Este 13 de Agosto se cumplieron 494 años de la caída de la capital del Imperio Azteca. “Solamente el rumor y zumbido de las voces y palabras que allí había, escribe en sus crónicas Bernal Díaz del Castillo; sonaba más que de una legua, y entre nosotros hubo soldados que habían estado en muchas partes del mundo, y en Constantinopla, y en toda Italia y Roma, y dijeron que plaza tan bien compasada y con tanto concierto y tamaña y llena de tanta gente no la habían visto”. Y junto a esto, “veíamos en aquella gran laguna tanta multitud de canoas, unas que venían con bastimentos y otras que volvían con cargas y mercaderías;… y veíamos en aquellas ciudades cúes y adoratorios a manera de torres y fortalezas (pirámides truncadas), y todas blanqueando, que era cosa de admiración, y las casas de azoteas”.
En su obra maestra El Laberinto de la Soledad; el Maestro Octavio Paz escribe: “¿Por qué? cede Moctezuma? ¿Por qué? se siente extrañamente fascinado por los españoles y experimenta ante ellos un vértigo que no es exagerado llamar sagrado ¿el vértigo lúcido del suicida ante el abismo? Los dioses lo han abandonado. La gran traición con que comienza la historia de México no es la de los tlaxcaltecas, ni la de Moctezuma y su grupo, sino la de los dioses. Ningún otro pueblo se ha sentido tan totalmente desamparado como se sintió la nación azteca ante los avisos, profecías y signos que anunciaron su caída. Se corre el riesgo de no comprender el sentido que tenían esos signos y profecías para los indios si se olvida su concepción cíclica del tiempo. Según ocurre con muchos otros pueblos y civilizaciones, para los aztecas el tiempo no era una medida abstracta y vacía de contenido, sino algo concreto, una fuerza, sustancia o fluido que se gasta y consume. De ahí la necesidad de los ritos y sacrificios destinados a revigorizar el año o el siglo. Pero el tiempo —o más exactamente: los tiempos— además de constituir algo vivo que nace, crece, decae, renace, era una sucesión que regresa. Un tiempo se acaba; otro vuelve. La llegada de los españoles fue interpretada por Moctezuma —al menos al principio— no tanto como un peligro “exterior” sino como el acabamiento interno de una era cósmica y el principio de otra. Los dioses se van porque su tiempo se ha acabado; pero regresa otro tiempo y con él otros dioses, otra era.”
El mayor asombro de los nativos fue la presencia de los caballos, jamás vistos en el llamado Nuevo Mundo, guiados por un jinete que mostraba ropas extrañas y con el rostro cubierto; dice Bernal Díaz del Castillo, que los de casa creyeron que se trataba de un animal extraño: ¨Creyeron que el animal y el hombre era una sola criatura y cundió el temor entre la población. Las madres, atraían a sus chiquillos hacia sus piernas, escondiéndoles su cabecita, trasmitiéndoles el miedo que les duraría hasta su muerte. Mientras los conquistadores avanzaban, los guerreros aztecas mediante una acción de comando, atraparon a un caballo, lo descuartizaron en cuatro, y cada parte la enviaron a un puntos distintos del Imperio, para que los pobladores pudieran ver que no se trataba de un dios, sin embargo el impacto sicológico que tuvo sobre las mayorías ya era irremediable.
¡Que tragedia para todos ellos! ¡Su Mundo y su Universo destruido! ¡Su cultura hecha añicos! ¡Qué dolor habrán sentido! ¡Qué desolación! ¡Todas sus futuras generaciones esclavizadas! Desde el mar habían llegado extraños navíos, donde descendieron poco más de 300 hombres barbados con armas desconocidas, un astuto e intrépido comandante y 25 caballos, el universo conspiro en su contra y confundieron al invasor con el regreso de Quetzalcóatl, tal como lo presagiaba la funesta leyenda. El dios había regresado.
Tras derrocar a Moctezuma, acusado de colaboracionista y quien moriría victima de una pedrada lanzada por su propio pueblo, asciende al poder al iniciarse el sitio de México-Tenochtitlán, Cuauhtémoc cuyo significado como una premonición es “Águila que cae”, y asume el desafío y responsabilidad de encabezar la última resistencia cuando los aztecas han sido abandonados sucesivamente por sus dioses, sus vasallos y sus aliados. Sabe que lo que se juega es el futuro de su nación, de sus gentes, de sus niños, de su cultura, del Mundo tal y como lo conocen. Asciende sólo para caer, como un héroe mítico.
El 13 de agosto del año 1521 fue el día más triste para los mexicas. Imaginémonos, tras 90 días de sitio, rodeados por los españoles y sus más de 10,000 aliados indígenas, sin comida, bombardeados por cañones hasta ahora desconocidos que destruyeron sus templos, casas y edificios, muertos la mayoría de sus guerreros y ciudadanos no por las armas del enemigo si no por la viruela traída por el invasor. Sus mujeres y niños aterrados y llorando, sus defensores sin fuerza y derrotados. Tras una heróica resistencia, este mes hace 493 años, su tlatoani Cuauhtémoc fue capturado por los invasores y llevado ante Hernán Cortés. Ante este hecho, los mexicas aceptaron que su dios guerrero Huitzilopochtli había sido derrotado por el dios de los extranjeros, motivo por el que dejaron de combatir y se rindieron ante los españoles. Su calvario había iniciado y para muchos de ellos actualmente sigue.
Hay un dicho popular que dice: “La conquista de México la hicieron los indios y la independencia los españoles”. Nada hubiera sido posible sin los recursos y los hombres, las informaciones y el impulso guerrero que aportaron los totonecas, Tlaxcala y Uexotzinco, los otomí, las tribus del sur del valle, y el bando del príncipe Ixlilxochitl, en Texcoco. Sin embargo, estaban lejos de imaginarse que la caída de la gran Tenochtitlán arrastraría la de sus propias ciudades, la destrucción de su religión y la ruina de su cultura. Sin embargo, aunque no lo reconozcan por soberbia los historiadores europeos,el gran vencedor del Imperio Azteca, no fueron los españoles ni sus aliados, fue la viruela que acabaría asesinando a 9 de cada 10 nativos en el Nuevo Mundo.
“In quexquichcauh maniz cemanahuatl, ayc pollihuiz yn itenyo yn itauhcain Mexico-Tenochtitlan”
“En tanto que dure el mundo, no acabará, no terminará la gloria, la fama de México-Tenochtitlán”.