¿Escribir o no sobre lo ocurrido a Charlie Hebdo? Naturalmente que sí. ¡Cómo no manifestar una opinión personal! Como la tendrá seguramente cualquier medio o persona, máxime quien haya experimentado algún tipo de presión por publicar u opinar sobre cualquier tema.
No obstante,… no somos Charlie.
No somos Charlie porque aunque creemos a pies juntillas que la libertad tiene un enorme valor, también lo tiene el derecho a las propias creencias. ¿Cómo entroncar la convivencia de libertades? Sin duda alguna, con el respeto.
En nombre de la libertad de expresión, algunos pueden llegar a los excesos, Charlie es un ejemplo. No obstante, es preferible vivir en un mundo donde exista la libertad aunque algunos abusen de ella, que vivir amordazados.
A raíz del atentado contra Charlie Hebdo, el Papa Francisco parafraseó a Benedicto XVI, recordando sus palabras sobre la metafísica post positivista que llevaba a creer que las religiones o las expresiones religiosas son una suerte de subculturas, que no son parte de la cultura ilustrada, y lamentó que haya mucha gente que juguetea con las religiones de otros: «Cada religión tiene una dignidad». Afirmó que debe haber un límite a la libertad de expresión y ese límite es la prudencia, una virtud de coexistencia mutua: “La libertad de expresión debe tomar en cuenta la realidad humana, y por esta razón uno debe ser prudente(…)».
Es la propia conciencia moral o ética la que, basada en la formación y el respeto mutuo y colectivo, provea de una libre autocensura cargada de responsabilidad. Me refiero tanto a la conciencia de quien dirige o se expresa en un medio, como a la del público. Así como no existiría el narcotráfico si no hubiera consumidores de drogas (lo cual habla de corresponsabilidad), tampoco lograrían subsistir los medios de comunicación cuyos contenidos no fueran del gusto del público.
Entonces, en vez de perder el tiempo debatiendo si la ley debe acotar o no la libertad de expresión del ciudadano, somos los ciudadanos quienes debemos decidir qué consumir y qué no. De esta manera, el límite es fijado de manera natural tanto por el emisor como por el receptor de un mensaje y no por terceros. Oferta y demanda. El límite a la libertad de expresión no debe ser impuesto, a menos que se trate de mensajes que inciten de forma directa a la violencia o pongan en riesgo la seguridad e integridad de terceros. También es válido limitar en forma expresa aquellos contenidos dirigidos a quienes no tienen la capacidad de reflexionar y decidir de manera conscien-
te lo que les conviene consumir, como los menores de edad.
En aras de defender la libertad religiosa o cualquier otra libertad, no se puede anular la libertad de expresión. No es posible sostener una conversación seria sobre la libertad si el debate se centra en no ofendernos unos a otros. El punto es que, sin importar qué tan progresistas nos sintamos, siempre habrá expresiones que nos puedan ofender. Una persona puede ser inmune a las ofensas si no ama nada, no cree en nada, no es leal a nada, no está comprometido con nada, no tiene mamá… Todos somos susceptibles de sentirnos ofendidos en cierta medida, es cuestión de encontrar el punto débil de cada uno. Eso no puede ser la medida de la libertad. La civilización demanda que ante una ofensa, el individuo reaccione con fortaleza y firmeza, mas no con violencia.
Pertrechados en la libertad de expresión, los dibujantes de Charlie Hebdo se burlaron de lo que para muchos es sagrado… Los terroristas clamaron que al asesinar a los caricaturistas blasfemos estaban vengando el honor de Alá… La sociedad mostró su repudio a tan abominable crimen justificando la blasfemia y enalteciendo como héroes a quienes lucraban con ella…
Ante tanta confusión, me quedo con las palabras de Miguel Vidal (periodista, humanista y vocero de maslibres.org): “Charlie Hebdo me repugna. Y la supuesta religión que dicen profesar quienes han cometido el atentado me repugna. Pero ni la repugnancia que me produce esa publicación justifica el crimen, ni la justificación religiosa del atentado exime a sus autores de ser considerados miembros de una secta criminal.”
Si el sentido del humor es una característica de la inteligencia, imagino la cara de Dios, la Inteligencia Suprema, cuando vio tocando la puerta del cielo a los terroristas y a los caricaturistas aquel fatídico día del atentado… Al encontrarse ante el Creador, ¿qué le habrán dicho unos?: “Lo hicimos por ti”. ¿Y qué le habrán dicho los otros?: “Solo estábamos bromeando”. Se me ocurre dibujar una viñeta con esta escena, pero mi lápiz se ha escondido.
Elena Goicoechea