotean los del hombre. Las leyes dicen que un hombre tiene obligación de mantener a su hijo, eso siempre y cuando la mujer que lo concibió decida que éste nazca, ya que ése es un asunto en el cual el padre no tiene derecho a opinar. ¿Obligaciones sin derechos…? Una discrepancia jurídica basada en una disonancia cognitiva.
En muchos países que se dicen progresistas, a la mujer se le permite, facilita y hasta financia matar a sus hijos hasta que éstos tienen tal o cual edad de gestación –misma que, como era de esperar, tiende a extenderse cada vez más–. Es un ‘derecho de la mujer’ inventado por las feministas, promovido por los filósofos del control poblacional y adoptado por gobiernos serviles.
Cuando inevitablemente surgen los dilemas éticos, ¡fácil!, alguien dictamina que estos seres engendrados por humanos, no son personas, son ‘especímenes’ (término utilizado por los empleados de Planned Parenthood, principal empresa abortista del mundo, que ha encontrado un lucrativo negocio en el comercio de órganos extraídos de los niños abortados, dado el alto valor en el mercado que les confiere su origen humano).
Analicemos cómo, una vez nacidos, tampoco se considera a los niños bajo la óptica de su dignidad humana, sino como meros satisfactores. Esto se manifiesta cuando por encima del bien objetivo de los menores se anteponen los intereses, deseos, supuestas necesidades y ‘derechos’ de algunos adultos.
Lo mismo sucede a las personas con síndrome Down y otras características que las distinguen de quienes se consideran a sí mismos ‘normales’, al igual que los enfermos crónicos y terminales que representan una carga para sus familiares o el Estado. Bajo la justificación de una falsa compasión, se les considera seres legalmente descartables, exentos de su dignidad de personas. Eugenesia y eutanasia comienzan a sonar como ‘deberes morales’ en boca de grupos ‘progresistas’.
¿Y qué decir de la dictadura ideológica que pretenden ejercer grupos de presión y lobbies sobre la libertad de creencias y de objeción de conciencia, cuando estos derechos chocan con la conveniencia de sus representados? Otro ejemplo de rebote: el derecho a la libertad de expresión de unos es acotado cada vez con más descaro cuando de hablar sobre temas ‘políticamente incorrectos’ para otros se trata.
En vez de seguir escribiendo más y más listas de derechos humanos particulares, redactados a la medida de los caprichos e intereses de minorías, mayorías y medianías, habría que empezar por hacer una lista de todos los tipos de seres que pueden considerarse «humanos». Y a partir de ahí, unir esfuerzos para que les sean respetados tanto su dignidad de personas como sus derechos a todos aquellos que quepan en dicha categoría.
Es cosa de invertir la pirámide e ir de lo general a lo particular, en vez de pretender ir de lo particular a lo general, provocando conflictos entre ‘particularidades’.
Para no errar, definamos quiénes merecen estar en la lista: ¿Los niños son humanos? ¿A partir de qué edad? ¿Los adultos son humanos? ¿Hasta qué edad? ¿Las mujeres son humanas? ¿Los hombres son humanos? ¿Lo son independientemente de sus creencias, preferencias, educación, raza, estado de salud, capacidades, edad, riqueza, méritos y culpas, antecedentes, aspiraciones y costo para la sociedad?
La ley no necesariamente es un parámetro confiable, dado que no siempre está basada en el bien y en la verdad, sino en la confusión creada por intereses bastardos. Basta analizar los tristes antecedentes:
- “Un indio no es una persona tal como lo entiende la constitución.” (American Law Review, 1881)
- “El término persona no incluye en estas circunstancias a las mujeres.” (Debate sobre el voto femenino británico, 1909)
- “A los ojos de la ley, un esclavo no es una persona.” (Tribunal Supremo de Virginia, 1858)
- “El Reichsgericht rechazó reconocer a los judíos como personas en el sentido legal.” (Tribunal Supremo alemán, 1936)
Al tener claro quiénes son seres humanos, no se suscitarán contradicciones como las que surgen cuando al defender los derechos ‘especiales’ de unos, se violan los de otros. De ahí se desprendería un marco jurídico universal, legítimo y equitativo, así como una visión social clara, justa y objetiva, sin recovecos ni contradicciones, que permita comprender con igual facilidad el porqué no es admisible que: una mujer sea víctima de cualquier tipo de violencia, se agreda a un homosexual, no se brinden las mismas oportunidades sólo por el color de la piel, se prive de la vida a una persona antes o después de nacer, o se le trate como si fuera mercancía, por citar ejemplos.
La razón es simple y es una: SON SERES HUMANOS. No importa si se trata de hombres o mujeres, niños o ancianos, heterosexuales u homosexuales, negros, latinos o blancos, pobres o ricos, sanos o enfermos…